“Todo tiempo pasado fue mejor”, reza una de las frases populares más erróneas que se repiten casi sin pensar. Por un lado, porque la ciencia confirma empíricamente que la mayoría de los índices vitales de la raza humana fueron evolucionando con el tiempo, como la expectativa de sobrevida, la esperanza de vida al nacer, el porcentaje de personas que padecen hambre en el mundo que va en descenso, pese a que sigue siendo alto, y la cantidad y variedad de enfermedades que hoy tienen cura y antes no tenían. También hay otros marcadores que son más negativos que antes, como la superpoblación, el hacinamiento en grandes urbes y la contaminación ambiental. Lo positivo es que el hombre es hoy mucho más consciente y tiene más información que hace unas décadas sobre estos problemas en aumento. Por otro lado, la frase “todo tiempo pasado fue mejor” es errónea según el entender de la mayoría, “porque no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que -felizmente- la gente las echa en el olvido”, explicaba Ernesto Sábato en “El túnel”, una de sus obras magistrales. Uno de los problemas o hábitos perniciosos donde el ser humano ha mejorado sustancialmente en los últimos años es respecto de los ruidos molestos, que producen desde afecciones menores en personas y animales, hasta la muerte. Algunos son difíciles de morigerar, como los ruidos del transporte (autos, ómnibus, trenes, aviones, etc), los fuertes sonidos de las obras en ciudades o de las máquinas en el campo. Otros, como la ensordecedora pirotecnia, de uso casi netamente cultural, está disminuyendo sensiblemente en el planeta, tanto en celebraciones aisladas, como eventos deportivos, aniversarios, fiestas populares, etc, como en las tradicionales fiestas de fin de año.
Como fuimos aprendiendo gracias a la ciencia y a la medicina, los sonidos estruendosos y repentinos afectan demasiado a los animales, sobre todo a las mascotas hogareñas que conviven en ciudades, aunque en los últimos años descubrimos que también pueden ser muy perjudiciales para personas con trastornos del espectro austista (TEA), porque su umbral de tolerancia auditiva es más bajo que lo normal, al igual que en niños, ancianos y personas con discapacidades intelectuales o que sufren estrés post traumático.
Los ruidos fuertes pueden afectar la audición, pero también el tacto, el gusto, el olfato, la visión, la propiocepción (sentido de conciencia corporal) y el sistema vestibular (equilibrio). Una agudeza auditiva exagerada lleva incluso a una sensación de dolor. Esto redunda en estrés y una fuerte desregulación conductual y emocional y dependiendo de la persona, este estrés puede llevar a autolesiones, agresiones físicas a terceros, llanto, gritos, y otras reacciones impulsivas por no comprender ni tolerar lo que sucede alrededor. En los animales se registran síntomas similares que pueden llegar a daños en la salud permanentes e incluso infartos o muertes.
Los petardos conllevan además otros riesgos, como quemaduras, lesiones en la vista o el oído, además de incendios y otros siniestros.
Felizmente esto está cambiando y lo confirman las guardias de los hospitales, como viene consignando LA GACETA, que cada año atienden a menos pacientes por estas causas. El Padilla recibió esta Navidad por lesiones vinculadas a la pirotecnia a sólo seis pacientes, y el Hospital de Niños a dos. Años anteriores eran decenas.
Celebramos que el municipio de Yerba Buena prohibiera desde 2019 la pirotecnia sonora, bajo el lema “No a los ruidos, sí a las luces”, una tendencia mundial, como en la ciudad de Collecchio, en Italia, una de las pioneras en programar fuegos artificiales silenciosos con láseres, con el mensaje de que es posible disfrutar de la pirotecnia sin tener que provocar el pánico entre los seres vivos.
Además de este cambio cultural que se va consolidando, el factor del ahorro económico también es sustancial a la hora de modificar hábitos.
Esperemos que en este Año Nuevo las atenciones en las guardias sigan disminuyendo y que este cambio cultural no deje de extenderse para que “todo tiempo futuro sea mejor”.