Luego de su primer paso de Nicolás Romero en Atlético y su repentina vuelta a Chumbicha, hubo varios factores que tuvieron injerencia para que el catamarqueño regresara a Tucumán. Desde luego que el amor entre el futbolista y su familia fue fundamental. Su padre Walter Romero jugó al fútbol en la liga local durante varios años, su tío Carlos Luna lo hace en Ferrocarril del Estado de Chumbicha y su primo Lisandro Romero tiene 17 años y juega en la Reserva de Central Córdoba de Santiago.
Pero claro, a veces con amor no basta y por eso la insistencia desde Tucumán terminó siendo clave. “Siempre voy a estar agradecido con los ‘profes’ Sergio Artero y Pereyra. Yo me largaba a llorar cada vez que me llamaban para pedirme que lo volviera a llevar a Nico”, recuerda Walter de esa época en la que Nicolás, con 13, años puso en pausa su carrera en Atlético para vestirse de verde y jugar en Ferro de Chumbicha. “Yo le hablaba mucho, le decía: Nico, es un club muy grande. Los profesores no te van a llamar porque les caés bien o porque sos lindo. Te llaman porque tenés condiciones”, cuenta.
Después de tanta insistencia, un día Nicolás decidió darse una segunda oportunidad. “Mi papá es uno de mis ídolos. Que mis viejos ahora estén felices a mí me llena de orgullo. Sin ellos no sería lo que soy”, responde visiblemente emocionado el jugador.
Que los futbolistas muestren abiertamente sus sentimientos no es algo habitual. Lo que se generó en esa casa ubicada en la calle Independencia, a una cuadra de la plaza 25 de Mayo de Chumbicha, fue especial. Con 20 años y consolidado en Primera, “Nico” empezó a entender lo que está construyendo. En un par de horas escuchó hablar a su abuela, a su mamá, a su papá, al secretario de deportes de Chumbicha, a un reconocido periodista del pueblo y a los vecinos.
Absolutamente todos se mostraron orgullosos de ver el crecimiento de “Nico”. En 2017 dudaba si apostar por Atlético, y apenas seis años después, el “decano” disfruta de su joya catamarqueña. “El otro día hablamos y me dijo que no se quiere ir de Atlético. Él se debe al club porque nos abrió las puertas y le dio todo. Su sueño es clasificarse a una copa y por eso lo golpeó tanto el cierre del torneo”, admite Walter.
Durante estos siete años hubo esfuerzos compartidos entre Catamarca y Tucumán. “Se sufre mucho a la distancia. Cuando vivía en la casa del abuelo de su amigo, a veces no tenía para mandarle plata para que cenara. Y yo no podía subir una foto comiendo de noche, porque tenía un hijo que no comía. Fue duro. Por eso digo que todo lo que tiene se lo buscó él, se lo ganó él”, cuenta el papá, con la voz entrecortada.
Una de las condiciones que pone Atlético a los chicos de inferiores, sobre todos a los que viven en la pensión, es que deben ir a la escuela y terminar el secundario, algo que “Nico” cumplió a medias. “A veces me llamaba la tutora para decirme que ‘Nico’ no había ido a la escuela; yo lo hablaba y lo retaba, pero él me decía: papá entendeme, los chicos salen de entrenar y tienen la comida lista y vuelven de la escuela y tienen la ropa limpia. Yo me tengo que poner a lavar. Me partía el alma”, confiesa.
Todas esas vivencias muy íntimas, a veces dolorosas, en algún momento sanan, se curan esas heridas y se llenan los vacíos. Hoy Nicolás sigue cumpliendo sus sueños. “Cuando terminó el primer partido lo llamé a mi papá. No podíamos hablar. No nos dijimos casi nada, estábamos emocionados”, recuerda y agrega: “las ganas que tenía de llegar a Primera me empujaron a que hiciera todo eso. Mi sueño era jugar en canchas grandes, con mucha gente. Esa fue mi motivación para seguir creciendo y no aflojar”.
Ya pasaron dos años desde que Nicolás debutó en Primera de la mano de Omar De Felippe. En Tucumán y en Chumbicha, el central tiene mucho aguante: “quiero que sea feliz, que disfrute y juegue con amor. Confío en que puede llegar a la Selección, yo confío”, remarca Walter, con firmeza.
Y ahí va “Nico”, dispuesto a seguir creciendo.