Queñoa, una propuesta para recuperar el bosque nativo
Es conocido como el árbol que crece a mayor altitud del mundo. Algunos ejemplares pueden superar incluso los 5.000 metros de altura sobre el nivel del mar. Pero no son sus únicos atributos. La queñoa tiene un formato retorcido, su tronco es de madera fuerte y aun así se dobla y contornea hacia sus extremos. Cuando crece, su follaje es tupido con hojas pequeñas. Pero la quema de pastizales, incendios y sobrepastoreo lo han puesto en peligro. Un grupo de tucumanos trabaja en un ambicioso proyecto que tiene como objetivo mantener los ecosistemas andinos saludables para lo cual es necesario reforestar aquellas áreas dañadas y reintroducir estas especies al ecosistema.
La iniciativa es parte del trabajo que desarrolla la Organización Internacional Acción Andina junto a Germinar Tucumán. Su misión es ayudar a perpetuar los servicios ecosistémicos de un millón de hectáreas de bosques Polylepis australis (nombre cientifico de la queñoa) y humedales altoandinos y parte de ese territorio se encuentra en la zona de las Sierra del Aconquija y Valles Calchaquies, como Anfama , Mala Mala y Chasquivil, a 2600 metros de altura.
La participación de la comunidad en la preparación y plantación de los árboles en el lugar correcto es un elemento importante dentro de todo programa de reforestación. Claudio Graña, ingeniero agrónomo, socio fundador de Germinar y motor de este proyecto fue quien logró entusiasmar a las comunidades indígenas y sumarlos a la tarea. “Me parece un hermoso desafío poder trabajar con los poblados de altura, que muchas veces están olvidados. Este proyecto tiene tres patas: reforestación, la conservación del agua y la vinculación con las comunidades indígenas y en cada etapa el rol de los pobladores es esencial. Ellos son los dueños de los árboles”, explica.
Paso a paso: del vivero a la reforestación de las primeras especies: A caballo y lomo de mula unas cuarenta personas trasladaron hace algunos días los primeros 1.500 plantines para reforestar la zona. El recorrido era largo y había que estar bien preparado. Con la colaboración de la comuna rural de Raco, primero se escogió un sitio en los cerros tucumanos y luego emprendieron viaje.
Fueron dos horas a caballo desde el último puesto de Anfama, algunos incluso lo hicieron caminando. “Ese día se vivió una fiesta donde hubo comida, bailes y ofrendas a la Madre Tierra”, relata Claudio Graña.
Pero la tarea comenzó hace un año y medio atrás con la recolección de las semillas y la creación del vivero comunitario que hoy funciona en Tafí del Valle. Allí, las tres comunidades indígenas nombraron a una viverista como representante y participaron de charlas y capacitaciones junto a otras mujeres de las demás comunidades del mundo. El proyecto se desarrolla actualmente en cinco países de Latinoamérica donde la ONG Acción Andina tiene sedes.
Los vecinos participaron en cada etapa y cuidaron los arbolitos hasta que estuvieron listos para ser plantados. Además instalaron un puesto de montaña, que sirva de refugio durante los viajes de trabajo.
“Con estas acciones buscamos recuperar los bosques nativos y devolver el equilibrio al ecosistema. Por eso, una parte sustancial de este proyecto es la conservación de las especies para lo cual hemos protegido el área en la que trabajamos para evitar el ingreso de animales y garantizar el correcto crecimiento de las queñoas”, explica Graña.
¿Cuáles son los desafíos para el año que comienza?, le preguntamos. “Para 2024 armaremos un nuevo vivero en Anfama y queremos hacer 40.000 arbolitos más”, concluyó.