Antes de centrarnos en el presente, el prólogo dice más o menos así. Era agosto de 2017 y, por aquel entonces, Sara Vallejo tenía 79 años y un deseo: recorrer Sudamérica a bordo de una motorhome.
Para conseguirlo la jubilada vendió su casa a un pariente y la mayoría de pertenencias hasta quedar libre, como una hoja sobre la brisa. Los mapas, los caminos, el curso de los ríos la llevaron por Uruguay, Brasil, Colombia, Chile, Perú, Ecuador y Bolivia. Fueron 75.000 kilómetros de aventuras, registradas en calcomanías e imágenes.
La felicidad duró, pero no fue eterna; como ocurre con cualquier protagonista de una gran hazaña, la historia siempre incluye un enemigo. Llegamos a 2020, mientras Sara se encuentra en Concordia (Entre Ríos) para visitar a unos amigos, el coronavirus muestra su cara. La alerta es lamentable, concreta, ahora hay que poner proa para Tucumán y regresar antes que las cosas se compliquen.
Recomenzar implicó mudarse a un anexo que perteneció (antes de ser remodelado) al garaje de su antiguo hogar. “Cuando me instalé nuevamente en Tucumán tuve que buscar formas para entretenerme. Me dediqué una temporada a hacer golondrinas de papel, una por día, como si estuviera presa. Sin embargo, por más que les abría la ventana, ellas no se iban a volar”, rememora con una sonrisa fresca.
Aceptando la derrota, otra vez su rumbo cambió. “Mientras viajaba, tenía la costumbre de anotar en un cuaderno las fechas, los recorridos y las anécdotas que me impactaron. Muchos de esos recuerdos acabaron convertidos en un libro. Además de mi perspectiva, le pedí a varias personas que me recibieron en el exterior, amigos y compañeros de viaje que escribieran las anécdotas desde su propia mirada”, comenta.
La publicación -titulada “80 años no son nada: adonde me lleve el viento”- agotó su primera edición y ya va por la segunda tirada.
Epílogo
2023, en el presente. Con el motorhome estacionado en la calle, las viejas travesías de Sara continúan latentes ¿y ahora qué pasará?
“Viajando puede que no se note, pero hay una gran diferencia entre tener 79 y 85 años. Después de la pandemia solo hice dos trayectos largos, uno a San Luis y el otro a Neuquén; no fueron en plan aventura sino con cuidado, para visitar a conocidos. El asombro y otra serie de cosas que había conquistado con mis recorridos desaparecieron”, se sincera.
Aunque el tiempo (tirano, incontrolable) dio un knockout, ella todavía renueva su licencia de conducir anualmente. “Hace unas semanas salí a dar una vuelta por la avenida Perón y aproveché para revisar el aire de los neumáticos y limpiar los vidrios del motorhome. Al subir me sentí rejuvenecida en un ratito. Si fuera por mí ya me hubiera ido hace rato; el problema son los hijos, ellos prefieren que no viaje por temor a que pase algo. Hay algunos golpes (como la muerte de gente cercana o de familiares) que te acobardan un poco”, agrega la antigua docente de Inglés.
Aún con ese pronóstico, las lecciones que cultivó Sara a lo largo de sus cinco años de travesías resultan un ejemplo para luchar contra la incertidumbre. ¿Vale la pena arriesgarse? Por supuesto.
“En muchas oportunidades me preguntaron ‘¿no tenés o tuviste miedo?’ y mi respuesta es ¿a qué?, ¿por qué? Confío en mí, soy responsable y audaz, pero no temeraria como para hacer tonterías que me perjudiquen o que afecten a terceros. Esto se trata de ir, con cuidado, siempre hacia adelante”, reflexiona.
Bienvenidos, alumnos
Sin tapujos ni ganas de ser tratada con formalidades (evitemos cualquier “usted”), la protagonista se anima a hacer una confesión osada. “Hay que ser sinceros, la vida de un adulto o de un viejo es aburrida”, afirma.
Al pensárselo mejor, la frase la completa con otro aprendizaje. “Lo que valoro en esta etapa es mi independencia. Cuando estoy sola o siento tedio puedo agarrar las llaves y salir a pasear, comprar cosas, visitar amigas, etcétera. La aventura que hice en el motorhome sirvió para demostrarle al mundo que no existe nada que temer. Fui capaz de vivir en una casilla pequeña, con lo justo y sentirme fantástica”, prosigue.
El culto al desapego fue otro de sus logros. “Después de vender los objetos que me acompañaron por varias décadas, aprendí que era posible movilizarme con lo mínimo indispensable. Eso llevó a que hoy, por ejemplo, tenga solo dos pantalones; no necesito y tampoco quiero más. Desprendernos de lo material ayuda, especialmente cuando ni siquiera recordás por qué o para qué siguen esas cosas ahí”, añade la jubilada.
Clasificados
En busca de un nuevo dueño
Hace un año, Sara puso en venta la casa rodante con la cual anduvo por América del Sur. En este punto, se aceptan voluntarios para seguir con su legado. El vehículo cuenta con baño, cuatro camas, heladera, aire acondicionado y una cocina tan cómoda que resulta posible preparar desde cero un pulpo a la gallega (comprobado de primera fuente).
“El motorhome lo compré en Estados Unidos y para recibirlo crucé el charco hasta Uruguay. El conflicto que surgió en el medio es que la ley argentina prohibe importar vehículos a menos que sean 0 kilómetros o tengan más de 30 años; sin el aval de esa documentación nacional cualquier transacción queda estancada”, explica.
A pesar de dicho inconveniente, la lista de interesados en adquirir la casa rodante es amplia.
“Lo más lindo del viaje fue conectar con personas de distintas nacionalidades y entablar amistades, eso es lo que le recomiendo a todos. En otros países hay redes increíbles de gente que circula en casas rodantes o abren sus hogares a los viajeros con mucho cariño. No soy tan ingenua para decir que las personas malas no existen, pero en mi caso no tuve malas experiencias”, acota. Querido lector, va una consulta seria: a estas alturas ¿lograste conseguir una vida igual de maravillosa? (no te rindas).
Publicación
Crónicas viajeras y algo más...
Los interesados en comprar el libro “80 años no son nada: adonde me lleve el viento” pueden comunicarse al celular 381-5849240. La autora hace envíos a diversos puntos de Tucumán y a otras provincias. También es posible contactar y conversar con Sara Vallejo a través de Instagram (@saraviajera80) o Facebook (80 años no son nada). La publicación fue editada por el Centro Latinoamericano para el Desarrollo y la Comunicación Participativa (Cedesco) e incluye junto a las crónicas ruteras diversas fotografías y códigos QR que amplían la experiencia.