Por Francisco López Cruz
Rector de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino
Nuestra democracia como sistema de gobierno está consolidada. Las generaciones que nacieron a partir del 83 y que hoy constituyen la mayoría de los votantes no conocen otra forma de gobierno ni se imaginan que hubiera otra posible. Y no se perciben riesgos futuros de cambios ni peligros para esta ya madura democracia.
Estoy convencido de que 40 años es un tiempo fundamental que nos interpela y nos plantea cuáles fueron los resultados y los logros alcanzados. Hay un sueño educativo argentino que nació y como un torrente se multiplicó de manera federal y llegaron así las escuelas y las universidades a toda la Argentina. El sueño de tener hijos con título universitario dio sentido a los esfuerzos diarios de muchos trabajadores, que creyeron que con educación hay oportunidades y esperanzas. (¿Será esto la movilidad social ascendente?)
Sin dudas la educación es esperanza. Sostuvo el esfuerzo y el ánimo de muchos jóvenes que en la pandemia pudieron estudiar, rendir, avanzar e incluso recibirse. Y el hecho educativo se explica y sostiene en el amor de los educadores, un amor expresado en el testimonio de vida, porque se educa con el ejemplo, las palabras se las lleva el viento. En definitiva, todos, de alguna manera, somos responsables de la educación de nuestra Argentina, desde el lugar que nos toque actuar.
Educación es esperanza, en el sentido literal de la palabra, porque lo maravilloso de la tarea educativa es que siempre se puede empezar de nuevo. La educación no tiene principio ni fin. Tampoco límites de edades, pues siempre nos estamos formando.
Los jóvenes y adolescentes están ávidos de una educación con significado. Que tenga sentido para su vida, que los inspire y motive. Y que responda a los requerimientos del mundo que les toca. Ante la intensidad y velocidad de los cambios que vivimos, esto es un imperativo de nuestro tiempo al que no podemos ignorar. Quien no abraza la innovación, la tecnología y la realidad actual del sujeto que aprende y en el contexto que aprende, estará muy lejos de ofrecer y generar significado al aprendizaje de nuestros alumnos, generando las frustraciones y angustias que esto implica, tanto para el que enseña como para el que aprende.
En estos últimos años pareciera que en la educación se empezó a nivelar “hacia abajo” como estrategia, ante las dificultades o limitaciones de la pandemia, la cuestión económica, la realidad de las familias, lo que generó en nuestros niños/as, adolescentes y jóvenes serios condicionamientos a la hora de aprender. Estoy convencido de que la verdadera educación y las oportunidades que ella brinda son el mejor antídoto ante estas carencias y limitaciones.
A 40 años de democracia en nuestro país, invito y animo a que todos seamos partícipes y responsables de ofrecer a las nuevas generaciones la experiencia real y concreta de aprender, de construir su futuro y el futuro de nuestra Nación.