“Lo único permanente es el cambio”, sentenció Heráclito hace más de 2.500 años. ¿Quién podría estar en desacuerdo? Pero… ¡cómo nos cuesta aceptarlo! Sobre todo cuando esta realidad presenta un cambio inesperado, y con él la sensación de incertidumbre, de ser vulnerables, de estar un poco a la intemperie. Y si bien nuestro país -se bromea mucho al respecto- tiene la costumbre de darnos toda clase de lecciones en este sentido, no por eso dejamos de recibir el impacto de sus frecuentes volantazos… y de sentir sus efectos. Algo que ocurre en todos los aspectos de nuestra vida, incluido el sexual.
Es más, la sexualidad es una de las áreas vitales más sensibles, quizás la que primero se hace eco del estrés que vive una persona. Y ni qué hablar cuando ese estrés se vuelve crónico: la falta de trabajo, los problemas de inseguridad, las dificultades económicas y, en general, estar inmersos en un clima de temor y descontento social, influyen de manera decisiva -y negativa- sobre nuestra vida sexual.
Pérdida del deseo, disfunciones en la erección y la excitación, falta de lubricación, anorgasmia, conductas evitativas y hasta fóbicas, llevan a que las relaciones sexuales disminuyan considerablemente o se vuelvan nulas. No es para menos, estos síntomas suelen ser la expresión de estados de ansiedad y/o depresión que tienen a las personas con su cabeza en otra parte. Es lógico: a una mente en estado de alerta, siempre afligida, proyectando escenarios catastróficos -porque hay que admitirlo, solemos preocuparnos antes de tiempo, por cosas que nunca van a ocurrir- le será muy difícil hacer el switch: relajarse, conectarse con el otro y con el placer.
Y así muchas personas, muchas parejas, se habitúan -no por elección, sino como síntoma- a poco o nada de sexo, privándose de una fuente especialísima de encuentro y de goce, lo cual puede tener repercusiones poco favorables, tanto a nivel individual como vincular.
Curiosamente, otra reacción posible frente a las crisis socioeconómicas es la salida maníaca de “a cog… que se acaba el mundo”. Algo así como entregarse a disfrutar del sexo en cada oportunidad que se presente sin tantas contemplaciones. Total “al fin y al cabo todos vamos a morir” o “esto puede estallar en cualquier momento”. El famoso “carpe diem” que invoca los frecuentes arrepentimientos de quienes están al final de su vida, en relación a las cosas que no hicieron. Sin embargo, algunos objetan que una actitud tan despreocupada para vivir la sexualidad puede llevar a descuidos que deriven en consecuencias indeseables: falta de responsabilidad afectiva, sentimientos de vacío, embarazos no intencionales, infecciones de transmisión sexual.
Quizás la respuesta se encuentre en una suerte de “camino del medio”, como dirían los budistas, que impida dejarnos arrastrar por las situaciones externas, fatalmente cambiantes (y sobre todo cuando están fuera de nuestro control). Y que, a su vez, nos recuerde una certeza irrefutable: estamos vivos, aquí y ahora. No es poco.