El respaldo popular que obtuvo Javier Milei le da una tranquilidad política clave para lo que se le viene: la de salir fortalecido de la segunda vuelta y con la suficiente adhesión como para animarse a impulsar cambios inmediatos y arriesgados no bien asuma el 10 de diciembre. Frente a la coyuntura actual dar ese paso le es inevitable. La votación de ayer se lo permite y casi lo obliga a decir cómo lo va a hacer y hasta está en condiciones de limitar al Gobierno nacional en los próximos 20 días de la transición. El oficialismo puede facilitarle el camino al libertario o hacerse el distraído y esperar que transcurra el tiempo y que el electo presidente se vea, de repente, con toda la botonera del Poder Ejecutivo a su entera disposición, para mostrar desde el primer día que va a poder reencauzar la situación económica, principalmente. Para eso lo eligieron. Anoche dijo que empieza el tiempo de reconstrucción de la Argentina. Vaya desafío que debe asumir, porque se le acabó el tiempo de los discursos agresivos y agrietadores; tendrá que pasar a gestionar con otras formas.
Pese a la adhesión de los millones de votos que consiguió, en lo que deberá detenerse Milei es en analizar cómo y con qué socios contará en el Congreso, porque allí se librarán varias de las batallas que anticipó que las iba a dar. Allí obtendrá sus principales victorias o eventuales fracasos. En ese cuerpo por lo menos ya cuenta con los aliados macristas, pero están en dudas algunos radicales que integraban junto al PRO la coalición Juntos por el Cambio. En ese marco, la UCR tendrá que atravesar un proceso interno de reacomodamiento para definir si es oficialista, acompañando a Milei, o si se convierte en oposición, a la par del peronismo, que volvió a ser derrotado.
En ese sentido, el escenario opositor no se muestra claro, como tampoco el posible sistema de aliados de Milei, por ahora. Anoche salió a decir que todos los que quieran sumárseles serán bienvenidos. ¿Los de la “casta” también? En este aspecto parece que tendrá límites. El presidente electo deberá trabajar, entonces, en ampliar su base de sustentación institucional para avanzar con su plan de acción político; y en esa dirección ya tiene un socio principal: Mauricio Macri. El aporte del ex presidente implica que una parte del PRO -el de los halcones-, se sumará al oficialismo libertario, lo que también puede significar un eventual quiebre del partido macrista. Ese acompañamiento de Macri no le saldrá gratis al libertario, necesitado de contar con socios para acometer una tremenda tarea, casi titánica: reencauzar a una Argentina económica y socialmente postrada.
Pero Milei tiene un punto fuerte en su favor a partir de su victoria: puede elegir con quienes gobernar. E imprimirle ideología a esa tarea. Sabe que tendrá al peronismo en la vereda de enfrente. En este punto puede aprovechar el desconcierto que afectará al PJ, donde se desatará una interna por los nuevos liderazgos. Ese proceso de reorganización, y de renovación, puede entorpecer el rol opositor que deberá ejercer el justicialismo frente al nuevo Gobierno.
En fin, el cuadro político nacional que viene anticipa una oposición fracturada y enfrascada en sus propias internas intentando reacomodarse frente al escenario que expone a un novato de la política sentado en el sillón de Rivadavia. El panorama nacional dibuja a un Milei gobernando y buscando aliados y a otros peleándose entre ellos siendo opositores. En el medio la Argentina y su crisis recurrente.