La Argentina que se viene está signada por el ajuste. Ya no es gradualismo; es shock, porque las correcciones que debió hacer el Estado hoy las exige el mercado. No hay margen para la negociación. El frente cambiario es complicado. Sostener el dólar oficial en torno de los $ 368/$ 370 por unidad es una alquimia cuando, por ejemplo, la inflación de ese mes se moverá cerca del 10%, tres veces más del incremento esperado por el Gobierno con el “crawling peg” (ajuste gradual del tipo de cambio).
El Banco Central no tiene espaldas para hacer frente a la demanda de divisas estadounidenses. El stock de reservas internacionales brutas se encuentra en niveles mínimos, en U$S 21.504 millones, la cifra más baja de las últimas dos décadas; pero el contexto no ayuda: tanto la deuda comercial por importaciones como la brecha cambiaria están en máximos.
Para el nuevo presidente, la herencia es mucho más compleja de la que recibieron en 2015 Mauricio Macri y en 2019 Alberto Fernández. Los desequilibrios macroeconómicos son más agudos. La Argentina está atrapada hace 12 años en el laberinto del estancamiento con elevada inflación, apunta Equilibra, Centro de Estudios Económicos. El problema es que mientras no se encuentra la salida, el PBI per cápita se achica y la tasa de inflación se acelera, con una incesante emisión monetaria.
La historia confirma esta tendencia. En mayo de 2003, Néstor Kirchner asumió con una inflación del 14,3% y cerró su mandato, en diciembre de 2007, con una tasa del 25,7%. A su vez, Cristina Fernández de Kirchner terminó su primer mandato con un Índice de Precios al Consumidor (IPC) del 22,8%. En el medio se rompió el termómetro estadístico, con una intervención de la política en el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec). Al concluir su segundo mandato en diciembre de 2015, la inflación fue del 26,9%, de acuerdo con los datos de la Fundación Libertad y Progreso. Macri, a su vez, dejó el Gobierno en diciembre de 2015 con una inflación del 53,8%. Alberto Fernández, en tanto, no pudo encontrarle la vuelta y hasta el mes pasado acumuló una inflación anual del 142,7%. La continua caída del poder adquisitivo explica el incremento de la tasa de pobreza que, hasta estos días, afecta a casi el 43% de la población urbana argentina. La tradicional clase media está prácticamente desapareciendo. En términos estadísticos, ocupan el decil 8 y 9 (entre 10) de la pirámide socioeconómica medida por ingresos. Para sostenerse en esa franja social, una familia tipo requiere más de medio millón de pesos de ingresos mensuales y constantes al hogar.
El nuevo presidente está obligado a conseguir dólares para que el Banco Central recupere poder de fuego y atienda las necesidades de sostenimiento de la moneda nacional y las deudas por el comercio exterior. También deberá encontrarle la vuelta a la deuda, en la que el FMI es uno de los principales acreedores. En el camino, deberá buscar la manera de detener la inflación para que los argentinos no sigan empobreciéndose. Y, por si esto fuera poco, deberá poner en práctica un plan de estabilización de la macroeconomía si quiere crecer a un ritmo del 2% anual para que, paulatinamente, recupere credibilidad en el mercado global y, paralelamente, reduzca la escandalosa tasa de pobreza en la Argentina.