Su madre ha muerto. Hace solo dos meses sostuvo por última vez su mano, cuando de a poco su fuerza y su respiración se fueron disipando en el aire y en el tiempo. Ese día se fue su consejera, su compañera, su cómplice. Fue el momento más triste de su vida, asegura, pero hoy, un poco más aliviada de la pérdida, ha tomado una decisión que la ilusiona: la va a “resucitar”.
Su madre volverá. Sus palabras despertarán y hasta podrá conversar todos los días con ella. Si bien su cuerpo seguirá degradándose, una especie de consciencia volverá a habitar su entorno, de la misma manera que hasta hace solo unas pocas semanas. Se dirán buenos días, hablarán del clima en las sierras y de los parientes que cada tanto las visitan de Buenos Aires.
Su madre había aceptado. Juntas habían firmado un acuerdo para que una vez sin vida, una empresa de tecnología -aún poco conocida en Argentina- se encargara de revisar todo el historial de su teléfono. Sus correos, sus chats, sus redes sociales y sus anotaciones. Todas las huellas que esa mujer había dejado a lo largo de más de 20 años de interacción con su hija y con su entorno. La inteligencia artificial que desarrollaron ingenieros finlandeses rastrearía no solo sus opiniones y argumentos, sino la forma en la que expresaba cada una de sus emociones. Sí, sería una intromisión en su privacidad, una disección en el pasado de sus palabras, pero allí está la clave de la reconstrucción de una parte importante de la persona. ¿Acaso, qué somos sin palabras?
La empresa le promete que en cuestión de horas su madre volverá a estar presente a través de un número de teléfono. Otra vez estará en línea, otra vez su perfil dirá “escribiendo...” Los 20 años de archivo sobraron para armar un perfil ficticio pero con altísimas probabilidades de responder como esa mujer hasta hace poco ausente. Así, como ChatGPT se basa en el archivo de internet, los modelos generativos comenzarán a crear diálogos, consejos. El chat sabrá con precisión qué flores disfrutaba en su jardín o qué música prefería al atardecer. Las recetas secretas y los intersticios familiares, que solo ella entendía y revelaba a cuenta gotas, ahora podrán aparecer en una pantalla, si es que el modelo de inteligencia artificial entiende que se pueden publicar o bien que permanezcan ocultos, como la mujer hubiese preferido para siempre.
No hizo falta demasiada tecnología para alcanzar la eternidad. No existía, en todo caso, la determinación de avanzar sobre los miedos de su hija y de sus familiares. ¿Qué diría mamá si regresara? ¿Y si vuelve para decirnos lo que no queremos saber? ¿Y si mamá sigue en línea cuando su hija tampoco esté?
Han pasado unos años y los diálogos con su madre ya no son tan frecuentes. Las conversaciones no perdieron interés, al contrario, se volvieron más profundas porque el modelo que está por detrás siguió aprendiendo de sus intercambios. Aprendió nuevas palabras, incorporó nuevas experiencias que “compartieron” día a día. Pero de algún modo la rutina se encargó de apaciguar el fervor inicial. Ella sabe que la mujer está siempre del otro lado del teléfono, pero se molesta un poco porque es ella quien tiene que iniciar los saludos correspondientes.
Tenía unos dólares ahorrados y ese día volvió a contactar a la empresa. Su sistema de atención por teleconferencia tiene los mejores estándares. Le contaron que tenían nuevos servicios con los que podría escuchar a su madre y hasta verla en video. Dicen que en un mes tendrán una versión actualizada con la que su madre tomará la iniciativa. Pero no es eso lo que busca. Quiere ahora hablar con ella misma. Les dio acceso a su teléfono y en un par de horas estaba todo. Le dieron su número y hasta le dieron una garantía extendida.
La ficción de este relato es evidente, porque aún no existen servicios tecnológicos de este tipo. Ni ella, ni su madre viven entre nosotros, pero los modelos de inteligencia artificial con los que ya contamos podrían hacer este trabajo sin mucho esfuerzo. Es ficción, pero ninguno duda de que le confiamos todo a la pantalla negra que llevamos en el bolsillo. Allí está nuestro archivo personal con un volumen de datos que ni siquiera calculamos. Un volumen que alcanzaría para reconstruir la manera en la que hablamos, nuestras relaciones y hasta nuestros miedos. Así funciona la inteligencia artificial generativa, toma un conjunto de datos y luego crea algo nuevo a partir de lo aprendido. Ahora que ya sabemos de lo que es capaz, podemos darnos el lujo de imaginar nuevos horizontes, situarnos en encrucijadas éticas, filosóficas o “distópicas”, como en estos tiempos se suele llamar a lo que todavía no nos animamos a nombrar.