En estos 40 años de viaje democrático argentino la institución familiar no dejó de mutar, al compás de las nuevas legislaciones y, sobre todo, de la metamorfosis cultural que atraviesa la sociedad. De lo sucedido entre el modelo previo a 1983 hasta la actualidad da cuenta el relato de Claudia López, abogada especialista en el tema, docente universitaria y ex jueza en el fuero de Familia. Durante la entrevista con LA GACETA ella fue enumerando, década a década, los momentos clave de este periplo histórico, analizó los cómo y los por qué de las transformaciones y, en especial, interpretó la potencia de estos profundísimos cambios.
- Es difícil sintetizar cuatro décadas de historia, pero por algún lado hay que empezar. ¿Cuál sería?
- Podemos elegir algunos momentos que son cruciales, leyes que han provocado cambios culturales fuertes. En el 83 recuperamos la democracia y no es casualidad que en la primera sesión del Congreso se ratificaran algunos tratados, como la Convención Americana de Derechos Humanos, que es lo que se conoce como el Pacto de San José de Costa Rica. Y ahí nomás, en el 84, llega la Ley de divorcio, que es muy importante porque cambió un patrón.
- Fue un cimbronazo en materia familiar, largamente esperado además...
- Hasta ese momento Argentina era uno de los últimos países que no tenía divorcio vincular. Había aquí un modelo extraordinariamente patriarcal y heterosexual; digamos papá, mamá, hijos... Toda la estructura familiar estaba basada en las decisiones del varón. A veces olvidamos que una de las cosas que modifica la Ley de divorcio vincular es que trae también la autoridad parental compartida. En ese momento yo estaba en la Facultad y me acuerdo de que fue una gran discusión. Había quienes creían que se iba a acabar la familia, que todo el mundo se iba a divorciar. Una serie de cosas que obviamente no pasaron.
- ¿Hasta qué punto fue clave la autoridad parental compartida?
- Antes de 1984 se decía patria potestad y la tenía sólo el padre; no la madre. Entonces el padre podía disponer de su hijo a su antojo. Si tenían que salir del país sólo el padre iba al escribano a firmar la autorización; el padre podía sacar a su hijo del país aunque la madre estuviera en contra. En esa familia las mujeres estaban muy acotadas. De hecho, no tenían la autoridad parental sobre sus hijos.
- ¿Cómo siguió este proceso en los años 90?
- En esa década nuestro país ratifica una serie de tratados de derechos humanos, como la Cedaw, que es la Convención contra todas las formas de discriminación de la mujer, y la Convención de los Derechos del Niño. Esto no impactó inmediatamente, porque el patrón ideológico de esos tratados internacionales era muy diferente a lo que en ese momento decía nuestro Código Civil. Pero sí fueron marcando un camino, hasta que se produjeron los cambios que armonizaron la legislación interna con estos compromisos internacionales que había adquirido el Estado argentino.
- ¿Cómo repercute el espíritu de estos tratados en el cuerpo social?
- Tienen una importancia fundamental, porque la estructura familiar se modifica. Se pasa de un modelo absolutamente patriarcal, organizado alrededor de un jefe, a una estructura democrática, en la que cada miembro de la familia es sujeto de derecho. Hasta ese momento se invisibilizaba situaciones, por ejemplo de violencia contra la mujer o contra los chicos. Estaba esa pésima idea de que el Estado no debía meterse dentro de la estructura familiar, de la vida íntima de la familia, y se pasa a una concepción totalmente distinta. Si tenemos una familia compuesta por sujetos de derechos que los protegen, cuando esos derechos se violan dentro de la familia el Estado tiene que intervenir.
- Es lo que sucedió en el país...
- Tras la ratificación de los tratados pasó como una década hasta que salieron las leyes de protección integral de los derechos de la mujer y del niño. Y lo importante es que se empieza a escuchar a la mujer cuando denuncia situaciones de violencia doméstica, se empieza a escuchar a los niños en los juzgados. Es un discurso que comienza a hacerse fuerte.
- ¿A qué velocidad acompañó la Justicia estos cambios?
- Llevó décadas. El cambio cultural se da en la familia, pero tiene que llegar a todos los ámbitos. En 2010 juré como jueza Civil en Familia y en ese momento teníamos el Código Civil viejo, con disposiciones opuestas a la Convención de los Derechos del Niño y la Cedaw. El Código Civil decía que los niños eran objetos de protección, incapaces, y por eso no había que escucharlos. Bueno, yo tomé la decisión de seguir los tratados internacionales. Introduje una serie de modificaciones que se daban de narices con lo que decían el Código de Procedimientos vigente y el Código Civil. Claro, yo venía con esa idea, pero muchos jueces no actuaban así. Hasta que en 2015 se concreta la modificación y tenemos el Código Civil nuevo, hermoso, totalmente coherente con la Cedaw, con la Convención de los Derechos del Niño, con los pactos de derechos humanos. Pero bueno, ha sido todo un proceso.
- ¿Cuáles son los hitos que llegan con el siglo XXI?
- Comienza a tener más visibilidad el tema de las familias diversas. Por ejemplo, las uniones convivenciales empiezan a ser reconocidas por la jurisprudencia y el Código de 2015 trae todo un capítulo sobre esto. Era lo que antes se llamaba concubinato, ya no se usa la palabra porque en su momento tenía un significado peyorativo. Por eso se empieza a hablar de uniones convivenciales, para revalorizar el derecho de las personas que viven juntas pero no desean contraer matrimonio. Se reconoce esa libertad, pero a la vez se protegen los derechos; qué pasa con los temas de alimentación, jubilación, educación, locación, herencia...
- Ser concubino era como un estigma, ¿no?
- Directamente no se lo decía. Conozco mucha gente que hablaba de “mi esposo”, sobre todo las mujeres.
- ¿Hacia dónde fueron avanzando los cambios?
- A partir de 2010 aparecen la Ley de identidad de género y la Ley de matrimonio igualitario, que en su momento ponen a la Argentina a la vanguardia del mundo. La Ley de identidad de género trae algo muy importante, que es valorar la autopercepción. Con eso se termina la patologización, porque hasta ese momento si alguien quería cambiar de género se hacían juntas, se les pedía opinión a los médicos, a los psiquiatras... Lo que hace la Ley de identidad de género es reconocer que esto no es binario, sino mucho más amplio. Nos lleva a valorar la autopercepción y a entender que uno es el único juez que puede decidir quién es, qué le gusta, qué quiere. Entonces la de la Justicia pasa a ser una decisión únicamente administrativa.
- La del matrimonio igualitario fue una larga discusión. ¿Cuáles fueron aquellos ejes?
- El Código Civil estable que el sexo deja de ser un requisito para contraer matrimonio. Simplemente lo que hace la ley es sacar ese requisito, entonces hay un solo matrimonio y todo lo que tenga que ver con bienes, con hijos, se va a regir exactamente igual. En ese momento la gran discusión era el tema de los hijos, sobre todo el de la adopción. Entonces el Código Civil pasa a indicar que los matrimonios igualitarios iban a poder adoptar en igual situación que las personas heterosexuales, que los deberes y derechos en relación a los hijos iban a ser los mismos. También se habilitó la adopción integrativa, o sea la adopción del hijo del cónyuge.
- ¿Qué recuerda de aquellos momentos históricos en materia de conquista de derechos?
- Rescato el valor de estas leyes porque en su momento fueron discutidas a lo largo y ancho del país. La comisión de legisladores que las estaba tratando viajó provincia por provincia, estuvieron un año escuchando en los foros a todo aquel que fuera con una ponencia. En su momento decíamos “ya está, que dejen de hablar, levanten la mano y voten”. Pero lo que hicieron fue muy pedagógico, fue importante que todos tuvieran un espacio para hablar. Uno de esos efectos fue que se escuchó cuál era el discurso del no, qué opinaban los que estaban en contra. Y la verdad es que eran posiciones que espantaban, retrógradas. Hizo muy bien darles un micrófono y escucharlas, porque un montón de gente que tal vez no le estaba dando mucha importancia al tema, cuando vio cuál era la discusión dijo “no podemos discutir en esos términos”.
- ¿Qué fue cambiando en materia de adopción?
- Antes sólo podían adoptar los matrimonios heterosexuales o las mujeres individualmente. Había muchos tabúes para que adoptara un hombre solo. Hoy ya no es así, pueden adoptar todos los matrimonios, pueden adoptar los convivientes, pueden adoptar las mujeres solas o los hombres solos. No hace falta casarse para adoptar. No hay requisitos de heterosexualidad, como había antes.
- ¿El sistema ganó en velocidad?
- Lo que pasa en Argentina es que hay más gente que quiere adoptar que niños para ser adoptados. Lo que es una buena noticia, ¿no? Los países con muchos niños para ser adoptados vienen de catástrofes, de situaciones tremendas. Acá además hay políticas de anticoncepción y más ahora que tenemos la interrupción voluntaria del embarazo. A veces la gente dice “uy, el trámite es engorroso”... Pero el trámite no es engorroso, sí se pide una serie de requisitos, es totalmente lógico que se hagan informes psicológicos, socioambientales. Pasa que a partir es eso hay una especie de lista y no hay tantos chicos para ser adoptados.
- ¿Y en el seno de las familias?
- Hay cosas que han cambiado. A muchos chicos no se los adoptaba, sino que les adulteraban la identidad. O sea, cuando nacían se los inscribía como hijos de la familia que los quería adoptar. Es un trámite que sí o sí tiene que hacerse de forma legal, no simplemente apropiarse de una criatura. Eso es ilícito. Hoy hay mucha más conciencia de que la adopción debe hacerse legalmente, aunque sigue habiendo entregas ilegales que producen estragos en la familia y estragos en los chicos. Por otro lado, ha sido necesario un cambio cultural para que la gente vea que a los hijos adoptivos no les tienen que mentir. Hoy el registro acompaña a los postulantes, las psicólogas les hablan de la importancia de decir la verdad. Hoy uno ve chicos muy chiquitos a los que desde siempre se les dijo la verdad, saben que son hijos adoptivos y eso no produce ningún trauma. Al contrario, lo que producía muchos problemas era la mentira.
- ¿Cuáles fueron los avances en lo referido a violencia intrafamiliar?
- A partir de las legislaciones, pero sobre todo de la visibilización de los casos, se tomó otra conciencia de lo que pasa dentro de la familia. Todo esto que estamos diciendo, las modificaciones en la familia, tienen mucho que ver con las luchas de las mujeres, que han hecho que los temas se pongan en el tapete. Son temas en los que el Estado se tiene que involucrar, debe haber políticas públicas de prevención. De no escuchar a las mujeres, de no creerles, se pasó a escucharlas, a estudiar más profundamente cómo es el fenómeno de la violencia. Hoy el Poder Judicial tiene la Oficina de Violencia Doméstica, la Oficina de la Mujer, se hacen capacitaciones en Ley Micaela, capacitaciones en temas de violencia, y ha habido también un cambio generacional fuerte. Hay muchos jueces y juezas muy comprometidos con los temas de género.
- ¿Cuáles cree que son los temas que deberían abordarse para seguir avanzando?
- El de la violencia intrafamiliar es un tema complejo, yo diría que está más visibilizado en lo que se refiere a las mujeres que en los niños. Quedan muchas deudas en cuanto a políticas de prevención y de respuestas rápidas en esos casos. También sigue habiendo deudas importantes en temas como la brecha salarial en relación a las mujeres. En cuanto a las políticas de cuidado. Argentina le ha pedido a la Corte Interamericana de Derechos Humanos una opinión consultiva para que la Corte Suprema se pronuncie sobre el derecho al cuidado como un derecho humano.
- ¿En qué consiste?
- Comprende el derecho a ser cuidado, el derecho a cuidar y el derecho al autocuidado. Ese sigue siendo un tema pendiente, porque todo lo que tiene que ver con el cuidados de niños, de enfermos, de ancianos, de personas discapacitadas, sigue recayendo más en las mujeres, en las madres, en las esposas, y todo por cuestiones culturales, ¿no? Esto es así desde hace muchos años y es urgente modificarlo, que haya políticas públicas y desde el Estado se modifique. Las mujeres seguimos con jornadas dobles y triples, con mucho agotamiento. Además, seguimos viendo cuestiones con los hijos. Cuando una mujer está casada y tiene hijos, encuentra problemas para conseguir trabajo. En cambio, para un hombre es más fácil lograrlo cuando está casado y tiene hijos. O sea, desde el común de la sociedad se lo lee diferente.
- ¿Cuál es su mirada general sobre lo sucedido desde la recuperación democrática?
- Creo que es positiva. Las cosas han cambiado mucho y van a seguir cambiando, sobre todo porque las mujeres están en la calle dispuestas a no dejar que todo siga igual. Pienso que es eso lo que está provocando el cambio, la decisión de las mujeres.
Claudia Inés López
- Se desempeñó como jueza Civil en Familia de la VIª Nominación del Centro Judicial de la Capital tucumana durante 11 años, hasta el 6/4/22.
- Es Profesora Adjunta de la Cátedra A de Derechos Humanos de la Facultad de Derecho de la UNT. Se desempeñó también como docente de la Cátedra de Derecho Internacional Público y Política Internacional de esa Facultad.
- Obtuvo el diplomado en “Mujeres y Derechos Humanos” en la Universidad de Chile, el Diplomado en Derechos Humanos en el Washington College of Law de la American University y la Especialización en Justicia Constitucional y Derechos Humanos de la Universidad de Bolonia (Italia).