J.F (28 años)
Hace cinco años, mi novio se fue a vivir a España por una beca. En ese tiempo, él propuso que nos mandemos chats eróticos y fotos o videos masturbándonos. Ambos prometimos que después de verlos íbamos a borrarlos y que jamás había que mostrar nuestra cara por las dudas. Después de cortar la relación, un día me encaró un desconocido en un boliche (muy borracho) y dijo que a él también le encantaban las pajas telefónicas.
Me quedé en blanco, recuerdo que dos amigas me dejaron en mi casa y entonces tuve un ataque de ansiedad. ¿Por qué conservó las fotos? ¿En qué contexto o por qué se las mostró a otros? Pasé meses dándole vueltas al tema, pero jamás encontré una respuesta que me diera paz. Al final borré mis redes sociales y corté cualquier comunicación con mi ex y su entorno. Me gustaría decir que salí adelante, pero hay cosas que no se olvidan. Con las parejas que tuve después fui un poco cruel porque necesitaba que respeten mi privacidad. Les exigía que no me sacaran fotos ni postearan publicaciones nombrándome. Llegué al punto de no tener charlas importantes o muy románticas por WhatsApp por miedo a las capturas de pantalla; ese fue mi mecanismo de defensa.
S.V (31 años)
En 2017 me casé, Marcelo tenía 10 años más que yo y estaba divorciado en muy malos términos, al punto de recurrir a un abogado para hablar o usar mediadores. No sé si fue por envidia, odio mal dirigido o qué, pero la ex esposa sacó varias fotos de nuestros instagrams (justamente en donde salíamos besándonos, en la playa o un jacuzzi) y creó perfiles truchos en páginas porno. También promocionó el “servicio” en grupos de Facebook y Twitter. De vuelta, tuvimos que recurrir a la Justicia y ahora ambos tenemos una orden de alejamiento de ella. La saqué barata si pienso en la cantidad de mujeres que sufren acosos así. Lo que me molestó fue el chisme y morbo que impulsó. Había amigos o compañeros de trabajo que querían que les contara la historia, gente que buscaba esas fotos y después mandaba mensajes extorsivos. La gente que difunde material sexual no autorizado, lo comparte e interactúa con ellos para entretenerse son cómplices. Parece que a nadie le queda claro eso.
M.G (23 años)
Cuando tenía 19 años me puse de novia con un chico que conocí en Tinder. Los primeros meses, Federico fue súper respetuoso, me daba regalos y se ofrecía a irme a buscar de cualquier lado. Creo que esta historia es bastante típica, después de siete meses mostró la hilacha; comenzó a celarme, ponerse violento, hurgar mi celular para ver con quien hablaba o lo que le decía a mis amigas. Ahí me di cuenta que esto era tóxico y cortamos. Dos semanas después, empecé a recibir chats asquerosos de hombres que preguntaban cuanto cobraba por sexo. A algunos los contesté con insultos, como pude, mientras procesaba todo. Descubrí que había fotos mías en ropa interior o durmiendo que él había tomado sin permiso. Hice tres denuncias policiales, entregué 350 mensajes como evidencia y aún así la Justicia no movió ni un pelo para ayudarme. Mil veces me cuestioné por qué salí con un tipo así, qué pasó en el medio. Lo peor es que sentís culpa y eso hace que te olvides que vos sos la víctima. No debo pedirle perdón a nadie ni bajar la cabeza. Tuve una pareja horrible, confié en un desgraciado y vi a mi papá llorar de vergüenza. Por suerte, la experiencia no me destruyó, al contrario, me volví alguien consciente de las injusticias y el machismo. Aprendí a luchar por mis derechos y a exigir su respeto.