El hartazgo que expresa la mayoría de los argentinos con la política es multicausal, pero tiene dos ejes de base. Por un lado, el fastidio de la sociedad con el perpetuo electoralismo que padece este país, que vota cada dos años, aunque el año previo al electoral ya se vive en campaña (con lo que aumenta la sensación de que no se atiende la gestión), y que el período propiamente electoral, como este 2023, se debe votar como mínimo cuatro veces y, según el distrito, pueden ser más.
Es decir, la gente percibe que hay más electoralismo y rosca política que gobierno real durante los cuatro años de mandato.
Un ejemplo cercano es el gobernador, Osvaldo Jaldo, quien cada vez que tiene un micrófono cerca se monta sobre los bríos de la gestión que vendrá. Una forma elegante de despegarse (¿y de autocriticarse?) de su antecesor, Juan Manzur, quien comandó una de las administraciones más anodinas y ausentes desde el retorno de la democracia.
Por otro lado, el hartazgo se justifica en los carentes o escasos resultados políticos para solucionar los graves problemas de la gente -por décadas recurrentes- que golpean a la totalidad de los argentinos. Porque el indigente los padece a todos, pero el más acomodado también debe soportar un país injusto y desigual, distorsionado por donde se lo mire, centralista, sin perspectiva ni previsibilidad y, por lo tanto, expulsivo, lejos de las banderas de la inclusividad que se levantan con tanta hipocresía.
En síntesis, el cansancio por demás evidente con la política en general y los políticos en particular, que se evidencia en cifras récords de votos en blanco y abstenciones en 40 años, o en apelar a opciones electorales insólitas, pero también en la bronca que se vuelca en las redes sociales, en la calle, en las aulas y hasta en las mesas familiares, encuentra dos principales causas, entre otras: se vive en una campaña sin fin, permanente, y muy costosa, y la política no garantiza, en general, una mejora de la calidad de vida de la gente, sino más bien lo contrario.
Nos interesa, en esta oportunidad, hacer foco en este último punto: ¿De qué hablamos cuando hablamos de calidad de vida?
Respuestas científicas
En las múltiples definiciones que existen sobre calidad de vida también hay divisiones. Hay quienes piensan que proveer servicios básicos como energía, agua y cloacas, educación, salud y seguridad es garantizar calidad de vida. Hay otras opiniones que elevan la vara e incluyen contaminación, transporte público, reciclaje, espacios verdes, tránsito, empleo, crecimiento económico, cultura pujante, etcétera.
La lista de variables objetivas y subjetivas que pueden influir en la calidad de vida de una población es innumerable, según los intereses facciosos o el sesgo cognitivo de cada individuo.
Por ello hemos recurrido a la ciencia, desapegada del maniqueísta relato político, para que nos explique qué es y cómo se mide el confort, la felicidad y la satisfacción de las personas.
“La calidad de vida es un concepto relacionado con el bienestar de las personas. Depende de ciertas bases materiales, pero está lejos de reducirse a ellas. Para construir estos índices hemos procurado reflejar las características socioeconómicas y ambientales valoradas por las personas como determinantes de su prosperidad”, explica Guillermo Velázquez, investigador superior del Conicet en el Instituto de Geografía Historia y Ciencias Sociales, citado por el espacio de estudio y reflexión multidisciplinario Ciudadanía Metropolitana.
El económico, el social, el cultural y el ambiental son algunos de los factores que tienen una mayor incidencia en esta fórmula del bienestar.
Velázquez formó parte de un grupo de científicos que durante más de 20 años de investigación -desde que comenzó este siglo- fue elaborando y enriqueciendo un mapa interactivo que cubre todo el país: https://icv.conicet.gov.ar
El mapa abarca a 52.408 unidades geográficas censales -en cada una hay unos 1.000 habitantes- en las que se divide la Argentina.
Las unidades geográficas censales son áreas específicas utilizadas en censos y recopilación de datos demográficos con fines estadísticos. No son equivalentes a divisiones políticas como provincias o municipios.
Estas unidades se utilizan para dividir una región en áreas más pequeñas con el fin de recopilar información detallada sobre la población, la vivienda y otras informaciones relevantes.
“Desde hace más de 20 años estudiamos de esta forma la calidad de vida en el país. Comenzamos analizando la ciudad de Tandil, luego nos extendimos a la provincia de Buenos Aires, a la región pampeana y de allí a todo al resto del territorio. En cada etapa fuimos ajustando los instrumentos de análisis y comprobando los resultados en los lugares estudiados. A medida que expandimos el área, para asegurar la cobertura del país nos fue necesario contar con la colaboración de otros centros de estudios”, detalla Velázquez.
El mapa de la felicidad y de la tristeza
Detrás de este mapa hay un desarrollo de científicos argentinos que encuentra pocos equivalentes a nivel mundial. El doctor en Ciencias de la Computación y director del Instituto Superior de Ingeniería del Software de Tandil, Alejandro Zunino, describe: “El desarrollo de este software significó un enorme desafío informático, dado que implica que en tiempo real se transfieran, a través de la red, una cantidad de datos y se permita, a su vez, un número y un tipo de operaciones -con alto grado de de precisión y detalle- poco frecuentes en aplicaciones de mapeo por Internet”.
Este mapa se divide en cuatro colores que miden el índice de calidad de vida (ICV). En rojo, el 10% de las unidades con peor calidad de vida; en ocre y verde claro, situaciones intermedias; y en verde oscuro, el 10% con mejor calidad de vida.
Si se observa a toda la Argentina completa la imagen que nos devuelve es bastante obvia. El rojo y el ocre, los peores índices, son predominantes en más del 70% del territorio. El rojo y el ocre dominan el Norte Grande y desciende por una franja central que va desde Jujuy hasta Chubut. A ambos lados de esta columna vertebral comienzan a apreciarse más unidades geográficas verdes, claras y oscuras, si bien tampoco son dominantes.
Al este de la franja vertical roja que atraviesa casi todo el país, vemos bastante verde en el centro y este de la provincia de Córdoba, el sur de Santa Fe y de Entre Ríos, el norte y el sur de la provincia de Buenos Aires, y el este de La Pampa. También algunos mojones verdes extensos en las costas de Chubut.
Al oeste de la franja roja vertical, se destacan amplios territorios sobre las regiones cordilleranas de San Juan, Mendoza, Río Negro y Chubut.
Decíamos que la ancha línea de peor calidad de vida que cruza de norte a sur el país va de Jujuy hasta Chubut, porque se corta en Santa Cruz, la única provincia donde casi el 60% del territorio está pintado de verde claro y oscuro. También hay bastante verde en el este y sur de Tierra del Fuego.
Una rápida conclusión nos indica que las zonas con mayor calidad de vida son las agrícolas-ganaderas, y algunas regiones costeras y cordilleranas.
Haciendo zoom
Lo más impresionante de este arduo y minucioso trabajo científico empieza cuando se empieza a hacer zoom en el mapa. Si se amplía, por ejemplo, a escala de provincias, podemos entender con más contundencia la situación del ICV y que no todo tiene que ver con las riquezas naturales. Microrregiones abundantes en recursos pintadas de rojo y ocre y otras, por el contrario, pobres en materia prima proveniente de la tierra y la naturaleza, con mayoría de verdes.
Aquí comienza otro análisis, otro debate, más endógeno, más sociocultural, más político.
A esta escala de zoom vemos por ejemplo que en casi todas las capitales y ciudades importantes del país predominan los verdes. Aunque hay áreas metropolitanas, como por ejemplo Córdoba, donde el círculo verde es cientos de kilómetros más amplio que la ciudad en sí misma. Allí se entienden los desarrollos urbanos, industriales o turísticos. Por el contrario, la ciudad de Concordia (noreste de Entre Ríos), la ciudad con más pobreza del país (58,3%) entre los centros urbanos con más de 50.000 habitantes, aparece con una gran superficie verde hacia el norte de la ciudad, de más de 30.000 kilómetros cuadrados. Las condiciones están, la mano del hombre no.
Si seguimos ampliando el zoom, ahora a escala de áreas metropolitanas, surgen nuevos datos reveladores, donde la intervención humana es una variable social, cultural, económica y ambiental que incide de forma más categórica que en una reserva natural, o que en un pintoresco poblado en las montañas o a orillas del mar, por ejemplo.
El Gran Salta está rodeado por unidades geográficas verdes, no por espacios verdes sino siempre hablando del ICV, diez veces más amplias que el Gran Tucumán.
La capital salteña está mayormente pintada de verde, igual que un amplio sector de decenas de kilómetros cuadrados hacia el oeste (San Lorenzo, Vaqueros y más allá), otra superficie similar hacia el suroeste (General Alvear, aeropuerto), y lo mismo que hacia el noreste (acceso Norte, río Mojotoro).
En el Gran Tucumán las unidades verdes de IVC se ubican en casi toda Yerba Buena y un amplio sector desde el Camino del Perú (ruta 315) hacia el oeste, excepto algunas manzanas de Villa Carmela, y unas 50 hectáreas de la ciudad de Tafí Viejo.
De la capital tucumana, los mejores guarismos de IVC están dentro de las cuatro avenidas, la única área que alcanza el verde oscuro, y después ya en verde claro, unas 30 manzanas hacia el oeste de avenida Mitre, dispersas, y algunos mojones a lo largo del corredor de avenida Mate de Luna, ensanchándose más después de avenida América hacia el oeste, hasta Camino del Perú/avenida Alfredo Guzmán.
¿Por qué zonas muy preciadas, como los alrededores del Parque Guillermina, por ejemplo, no alcanzan el máximo puntaje? Porque el IVC mide muchas otras variables, como servicios, accesos educativos y culturales, seguridad, transporte público, estado de las calles, inundaciones, etc.
Un dato curioso: dentro de las cuatro avenidas hay cuatro manzanas ocre (IVC intermedio para abajo): las dos que están en el cuadrante Santiago/San Juan y Catamarca/Junín, y las dos ubicadas entre Ayacucho/La Rioja y Lavalle/Bolívar.
Otra curiosidad: las manzanas de Plaza Independencia, Casa de Gobierno y las dos contiguas hacia el sur están verde claro, no llegan al oscuro.
Dato mata relato, dicen ahora. La ciencia nos ofrece de forma libre una herramienta de jerarquía internacional que nos permite estudiar detalladamente quiénes somos, dónde estamos y por qué. Tres respuestas que no vamos a encontrar en la política, cada vez más alejada de la ciencia y más cerca de la ficción.