El borrón y cuenta nueva al que habían hecho alusión los jugadores “santos” durante la semana no pareció ser lo demasiado profundo para un equipo que se mostró vacío en todas su líneas y que dejó al “santo” con las manos vacías en su búsqueda por el segundo ascenso. El capítulo final, de una zaga complicada, terminó siendo de terror.
Las (pocas) virtudes que se habían vislumbrado en la era de Frontini desaparecieron justo en el momento menos indicado. La audacia, la creatividad, la fortaleza defensiva y la generación de juego parecieron haber desamparado a un “santo” que no encontró respuestas en ninguno de sus futbolistas.
El equipo fue un cúmulo de nervios; ese déficit y los fantasmas del pasado, pesaron más que las ganas de ir por todo y así se consumó la crónica de una eliminación anunciada.
Con el esquema presentado por el entrenador, parecía que San Martín iba a salir a plantar bandera desde el inicio. Pero el equipo no tuvo ni pies ni cabeza; presentó fallas en todas sus líneas y el rival estuvo lúcido para exprimirlas al máximo.
Ni Leonel Bucca, ni Enzo Martínez, ni Gustavo Abregú brindaban solidez en un medio campo en el que los jugadores visitantes tuvieron pista libre para lograr sus embestidas. Y los tres delanteros ni siquiera pudieron hacer un tiro contra el arco defendido por Ignacio Arce.
Sí, en los últimos 180 minutos jugados en La Ciudadela en este campeonato, San Martín no pateó al arco y esa es una señal de por qué se quedó con la ñata contra el vidrio.
Mauro Verón no encontró su lugar; Emanuel Dening y Pío Bonacci casi no entraron en juego.
San Martín entró en el juego de roce que propuso el “blanquinegro” y, al no poder hacer pie, cayó de lleno en la desesperación. La principal falencia que mostró el equipo durante la campaña (nunca pudo encontrar el pulso para jugar partidos importantes), se convirtió en el mejor aliado de un Riestra, cuya mayor destreza es jugar con la desesperación del rival.
Los fallos arbitrales echaron más leña al fuego. Las cuestionables decisiones de Diego Ceballos terminaron sacando aún más de partido a San Martín. Los jugadores se preocuparon más por recalcarle sus errores que por lo que sucedía dentro de la cancha.
Pero más allá del pésimo arbitraje de Ceballos, eso no fue el motivo principal para explicar el flojísimo rendimiento colectivo y una eliminación que fue cocinándose a fuego lento desde hace varias fechas.
Riestra llegó a La Ciudadela con una clara misión: golpear primero para desconcertar al dueño de casa y aprovecharse de la locura en la que el "santo" supo caer en más de una ocasión cuando las cosas no le salían. Y lo logró.
Tras una jugada sucia y una clarísima falta de Milton Céliz sobre Franco Meritello que Ceballos omitió, Lázaro Romero se llevó la pelota y sentenció al pobre de Darío Sand. Gol, 0-1 y a remar en dulce de leche.
Lo que todos en La Ciudadela preveían que podía llegar a pasar, terminó sucediendo. El “santo” volvió a sacar un aplazo en la prueba de carácter y el equipo se cayó a pedazos luego de quedar en desventaja.
Sólo un centro-arco de Nahuel Banegas que cruzó toda el área sin ser interceptado por los delanteros, fue toda la producción ofensiva del “santo” en 90 minutos. Inexplicable para un equipo que tenía como objetivo pelear por un ascenso a la Liga Profesional.
No hubo reacción ni dentro ni fuera de la cancha. Un Frontini sacado por los fallos arbitrales (protestó cada uno de las decisiones del juez) transmitió el nerviosismo desde afuera hacia adentro.
La reacción no llegó en ningún momento. No hubo siquiera una muestra de amor propio ni de vergüenza deportiva.
Pese a que el DT tiró toda la carne en el asador en el complemento, Riestra no pasó ningún tipo de problemas.
El pitido final desató la furia de los hinchas. La imagen que dejó el equipo fue paupérrima y la desazón, inmensa.
La eliminación expuso todos los errores de un año flojísimo y debe servir de enseñanza porque la culpa del fracaso es compartida.