La dirigencia siempre, y más en tiempos electorales, reivindica la necesidad del diálogo y de avanzar en consensos para acordar políticas públicas que encaminen al país hacia el desarrollo y lo saquen del estado de crisis permanente en el que vive. Sin embargo, entre el decir y el hacer, por lo menos en la clase política, hay una gran distancia que impide, precisamente, esos acuerdos, pactos o convenios entre las diferentes fuerzas partidarias.
Que el concepto “grieta” se haya impuesto como una característica que identifica el escenario nacional desde hace varios años habla de que las relaciones entre los referentes no son las mejores, que no buscan acercar posturas y cruzar propuestas. Esto habla de cierta inmadurez de quienes llegan a tener responsabilidades de conducción en alguna de las instituciones que rigen la vida de los ciudadanos en democracia.
En ese marco, cuando fallan los líderes, porque se rechazan como interlocutores preocupándose más en señalar culpas que en buscar salidas para la comunidad, se mira con atención al Congreso. Allí, en el centro de la representación popular, es donde deberían darse los acuerdos necesarios para definir leyes o acuerdos que delinean acciones en pos del bienestar general, como reza la Constitución nacional.
Sin embargo, por el hecho de que haya mayorías circunstanciales en ambas cámaras del Parlamento y porque se quieren imponer visiones particulares o sectoriales, esos recintos terminan convirtiéndose en campos de batallas discursivas que ahondan el antagonismo y los enfrentamientos entre los deben mirar por encima de las mezquindades y apuntar a mejorar la realidad de la Argentina.
Justamente, el resultado de los comicios del domingo ha determinado que tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores no haya una mayoría abrumadora, lo que constituye toda una tentación para gestiones con rasgos autoritarios que hacen pesar el número para imponer sus resoluciones. Las minorías no suelen respetarse, una característica lamentable del sistema político argentino.
La ciudadanía, con su voto, pareció abrir un camino en la línea de la búsqueda de consensos y de revitalizar el diálogo como medio de llegar a pactos políticos para mejorar la calidad de vida de los argentinos. Es que lo que no hace la dirigencia desde sus posiciones privilegiadas de conducción, ahora parece que la sociedad a través de sufragio les impuso un mandato, o una condición: estarán obligados a sentarse a dialogar. Es decir, la ciudadanía les abrió una puerta para que la dirigencia madure y adopte comportamientos más serios y pensando en todos los argentinos y no únicamente en intereses partidarios, porque eso distancia más lo que une. Y no ayuda a la concordia nacional. Y si se piensa en que no se vienen tiempos sociales y económicos de bonanza, sino todo lo contrario, que todo parece indicar que el tiempo de la crisis alcanzará de lleno también al próximo mandato constitucional, más vale que los principales referentes de todas las fuerzas políticas asuman con responsabilidad la hora y prioricen el diálogo y los consensos. La sociedad se expresó en las urnas y el mensaje va en esa línea, es necesario que la dirigencia mire los números, observe cómo se acomodaron las representaciones parlamentarias y obren en consecuencia, por el bien de todos.