Todo es posible
Todo es posible

No vale sorprenderse hoy, pase lo que pase. Son escasos los resultados posibles. La sorpresa ya se produjo el 13 de agosto cuando una fuerza política que no existía hace cuatro años -ni en la última elección presidencial- arrasó imprevistamente en las primarias abiertas y, en simultáneo, dejó en un segundo plano a las dos opciones políticas tradicionales, las que venían repartiéndose el poder desde la grieta. Más precisamente, quien arrasó fue Javier Milei, el personaje sobre el que un gran porcentaje de argentinos depositó su voto; un aval que abrió un sinnúmero de interpretaciones: fue a causa de la bronca por la crisis, enojo con la dirigencia de siempre, respaldo a lo nuevo, confianza a las propuestas extremistas del libertario, un silencioso grito reclamando que todo cambié de manera urgente. Lo concreto es que la primera minoría de los votantes expresó su rechazo a los políticos de carrera (que juntos sumaron más del 55% de los votos; Milei se llevó el 30%); algo que estos no vieron venir.

Mal cálculo o pérdida del olfato político, algo inconcebible de quienes viven del testeo y del contacto territorial permanente. No se imaginaron que una gran porción de votantes se hartó de la crisis permanente y de los que prometen cambios y que no cumplen (improvisan o no aciertan); por el contrario, empeoran todo los índices. Es lo que se descifró del voto mileísta de agosto. En suma, todos descuidaron a Milei, no percibieron su instalación y crecimiento, situación que, además, alimentaron las elecciones provinciales ya que el mileísmo fue electoralmente inexistente en esas votaciones. Lo ningunearon en las planificaciones y estrategias electorales. Se engañaron, o bien un tercio de los ciudadanos los sorprendió. ¿Ese porcentaje puede aumentar significativamente? Es el temor de los que pelearán por el segundo puesto, que el primero alcance el 45% de los sufragios o el 40% con una diferencia de 10 puntos con el segundo. Así tendríamos presidente en primera vuelta.

Esta tercera alternativa que surgió imprevistamente no la vislumbró nadie, apareció de repente y encontró su clientela, una clientela que estaba pero que no hallaba una vía para canalizar su disgusto. Y surgió sorpresivamente si es que observamos y comparamos con el comportamiento de las terceras fuerzas en las últimas dos elecciones nacionales, la de 2015 y la de 2019: donde estuvieron muy por debajo de las dos coaliciones tradicionales. Tanto por debajo que, de antemano el Frente de Todos y Juntos por el Cambio no tenían porqué preocuparse, pues sabían que iban a competir entre ellos y que no había chances para una opción distinta. Recordemos qué pasó en esos comicios, para justipreciar lo que ocurrió en las primarias abiertas de agosto.

En 2015 hubo primera y segunda vuelta, que en el fondo es lo que anhelan las coaliciones de la grieta; que se repita. Porque en esa ocasión se dio algo especial: el que ganó en primera vuelta fue derrotado luego en el balotaje. La dupla Daniel Scioli-Carlos Zanini se impuso en la primera votación con el 37% de los sufragios contra el 34% del binomio Mauricio Macri-Gabriela Michetti. El tercero en esa oportunidad fue Sergio Massa (Unidos por una nueva Alternativa), que obtuvo el respaldo del 21% de los ciudadanos. Ninguno nuevito, todos viejos conocidos de la dirigencia política; por lo que los argentinos debieron optar por uno u otro lado de la grieta. En el balotaje, Macri dio vuelta la elección y se impuso al bonaerense por 51,3% contra 48,6%. Se leyó que el argentino se cansó de tantos años de kirchnerismo y que quería probar con algo distinto, pese a la escasa diferencia de dos puntos en la final; para lo que eligió al que estaba en la vereda de enfrente, no veía una tercera alternativa en la que confiar. Massa fue ese tercero, pero no le alcanzó.

Cuatro años después, en 2019, todo se resolvió en la primera vuelta. El malestar con “el mejor equipo” fue tanto que no quisieron darle otra oportunidad y, como no había una tercera opción, fueron por los de siempre. En esa oportunidad hubo una conjunción de factores: la frustración que les generó Juntos por el Cambio, que empeoró la situación social y económica, y que no haya existido una opción distinta al peronismo que, estratégicamente, se unificó. Massa, el tercero de 2015, se sumó al Frente de Todos y se podría decir que aportó a la victoria, incluso hasta en Buenos Aires, el distrito político “natural” del trigrense. Para recordar nomás; Alberto Fernández-Cristina Fernández obtuvo el 48% de las adhesiones contra el 40% de la dupla Macri-Miguel Pichetto. El tercero fue Roberto Lavagna (Consenso Federal), con el 6%. La ideología liberal tuvo su representante en esa elección: José Luis Espert (Unidad por la Libertad y la Dignidad), que apenas logró el 1,4% de respaldos. La izquierda, con Nicolás del Caño, consiguió más votos: un 2%.

Milei, políticamente, ni existía por ese entonces. Era más “mediático” que otra cosa. Hasta había incursionado en el teatro con “El consultorio de Milei”, que dirigía y producía el humorista y político Nito Artaza. Fue en 2020, en plena pandemia, cuando decidió postularse a diputado nacional por la CABA, y al año siguiente conformó La Libertad Avanza y llegó al Congreso. O sea que lleva dos años de carrera política y puede convertirse en el próximo presidente del país. Todo un récord. ¿Qué le vieron?, podrían decir disgustados los políticos de carrera que compiten con el libertario sobre los que lo votaron y lo pueden respaldar nuevamente hoy. Más que preciso que eso sería que se pregunten qué se cansaron de ver esos ciudadanos en los que ejercieron el poder. Por lo menos un tercio de los argentinos -en las PASO- les dieron la espalda, la pregunta es si ese aval es contagioso y si se puede acrecentar. El voto “tradicionalista” o “agrietado” sumó casi un 60%, el tema es ver si ese porcentaje se mantiene apoyando a “la casta” y en qué valores, para quién más y para quién menos. Porque eso no sólo definirá quién será el segundo sino, además, si habrá balotaje.

¿Qué votarán hoy los argentinos? Sea lo que sea que pase será para hacer mil lecturas. Lo que dejaron las primarias son una suerte de “indignados”, un 30% de ciudadanos que buscaron una tercera alternativa, una opción diferente a las tradicionales, incluso hasta más allá de las propuestas del libertario. La primera pregunta a hacerse es si se reiterará el porcentaje obtenido o si lo mejorará, y en qué niveles. Y, además, hay que ver el desempeño de las otras dos fuerzas, qué adhesiones pueden recibir, si crecerán en sufragios o si mermarán. La cuestión es que el anarcoliberal les restó votos a ambos lados, lo que es lógico teniendo en cuenta que vino a romper la polarización de antaño: les restó a ambos. ¿Algunos de esos que les dieron la espalda volverán al redil original? Volverán esos “creyentes” de las fuerza tradicionales. Es previsible que los que reniegan del oficialismo -kirchnerismo o peronismo- se vuelquen por aquel que más esperanzas les ofrece de derrotarlo. Es este aspecto, las dos principales opciones opositoras compiten en la misma pecera, por lo que lo que una sume, le restará a la otra.

Matemáticamente, al haber sido las PASO una elección dividida en tercios (30-28-27), el que sume mas que en agosto le estará restando a los otros dos, o a uno más que al otro. El final es incierto. Menos aún si consideramos otro aspecto clave: que crezca el nivel de votantes. En las primarias se acercó a sufragar sólo el 70% de los empadronados; cabría esperar que ese porcentaje se incremente. En 2015, en las primarias votó el 74% y el 81 en el balotaje; en 2019 sufragó el 81% en la primera vuelta. Si hoy votase el 80% de la planilla de electores -un 10% más que en las primarias-, significaría que irían a las urnas 3,5 millones de argentinos nuevos. Una cifra que puede volcar el resultado para cualquiera de los presidenciales. Todo es especulativo. Lo único seguro es que puede pasar cualquier cosa. Todo es posible. Y no son muchos los posibles resultados finales.

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