Un cierre a medio coser aguarda bajo la aguja de la máquina Typical que Noelia Scavarda despache a las visitas. A la vista quedaron los hilos en los carreteles, las tijeras y una serie de bolsillos frontales de mochilas proyectadas para los chicos que van a la guardería: es la última línea de Cururú. En el espacio de exhibición montado impecablemente en un departamento de Barrio Sur conviven los productos terminados con los géneros, los rellenos, los moldes y el dinamismo de un emprendimiento que cierra casi el 90% de sus transacciones por internet. Pero Scavarda y su marido, el contador Juan Pablo Duarte, decidieron abrir una sede para sacar Cururú de su hogar, y, además, para dar la chance de ver, oler y tocar a quienes desconfían que una fábrica con semejante compromiso por la calidad pueda existir en Tucumán.
“Siempre fue mi motivación hacer productos que sean 100% tucumanos, aunque ahora es cierto que también incorporamos telas de otras partes de la Argentina”, matiza la cofundadora, que tiene 37 años. Esta premisa fundacional de Cururú, la fábrica de soluciones para las necesidades de los bebés, sigue vigente. La búsqueda de crear con lo que estaba a mano impulsó a la psicóloga Scavarda a sacar de adentro las habilidades de costura y de tejido que había recibido de sus antepasadas para, cuando estaba embarazada, preparar el ajuar de su hijo mayor. Ella dice que en esas circunstancias descubrió que en el mercado local faltaba una oferta de accesorios prácticos y durables para los primeros años de vida, en especial dirigida a los muchachitos. Así, mientras gestaba a Ignacio, fue gestando también la decisión de emprender.
“Desde la cuna mamé las manualidades hechas en casa. Siempre era ‘la loca’ que intervenía la ropa y siempre supe que iba a hacer algo con eso”, cuenta Scavarda. La revelación que presentía llegó después del parto de su bebé. “Ahí me di cuenta de que quería producir cosas para los recién nacidos y sus padres. Digo padres, pero yo pienso en las mamás”, admite. De entrada entendió que lo que tenía que aportar eran “soluciones” para las complicaciones que entraña el transporte de pañales, óleos, algodones, mudas, abrigos, chupetes, leche y mamaderas, sin contar los juegos. Y por ese último costado arrancó Cururú.
El emprendimiento debutó casi seis años atrás con la llamada “playmat” (manta para jugar), implemento que entonces no estaba muy divulgado en la provincia y la región. “Fue todo casero. Empezamos con mi máquina de coser heredada y mi tiempo libre: para mí era una forma de ‘reversionarme’ como mujer trabajadora que, con la maternidad, advierte que necesita pasar más tiempo en la casa, pero, en simultáneo, sentirse productiva. Y con ese giro me encontré a gusto, y conectada con mi momento, con lo que sabía hacer y con mis abuelas”, refiere Scavarda.
Felices fiestas
Más de 30 productos componen el catálogo actual de Cururú: a las famosas “playmats” se sumaron los complementos para el coche (incluyen desde los porta enfants para invierno y verano hasta el organizador de objetos); para amamantar; para anidar y para el auto. La marca comprende también baberos y portachupetes, que vienen sueltos o combinados; las toallas-poncho y juguetes icónicos, como la pelota de gajos de la pedagogía Montessori, que ofrece a los emprendedores la posibilidad de reutilizar los retazos. Como si ello fuera poco, Scarvada y su equipo tomaron la crisis de precios y de abastecimiento como una oportunidad, y están elaborando una colección nueva de accesorios con un cambio de imagen y de motivos, aunque siempre dentro de la paleta de colores pasteles y suaves que caracterizan a la marca. De esa renovación proceden las mochilas cuyos bolsillos estaba armando la emprendedora cuando LA GACETA tocó su puerta.
Psicóloga especializada en recursos humanos, la cofundadora de Cururú comenta que en su etapa laboral anterior ejercía su profesión desde que se levantaba hasta que se iba a dormir. La licencia por maternidad le regaló la oportunidad de repensar su rutina y de probar algo distinto. “Es loco, pero literalmente encontré a la par de mi casa, en Tamaño Oficio (el centro de talleres que lidera Alejandro Fanlo), la ocasión de aprender corte y confección, y de perfeccionar mis conocimientos de costura. Como mi gordo se portaba muy bien, fuimos juntos a las clases y me puse a investigar las tendencias de otros lugares porque acá, claramente, no había nada como lo que yo quería hacer”, refiere Scavarda.
A mediados de 2017, la psicóloga se decide a invertir en materias primas con la finalidad de elaborar las primeras “playmats” para vender. “Pero me abataté y dejé que la idea se estacionara un poco. Un día, mi cuñada me convence de que podía aprovechar el período de fiestas de fin de año y ensayar con una para medir el impacto. Lo hice… ¡y a las dos semanas ya había recuperado la inversión! ¡Los pedidos me desbordaron!”, exclama Scavarda con asombro. Y, desde entonces, las navidades son el momento estelar de Cururú.
El producto inicial pegó tanto y tan rápido que su creadora pronto se vio obligada a circunscribir la psicología a una tarea de medio día para, en la casa, dedicar el tiempo restante a la familia y al emprendimiento, esquema que mantiene hasta el presente, aunque Cururú ya salió de su seno hogareño. “Lo hice a mi ritmo. El proyecto creció con lentitud, pero a paso firme. Recuerdo que, al comienzo, guardaba las telas en un cajón de mi placar. Y veo ahora todo lo que tenemos y lo que hemos avanzado, y no puedo creerlo. En ese primer momento jamás hubiera imaginado que íbamos a llegar hasta este punto”, asegura. En aquella evolución tuvo mucho que ver ese evento que trajo tanta desdicha al planeta: la pandemia.
Hermosa e imperfecta
Un año antes de que llegara el coronavirus, Scavarda ya había comenzado a pergeñar la idea de elaborar sus propios estampados para perfeccionar el estilo y la personalidad del proyecto. “El confinamiento me ofreció la oportunidad de hacerlo”, relata. Así fue que se lanzó a aprender sobre serigrafía y a pulir los resultados generados con esta técnica de impresión artesanal, que implica trabajar centímetro por centímetro de la tela. “Como toda artesanía, no es perfecta, pero sí lo suficientemente hermosa”, matiza. Y acota: “me pasé la pandemia entera trabajando”.
Con dos hijos pequeños a su cargo, el matrimonio emprendedor se las ingenió durante el aislamiento para incrementar la fabricación de productos. Para entonces ya tenían máquinas industriales y colaboradoras -el único varón es Duarte-. “Son todas mujeres que producen desde los talleres que armaron en sus casas”, detalla la emprendedora. Con esa estructura en expansión para alcanzar el volumen que requiere la venta mayorista, el proyecto logró la organización y el nivel de estandarización que permite a la cofundadora enfocarse en lo que más le gusta: la exploración y el diseño de nuevos productos, y el contacto con el público.
“Nuestra meta es la profesionalización. Queremos competir con las marcas grandes de la Argentina y de afuera”, anhela. Y añade: “con la tienda online llegamos rápidamente a los domicilios. En Tucumán ya hacemos envíos a todos lados. Tenemos un circuito de clientes que probó y sabe lo que significa Cururú. Esa gente va directamente a la web”.
Recuerdos memorables
“Cururú” fue una de las muchas denominaciones alternativas que tuvo el primogénito de los Duarte Scavarda. “También mi hermana le decía ‘mi cururú’ a sus hijas: son palabras que nos íbamos transmitiendo sin conocer el origen. Pero tengo un video en el que le pregunto a mi bebé ‘mi cururú, ¿vos me amás?’ y él me responde con una sonrisa. Y eso es mi emprendimiento: la conexión de la mamá con sus hijos y las dudas que tenemos durante la crianza. Nuestro emprendimiento acompaña a las madres en la búsqueda de experiencias transformadoras, que se recuerden para toda la vida”, apunta la psicóloga.
El sentido profundo de Cururú parte de concepciones pragmáticas y funcionales. Scavarda manifiesta que sus accesorios facilitan, por ejemplo, la salida de la casa a padres y a madres cargados, incluso durante los días de lluvia y de frío. “Queremos que haya confort y que sea placentero, y que los bebés no frenen a quienes los cuidan, sino lo contrario”, reflexiona.
Los vínculos, la familia, las vivencias y la ternura de la infancia son el corazón de Cururú. Y eso también se ve en el espacio sin pantallas del proyecto, que Scavarda y Duarte concibieron para ir con sus hijos y acoger a clientes que los visitan con niños. En este ambiente son palpables el estímulo del contacto humanizado, del desarrollo sensorial y de las maneras amables de conocer el mundo, con el algodón como superficie principal para el desenvolvimiento de tales actividades. Y, si bien los hombres resultan muy bienvenidos a Cururú, lo que este universo de soluciones para bebés destila es un cariño infinito por la maternidad.
La receta de Cururú
- Fabricar soluciones para bebés y sus progenitores.
- Buscar la máxima calidad posible con lo que está al alcance.
- Potenciar los valores de la maternidad.
- Generar experiencias placenteras para las familias.
- Crecer “a pasos firmes” con el objetivo de llegar a competir con las marcas grandes.
El emprendimiento en la web: www.cururu.com.ar
Espacio de exhibición: General Paz 417, 8B, San Miguel de Tucumán