NOVELA
EL AFFAIR SKEFFINGTON
MARIA MORENO (Random House – Buenos Aires)
Pensemos en el cuento “Los pasos en las huellas”, de Julio Cortázar, donde el crítico Jorge Fraga estudia e investiga vida y obra del poeta Claudio Romero. O en la novela Pálido fuego, de Nabokov. O en la Marta Riquelme de Martínez Estrada. O en clásicos de Borges como “Examen de la obra de Herbert Quain” y “El acercamiento a Almotásim”. ¿Qué criterios, cuántas capas de ficción intervienen en estos textos? ¿Qué enraizamientos con una realidad inexistente hay allí? ¿Cuál es la búsqueda del autor al inventar ya no un personaje, sino un personaje con obra propia?
Algo similar plantea El affair Skeffington, de María Moreno, reeditado ahora, treinta años después de su publicación inicial. Todo es experimental, complejo, arriesgado en esta ¿novela? En primer lugar, justamente, eso: el género al que pertenecería. ¿Es, entonces, novela de estructura rota, poemario, biografía, crónica de época, ensayo? ¿Juego de espejos entre ficción y autobiografía? ¿Negación de todas esas categorías?
Luego, lo que planteábamos al principio: la de Skeffington es una biografía apócrifa, falsa, un personaje ficticio presentado como real, al punto de que alrededor de ella aparecen como personajes Djuna Barnes, Anais Nin o William Carlos Williams –incluso, que algunos lectores creyeran, frente a la primera edición, que Skeffington había existido–. Desplazamientos, préstamos, atribuciones falsas, testimonios imaginarios. María Moreno entrevistando a la nieta de un personaje ficticio creado por María Moreno. Cruces entre autor, narrador, personaje. Cierto tono paródico.
Otra noción extraordinaria es la estructura: a un prólogo de casi noventa páginas (exégesis de la obra de Skeffington) le siguen unos cuarenta poemas (la presunta obra de Skeffington) para cerrar con un posfacio a cargo de Moreno.
Pero, a todo esto, ¿quién es Dolly Skeffington? Pseudónimo (otra capa más de la ficción, y van) de Olivia Streethorse, norteamericana, poetisa, autora ágrafa, lesbiana, mujer sin hombres, freudiana, hija de una familia bien que rompe con la herencia, que va de un extremo al otro: vicios, castidad, excesos, “parte de una autoprescripción perfectamente organizada en la que ella se negaba a reconocer una plataforma estética”. Una mujer que, en contra del realismo, harta de ciertos conceptos del yo, “inventó eso de la sustitución, el autoanálisis, la reescritura permanente que impide reconocer experiencias de una época”. ¿La época? El París del primer tercio del siglo XX. Bohemia, feminismo, lesbianismo, psicoanálisis, artes combinadas; el cuerpo, el deseo, lo prohibido, la critica a lo patriarcal (sí: en 1992), atravesado por lo individual y lo social. (Mención aparte: el bagaje cultural que exhibe Moreno es apabullante.)
Pero no termina ahí: el manuscrito de Skeffington fue recuperado por un tal John Glassco, “cronista de los norteamericanos expatriados en París”, autor del libro Los que no fueron. Son treinta y seis poemas ordenados bajo tres títulos: Exposición, Gwendolyn Massachusetts y El honor de las damas. Entre esos versos hay maravillas como “¿Su verdadera vocación? Ser suplente de monstruos”; “Enfermera queme esas ideas”; “Necesito un psicópata que me acaricie el hombro”.
“Las teorías de Dolly Skeffington son las mías”, dice María Moreno en el posfacio, y recién ahí aparece, por primera vez, la presencia de la autora en tanto su nombre. “Autobiografía bufa escrita en tercera persona”, dice en un pasaje de ese epílogo, donde confiesa que el nombre del personaje deviene del apodo de Adela Basch –una de las más reconocidas autoras de literatura infantil de Argentina– y el apellido del personaje que interpreta Bette Davis en la película La señora Skeffington.
“Lo bien que amas / figura en todos los tableros / de la estación Universo” escribe Skeffington –en verdad, lo escribe Moreno, si Skeffington no es más que su heterónimo–, pero a uno ya no le interesa cuál de las dos es la que escribe. Es lo de menos. Porque el montaje, la exégesis y la poesía están ahí: ya han aceitado sus engranajes y se ponen funcionamiento.
© LA GACETA
HERNÁN CARBONEL.