Alejandra Arreguez dijo lo que quiso. Repartió mandobles para todos lados; por eso se ensañaron con ella. El golpe más duro vino del sector más inesperado: Federico Masso la acusó de tener boca dura, pero ser blanda. La contra no se hizo esperar: fue tildado de panqueque.
Ricardo Bussi se preocupó por identificarse con claridad con Javier Milei. Ese fue su norte y sólo por los nervios (raro para un experto con años en estas lides) salió de su centralidad.
Pablo Yedlin trató de cumplir. Fue exageradamente prolijo en el debate salvo con Arreguez, a quien mandó a estudiar cuando se habló de presupuesto. Se preocupó por destacar la capacidad de Massa antes que su candidatura, que siente segura.
Mariano Campero fue el más entusiasta. Blandió la espada de Patricia Bullrich y el escudo de su gestión municipal. Cada cual atendió su juego pero el quinteto consiguió un aporte de madurez para un debate que fue rico para llegar hasta la urna.