Faltan sólo siete días para saber la verdad y dejarnos de especulaciones. El panorama electoral es inédito desde la vuelta de la democracia. En 1983 alumbró una fuerte polarización entre el peronismo y el radicalismo. Y en aquel momento se dio la primera sorpresa electoral al romperse cierta lógica. Así de la mano de Raúl Alfonsín, el peronismo tuvo su primera derrota presidencial.
Un lustro después el PJ volvía al poder de la mano de Carlos Menem y trepado al caballo de la hiperinflación que no le permitió a Alfonsín completar los seis años que le ordenaba la Constitución. El riojano dio vueltas el peronismo como una media. “Si decía lo que iba a hacer nadie me votaba”, dijo tiempo después. El FMI llegó a homenajearlo y bajo la conducción de Michel Camdessus la Argentina fue considerada la mejor alumna.
El decenio menemista tuvo su epílogo en un escenario de gran desilusión en el que el famoso 1 a 1 de la convertibilidad era de cartón. Era parte de la escenografía menemista. Se convirtió en alfombra para recibir a la Alianza que en menos de un año y medio entró en crisis al defraudar las expectativas populares. Había sido tal la ilusión creada que Fernando de la Rúa llegó al poder con un 52% (Alberto Fernández obtuvo un 48% de respaldo). La consecuencia de esa decepción fue un gran enojo popular que se tradujo en una frase: “Que se vayan todos”. Y la ira fue dura contra los políticos que no podían salir a la calle sin recibir algún escrache.
Una década después encontramos ciertos parecidos.
Mauricio Macri derrotó al peronismo en medio de una gran expectativa popular por conseguir un profundo cambio. Sin embargo, tras pasar cuatro años parece que la historia se repite. Alberto Fernández llegó y consiguió una imagen positiva que ascendía al 70%, pero el fracaso rotundo de este hombre que ni él mismo se considera Presidente abrió una crisis política de incalculables proyecciones.
La bronca y la desilusión por la dirigencia política no se sintetizó en una frase sino en una persona. De la noche a la mañana creció una figura inesperada que desconcertó a unos y a otros, por izquierda y por derecha. Una mayoría importante de argentinos apostó a un desconocido que apoyándose en los jóvenes y en las redes sociales logró diferenciarse y sacar ventaja. Javier Milei produjo así una verdadera metamorfosis en la política argentina. En 2003 había seis candidatos (tres venían del peronismo y otros tantos del radicalismo) y el resultado fue una elección dispersa a cuyo final llegaron Menem (27%) y Néstor Kirchner (22%). Ahora, en cambio, se arriba a las elecciones con la Argentina dividida en tres tercios y con un puñado de votos se definirá quiénes van a la segunda vuelta.
En el país de la grieta se supone que para mantener la dicotomía peronismo-antiperonismo Sergio Massa podría tener lugar en el balotaje. Todo eso si no le cae mal el chocolate, se marea con el yate de Insaurralde o queda al descubierto que él sí pertenece a este gobierno. No obstante, si se proyecta el resultado de las PASO linealmente, el peronismo puede quedar fuera del balotaje dejando una imagen lamentable.
Si la decisión de la sociedad es dejar afuera al peronismo, empezará en la historia argentina una nueva etapa. Mientras Patricia Bullrich y Milei hacen su pulseada, el peronismo se va a refugiar en la figura de Axel Kicillof.
La pelea anunciada
Las elecciones nacionales llegan a Tucumán en la antesala del cambio de gobierno. En la provincia la debilidad de la oposición hace que el peronismo se agriete solo. Al 22 de octubre Osvaldo Jaldo llega jugando a las escondidas. Trata de no mimetizarse con los últimos días de gobierno y, mientras tanto, se distrae armando su equipo de gobierno. Juan Manzur, en tanto, se esconde de la vida pública como si no fuera gobernador y como si no hubiera sido Jefe de Gabinete de este Presidente prescindente. El mandatario provincial está obsesionado con su futuro y para él trabaja.
Manzur ya está sentado en la poltrona de senador que Pablo Yedlin le devolvió pero imagina que puede ser ministro en un hipotético gobierno de Massa. Pero su mundo egocéntrico no cabe la opción de su pérdida de poder. El 29 de octubre el poder se le habrá escurrido de las manos. Y, si hay algo que le cuesta reconocer a Manzur, es la hegemonía jaldista. Por eso trata de negociar espacios de poder y de participar en el armado de la próxima estructura de gobierno.
Jaldo se ha encerrado y no está dispuesto a ceder lugares. Pero a su poca predisposición se han sumado los rumores que desde sectores manzuristas hicieron correr sobre su salud en el último tiempo. Y ese juego subterráneo de versiones maliciosas e irracionales, en lugar de aceitar las desgastadas relaciones entre Manzur y Jaldo, debe haber enojado más de la cuenta al futuro gobernador.
Tanto Manzur como Jaldo cargan además con el “sambenito” de los comicios nacionales. Jaldo ya avisó que Tucumán no será oposición de la gestión nacional, sea cual fuere el color político que tenga. No espera que el retroceso electoral lo golpee mucho. En cambio, el actual gobernador abre el paraguas. El otrora “canciller” sabe que la tormenta lo va a mojar indefectiblemente. Un mal resultado en los comicios del domingo que viene se lo van a facturar a Manzur por ser el actual gobernador, por haber sido jefe de Gabinete y porque, al fin y al cabo, si quiere un lugar importante en un futuro gobierno deberá demostrar que tiene votos.
Jaldo ya ha desempolvado del ropero a su equipo de trabajo y también el traje que se pondrá el 29 del corriente. Ya están ultimando los detalles de esa ceremonia a la que fue especialmente invitado el arzobispo de la provincia, Carlos Sánchez. Se convierte este simple hecho en algo inédito a juzgar por la Fe de los anteriores gobernadores. También simbólicamente puede ser un compromiso ya que el accidentado conductor de la iglesia tucumana ha comprometido a las fuerzas políticas a modificar la forma de elegir autoridades en la provincia.
Jaldo también ha comprometido su palabra –alguna vez dijo que José Alperovich era el mejor gobernador de la historia de Tucumán- advirtiendo que va a tener que reducir algunos números del Estado. Ajuste de por medio, el futuro mandatario espera atender con sigilo la situación del transporte (sin estatizar porque no podría incorporar miles de trabajadores) y de la seguridad, que lo obsesiona.
Domingo de cine y votos
Cuando éramos chicos los domingos eran los días para ir al cine. La función continuada garantizaba cuatro horas de películas y algunos, en el intervalo, se daban el lujo de saborear un Comprimido Águila y una Coca. Hoy es domingo y el próximo domingo también. Muy pocos iremos al cine hoy y nadie el próximo porque serán las elecciones. Y, si miramos para atrás el domingo pasado fue el último debate presidencial.
Allí se vio cómo nunca alguien tan responsable de lo que está pasando se presentó como un cambio y jamás antes alguien tan poco responsable se postula para ser parte de lo que repudia, de la casta. La tercera en discordia y con chances aparentes, es lo que muy respetuosamente se considera un animal político que en este caso estuvo en todo el arco de posibilidades del “arte de lo posible”, justamente como se definiera a la política en la vieja Atenas.
Los candidatos están ahí porque los puso la sociedad. Es decir un grupo de ciudadanos que se sienten afectados por una mezcla de escepticismo y de dogmatismo político. El escéptico no cree en nada, apaga el televisor, descree del menú que esta democracia ha escrito. El dogmático cree de tal forma que no puede aceptar que su idea o el líder que la encarna sea menos que perfecto. Es un “caballo sodero” respecto a esto. El escéptico es un permanente “ya la vi”. Esa parece ser la disyuntiva con la que vamos a llegar al domingo, y para mitigar tanto malestar sea bueno recurrir al humor.
Dos amigos han ido al cine a ver “El llanero solitario”, a instancias de uno de ellos que ya vio ese filme el día anterior. Ese mismo es quien le dice al otro: “te apuesto 1.000 pesos (un dólar, nada menos) a que el Llanero Solitario no entra a la cantina”. Su amigo piensa que es una broma, pero accede para callarlo. A continuación observa con estupor que el Llanero sí entra a la cantina, por lo que le dice “Estúpido, te olvidaste lo que viste”, a lo que su amigo le contesta “no, no, el estúpido es él que después de la paliza que se comió ayer vuelve a entrar a la cantina!”
En este chiste hay algo trágico que esperemos no tener que ver de nuevo. Quién será el verdadero estúpido, el que tiene esperanzas de salirse del guión o el que quiere ver otra película.