¿Qué es un buen gobierno?
¿Qué es un buen gobierno?
15 Octubre 2023

Por Juan Ángel Cabaleiro

Para LA GACETA - TUCUMÁN

¿En qué consiste gobernar? es la pregunta previa a cualquier definición de «buen gobierno». Gobernar, propongo, es resolver problemas, al igual que vivir también lo es en gran medida. Los problemas son parte consustancial de la vida individual y social, y el mundo está lleno de ellos. A diferencia del utopismo, que enfoca la actividad gubernamental en alcanzar y mantener un determinado modelo de sociedad, lo que implica, como ya bien sabemos, una visión totalitaria y represiva de la acción política, una mirada realista del gobierno, más allá de cualquier parcialidad ideológica, consiste en enfrentar y resolver problemas. Problemas de índole ambiental, como las recurrentes inundaciones, sequías o incendios forestales; problemas de índole sanitaria, como las inevitables enfermedades y epidemias que puedan afectar tanto a los animales, a los cultivos o al hombre; problemas cíclicos de la economía, como el alza o la caída de precios; problemas de migraciones, de conflictos bélicos, de crisis sociales, etc. Los gobiernos se enfrentan a estos problemas y tratan de resolverlos, a la espera de los nuevos que pudieran surgir. Los buenos gobiernos lo hacen mejor o peor, pero al menos saben que están ahí o que llegarán, los asumen, se anticipan a ellos, son previsores, y guardan algún as en la manga para las situaciones críticas.

Los malos gobiernos

Los malos gobiernos, en cambio, no hacen nada parecido. Muy al contrario: adoptan una visión del mundo en la que los problemas son siempre situaciones inesperadas y excepcionales que los toman por sorpresa y frustran sus objetivos. Las cosas no son como ellos hubieran deseado porque surgió esto o aquello. Los malos gobernantes funcionarían bien, si seguimos su lógica, solo en un mundo idílico de paz, armonía y prosperidad en el que los intereses de otros países no contradigan los propios y todo el mundo asumiera el compromiso de resignar sus objetivos para ayudarlos y colaborar con ellos. Así cualquiera.

Son dos visiones opuestas de la vida: una, que entiende la realidad como una carrera de obstáculos y a los problemas como datos inevitables que hay que aprender a sortear, y otra, que toma los problemas como excusas para su inoperancia, como fenómenos malignos que alguien crea para perjudicarlos y ante los cuales solo cabe la resignación. Los primeros ejercitan la flexibilidad y la imaginación para encontrar soluciones; los segundos queman sus energías elaborando teorías que expliquen su fracaso y señalando culpables. Entonces, ¿por qué elegimos siempre a los segundos?

¿Bancar los trapos?

La idea de «bancar los trapos», de apoyar a los propios en toda circunstancia, es un bello compromiso para las competiciones deportivas, pero una infinita estupidez en la política. Fidelizar a los votantes con sentimientos de identidad y pertenencia partidaria, como en las pasiones del fútbol, es la gran artimaña de los malos políticos para sobrevivir en el lodo de su ineficiencia.

Tal vez deberíamos poner en práctica los ciudadanos aquello que propuso alguna vez el filósofo norteamericano John Rawls, y que llamó «el velo de la ignorancia»: en este caso, desconocer o ignorar de qué partido provienen las propuestas o los antecedentes de gobierno de los candidatos, y juzgarlos solo por su éxito o su fracaso en el gobierno, por el beneficio o perjuicio que traerían a la sociedad. Su capacidad para resolver problemas. Si fuera posible hacer este ejercicio, si los votantes pudiéramos ocultar tras el velo de la ignorancia el nombre del partido y del candidato, y considerar solamente las trayectorias personales, los argumentos y las propuestas, daríamos a la política argentina una dosis nunca vista de sensatez, y algo que se acercaría, al menos, a un buen gobierno.

© LA GACETA

Juan Ángel Cabaleiro - Escritor.

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