NOVELA
DESIERTO SONORO
VALERIA LUISELLI
(Sigilo - Buenos Aires)
Desierto Sonoro de la mexicana Valeria Luiselli se comporta como una fascinante máquina de escrituras y lecturas que nos lleva desde la intimidad familiar hasta la intemperie total de los niños refugiados. La novela traza círculos concéntricos atravesados por el viaje. “Supongo que todas las historias comienzan y terminan con desplazamiento; que todas las historias son en el fondo una historia de traslado”, nos dice una de las narradoras. Un viaje exterior e interior, un relato de aprendizaje en el que se confronta a esos otros extranjeros y niños. Un viaje por Estados Unidos y un viaje por un sinnúmero de textos. La frontera es la herida colonial que inaugura el desierto donde deambulan las sombras indígenas y ahora los cuerpos morenos de los migrantes. La familia del auto -los padres y un hijo de él y una hija de ella- está a punto de quebrarse, la familia de las niñas ya lo está.
El libro está dividido en dos apartados de múltiples fragmentos, a cargo de dos narradores: la madre y el niño. La travesía entre Nueva York y Arizona se desdobla en el otro viaje, el de dos niñas acechadas por la migra que viajan primero en La Bestia y luego a pie.
Desierto sonoro es una biblioteca, en el sentido que lo dice Michel Foucault. Devora y transforma todo tipo de materiales. A lo largo del camino hay audiolibros, libros e historias. Una bitácora de viaje es un libro ficticio de Ella Camposanto -doble de la escritora- denominado Elegías de los niños perdidos. Los cuatro escuchan canciones e informativos con historias de los refugiados. Todos los niños se encuentran ante el dolor de la pérdida y la muerte. La mirada infantil ilumina la narración con ternura y juego. Pero, sobre todo, relatos de los padres impregnados de las catástrofes históricas.
Entre el documento y la ficción
El libro está armado en siete cajas, como las que los viajeros llevan en el baúl, precedidas por la bibliografía y múltiples documentos. Al final se reproducen las fotos kodak. El padre documentalista, la madre, documentóloga grabaron el paisaje sonoro de Nueva York. Ahora tienen proyectos diferentes: él desea recoger los ecos de los apaches exterminados; ella trabajar con los niños migrantes. Mexicana, descendiente de una abuela que hablaba otomí la periodista se mira en Manuela la desesperada madre de las niñas. Mapas, archivos, documentos, textos, fragmentos, ecos construyen el lienzo que exhibe, con orgullo, las costuras, los pespuntes, así como sus fuentes teóricas y poéticas.
Palabras, sonidos y silencios
No se consignan nombres, sólo pronombres y apodos. La historia de las niñas proviene del ensayo anterior Los niños perdidos. La obra juega con los límites entre el mito y la noticia, en el doble gesto de documentar y reflexionar. Uno de los temas importantes es el lenguaje, no sólo las palabras sino los sonidos y los silencios que habitan el espacio. La madre le dice al niño “Sólo tienes que encontrar tu propia forma de entender el espacio para que el resto de nosotros nos sintamos menos perdidos en el tiempo”. En el viaje están presentes múltiples textos -Joseph Conrad, Juan Rulfo, T. S. Eliot, Virginia Woolf-.
Mientras tanto los niños perdidos, a merced de aventureros, sin maletas y sin mapas, atraviesan el infierno. “Si alguien trazara en un mapa el recorrido de los cientos y miles que han viajado y seguirán viajando, ese mapa tendría una sola línea, una delgada grieta una larga fisura partiendo en dos”, dice Luiselli.
Vidas en el mismo mapa
En la segunda parte el niño inicia a su hermana pequeña, de cinco años en una última aventura. Resuelve que encuentren solos a las niñas perdidas. En verdad se trata de documentar que “los cuatro vivíamos adentro del mismo mapa”. Ha aprendido a leer y trazar mapas y decide luchar por la supervivencia, empleando las historias paternas. Se transforman en niños perdidos ayudados por el libro y los mapas. Suben a un tren y cruzan la extensa arena mientras leen el relato de Camposanto. Poco a poco se encuentran en el desierto, donde una multitud desborda el muro de acero. En su marcha hallan a las niñas perdidos, un hecho nunca comprobado. El reencuentro con los padres no consigue sellar las diferencias. Antes de separarse, el niño graba un mensaje para Memphis, para que no lo olvide: “Porque las historias a veces hacen eso, se quedan en tu cabeza y aparece en el mundo cuando menos te lo esperas”.
Valeria Luiselli trabaja, una vez más, con la dura existencia de los niños en un mundo violento y globalizado. Resiste a través de la literatura, recogiendo los sonidos del desierto. Un poderoso llamado de atención además de una aventura apasionante. Luiselli se pregunta cómo navegar un archivo desde una poética y una política que permita dejar constancia también de sus huecos y lo logra.
© LA GACETA
Carmen Perilli