Con el dólar a $1.000 y con la inflación viajando hoy a 138% anual como signos numéricos del deterioro que se nota en la falta de productos, pero más que nada en lo social, buena parte de la ciudadanía parece que se niega a seguir luchando para que la situación de la Argentina se encauce de una vez por todas de un modo racional. Es notable: no hay Presidente ni vice y nadie se da cuenta y mientras le hablan de hiperinflación casi no se inmuta, tal como si hubiese tirado la toalla.
De la observación surge que ante la desazón espiritual y la malaria económica que lo acosa es más que probable que el cuerpo social haya perdido la voluntad que lo sostiene, algo que la medicina sostiene que es casi el último baluarte para aferrarse a la continuidad de la vida.
Otra cuestión relevante, parece ser, que también muchos votantes suponen, de modo casi mágico, que lo mejor es que todo estalle de una vez y para siempre, para poder barajar y dar de nuevo. Este razonamiento, comprensible aunque que no deja de ser extremo, seguramente no considera que una eventual explosión terminal sólo podrá beneficiar a quienes tienen las espaldas anchas y nunca a los millones de pobres que inexorablemente caerán del barro al enchastre más profundo, sobre todo si una dolarización sólo hecha para satisfacer egos pulveriza aún más los salarios.
Si así se la mira, entonces, la próxima elección que se va a jugar el día 22 entre la casta vieja y la futura casta no deja de ser una alternativa maléfica entre ignorantes, fracasados y barras-brava. Esta cruda descripción de opciones no es democracia ni mucho menos, sino el manotón de ahogado de muchos ciudadanos cansados de tantas manipulaciones. La gran pregunta a responder es si hay alternativas para que esta sociedad tan castigada pueda visualizar otros rumbos. Por cierto no lo parece, ya que la resignación al facilismo, la misma que se opone a la rebeldía natural de todo aquel que busca mejorar, parece haberse instalado y ya nadie escucha nada, ni quiere saber.
La primera reacción de los votantes fue la abstención o el voto en blanco en las PASO nacionales y luego la probable preferencia por el no Estado que pregona Javier Milei quien, después de haber empatado casi en tercios con sus rivales, hoy tiene todas las fichas para ser ungido Presidente, quizás en esta mismísima primera ronda. Salvo un giro de último minuto frente al precipicio, ya parece ser cosa juzgada que la preferencia ciudadana por las promesas irrealizables y por las frases altisonantes han ganado la partida y que ése es el camino que ha encontrado la sociedad para mejor expresar su hartazgo desde el sentimiento y no desde el raciocinio. Quizás ésa sea la trampa.
Por ejemplo, Patricia Bullrich tiene en mano las 20 carpetas que le preparó Carlos Melconían en el IERAL con eventuales soluciones para cada problema económico, pero a nadie parece interesarle: bronca mata planificación. En tanto, Sergio Massa se empeña en prometer más de lo mismo, aunque no tanto, mientras sube el gasto a lo pavo vía emisión, le tira los muertos de Martín Insaurralde y de “Chocolate” a Axel Kicillof y le echa la culpa del valor del dólar a los cueveros, tres chinos y un croata. A estas alturas, lo del ministro-candidato es casi milagroso: cómo es que con esta performance no se ha autodestruído.
Milei, el mismo que ha dicho que el peso es “excremento” y que es mejor irse de los plazos fijos, es quien le ha tirado la nafta al fuego que encendió la emisión de Massa. En la City muchos se preguntan cuánto del valor del dólar es por el ministro y cuánto por Milei, quién es el culpable y quién el responsable. Pero, como los mercados son esencialmente la gente y no la City, lo más notorio es que el grueso parece querer un cambio de raíz y no mira esas nimiedades. El cambio lo ofrece Bullrich, pero también lo ofrece Milei y con mejor marketing.
Sin embargo, no todo será felicidad para sus votantes porque el libertario tiene chances muy bajas como presidente de la Nación de hacer todo lo que pregona, ya que es imposible que tenga el manejo de la mayoría en ambas cámaras del Congreso. Las matemáticas pueden servir de buena ayuda al respecto: en Diputados se renuevan 129 lugares y aún ganando en primera vuelta con 45% de los votos (hipótesis de máxima), Milei podría reunir unas 60 bancas, junto a las que La Libertad Avanza tiene ahora. En tanto, en la Cámara Alta, solamente si gana las 8 provincias que eligen senador, podría alcanzar los 16 escaños, un número bien importante. Pero ocurre que en el Senado el quórum lo forman 37 legisladores y él casi no va a sumar gobernadores de su palo, por lo que tendrá demasiadas trabas.
En verdad, una probable elección de Milei en esos términos podría ser una fabulosa plataforma legislativa, pero recién para llegar a 2025 y reafirmar entonces la gestión con mayor cantidad de bancas ganadas. Lo cierto es que, al día de hoy, no hay modo de que quede a tiro directo de hacer las fabulosas reformas que propone, salvo que empiece a gobernar por DNU o por consultas populares, aunque ambas posibilidades sean objetivamente rechazables por un Congreso numéricamente tan opositor. ¿Sabe negociar? ¿Su allanará a hacerlo? ¿Cuántas facturas le pasará su odiada casta?
Entonces, es obvio Milei quedará entrampado y con la gente tan embalada como está con él esos tropezones le van a generar reacciones varias hacia las promesas no cumplidas. Hay que saber, por más que él le echará la culpa al mundo de la política, que es la Constitución la que prevé dichos mecanismos legislativos. Porque, además, 60 diputados y 16 senadores de máxima no le sirven tampoco para alcanzar algo más del tercio de bancas necesarias para bloquear cualquier pedido de juicio político, ni en Diputados (cámara acusadora) ni en Senadores (cámara que juzga), mecanismos constitucionales que buscan limitar, entre otras cosas, las locuras del poder.
Justamente, la cuestión sicológíca no es menor en alguien como el libertario, quien ha demostrado tener reacciones bastante viscerales, algo que es quizás parte de su encanto. En los EEUU es algo muy común verificar antes de las elecciones la personalidad de los candidatos como un elemento que sirve para valorar al postulante en relación a su construcción mental. Lo que se desea pulsar es si quien estará a cargo de la Casa Blanca va a saber discernir con sangre fría si el país y el mundo se embarcan o no en una guerra sin retorno.
El ejemplo es extremo, desde ya, pero a ese rasgo de identidad se le suman en la valoración otros que terminan definiendo la silueta de cada candidato, al que se le agregan cuestiones de temperamento y de carácter. En esa evaluación tan común para entregarle la Presidencia por cuatro años a alguien inciden también sus aptitudes, conductas y actitudes de mayor o menor estabilidad, limitantes todos que, si son circunstancias patológicas, invalidan automáticamente al candidato para ejercer adecuadamente el cargo, tomar decisiones y cumplir roles específicos.
Massa dice que le pedirá a Milei un chequeo siquiátrico, algo que en la Argentina queda fuera de toda idoneidad constitucional. Lo que muchos descuentan es que si el ganador de las PASO llega a la Casa Rosada todos sus actuales berrinches podrían llegar a convertirse en conductas totalmente reñidas con la democracia. Por eso, otro elemento importante a considerar previamente debería ser pensar en sus reacciones, si de verdad él es alguien que no tolera no salirse con la suya, si actúa emotivamente siempre y si, en sus desbordes, sabe encauzar sus frustraciones sin patear el tablero y querer él también “ir por todo”.