“Leo, vengo a cumplir mi sueño de verte jugar”. La mujer enseñaba orgullosa y esperanzada su bandera, a metros de la esquina de Libertador y Udaondo. En realidad, era una mera cartulina blanca, con letras escritas en marcador negro.
Imposible saber el porcentaje, pero sin dudas, muchísimos de los presentes en el Monumental -en la muy fría noche de octubre (¿primavera, qué primavera?)- eran primerizos en la experiencia inigualable de ver a Lionel Messi en cancha.
“Con que él juegue un minuto, voy a ser la mujer más feliz del mundo”, admitió Emilia Castro, vecina del barrio porteño de Parque Patricios, acompañada en Núñez por su pareja y por un sobrino de 10 años.
Sus palabras podrían ser replicadas por miles, ante la inusual situación de que “Leo” esperara su momento en el banco en un partido de la selección. Sin dudas, un signo de cambio de época, una señal inequívoca de lo que vendrá por imperio de la Madre Naturaleza: Messi transita los últimos años de su carrera.
Si su reemplazo a los 88 minutos en el debut ante Ecuador y su declaración acerca de que no sería la última vez que sucedería algo por el estilo habían significado un sacudón, mucho más saber que no jugaría desde el arranque ante Paraguay.
Pocas veces, 22 en total, el astro rosarino había arrancado un partido con la selección en el banco. Dieciséis veces ingresó, marcando 11 goles (los númerosos del mejor jugador del mundo hasta como suplente son un lujo).
Esta vez, esa cicatriz en el isquiotibial de su pierna derecha que lo tiene a mal traer (en el último mes apenas disputó 72 minutos con el Inter Miami) fue culpable de la incertidumbre que en la previa invadió a cada hincha en el Monumental.
Y poco más de una hora antes del inicio se confirmó lo que ningún simpatizante quería oír, que Leo de movida estaría sentado junto a su tocayo Scaloni. La fe permaneció, ahora puesta en que sí o sí Messi saltaría al césped en el segundo tiempo.
“Yo vine a verlo a él”, dijo con firmeza y quizá algo de enojo Roque Santander, un hincha llegado de Viedma en ómnibus, que desde su platea preguntó a los periodistas si finalmente el exBarcelona jugaría o no desde el vamos.
El primer “Messi, Messi” con reverencia incluida fue cuando la pantalla gigante reflejó su imagen caminando por el anillo interno del Monumental, una hora y media antes del pitazo inicial. Se esperaba que la siguiente ovación, cuando Messi pisara la cancha fuera muchísimo mayor. Lo hizo a las 19:22, cuando salió junto al resto de sus compañeros a precalentar (los arqueros con “Dibu” a la cabeza ya se les habían adelantado). Pero la gente no reaccionó con especial entusiasmo, hasta que apareció el característico “Vení, vení…”
Otros hits fueron “Muchachos… Dale campeón… El que no salta es…” Una curiosidad: esta vez un grupo de hinchas repartió en las adyacencias del estadio un cancionero con letras no tan conocidas, con el objetivo de propiciar un “ambiente de cancha” del que muchas veces carecen los partidos de la selección.
No tuvieron demasiado éxito con los nuevos temas. Pero a su manera, la gente ofrendó su aliento durante muchos pasajes del partido. Y obviamente, deliró cuando su sueño se vio cumplido a la hora señalada, a los siete minutos del complemento.
Fue cuando Messi pisó el campo para jugar el juego que mejor juega y que más nos gusta. ‘Malo, malo, muy malo’ fue el palo que le negó dos veces la frutilla del postre con su enésimo gol (e incluso el primero olímpico). Igualmente, la noche fue completa.