El pasado y el presente de nuestro país se unen a través de algunas visiones y valores que son capaces de perpetuarse en el tiempo... Para celebrar los 40 años de recuperación de la democracia, ayer se dictó en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la UNT una charla alusiva.
Bajo el título “60 años de Mafalda, 40 años de democracia. Algunos cruces posibles”, el encuentro propuso ahondar en la importancia que tiene la educación pública en el país y la manera en que evolucionó nuestra sociedad en las sucesivas décadas. Todo a partir de los lentes de una pequeña con las ideas y el cabello alborotado.
“En la última reunión del Consejo Superior se decidió declarar el período de octubre hasta diciembre como una instancia para reflexionar y trabajar sobre el derecho a la educación. Es así que se le propuso a las diferentes facultades de la UNT realizar actividades en las cuales se aborden los fenómenos sociopolíticos que se manifiestan en la actualidad y plantean proyectos contrarios a la esencia de las instituciones democráticas y las escuelas y universidades públicas”, explicó la vicerrectora, Mercedes Leal.
La charla estuvo a cargo del docente e investigador Pablo Pineau, miembro del comité académico del Doctorado en Educación de la UNT. El especialista en la Historia de la Educación fue reconocido este año por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires como personalidad destacada gracias a sus aportes en el campo de la docencia.
Tras el encuentro con estudiantes de diferentes colegios y carreras, LA GACETA charló con Pineau para profundizar sobre la correlación entre nuestra historias y las narraciones del gran historietista.
- ¿Cómo era la sociedad argentina que describía Quino en sus historietas?
- Era una sociedad supuestamente bastante armónica, basada en el imaginario de la clase media urbana. Mafalda funciona y capta a sus lectores porque, si bien las tiras ocurren en el barrio de San Telmo (Buenos Aires), las escenas podrían haber transcurrido sin problema en Tucumán u otra ciudad. La historieta supo retratar muy bien el fenómeno que ocurría a lo largo y ancho del país durante la década de los 60 y constituía la identidad argentina del momento.
- ¿Aún hoy las imágenes que muestran sus viñetas se mantienen o nos interpelan?
- Si, pero de otras formas. Los chicos y generaciones actuales conocen a Mafalda, la leen y ella sigue presente con nuevas ediciones de libros y publicaciones recopilatorias o de investigación. Sin embargo, existen términos usados que los jóvenes no conocen y hay algunas lógicas y cuestiones que tampoco se entienden. Eso no quita que la historieta sea eficaz. Mafalda es una gran obra y como tal permite muchas lecturas y aproximaciones según su público.
- ¿Qué podemos aprender de Mafalda para ser ciudadanos más conscientes y críticos?
- Principalmente está la cuestión del malestar en la sociedad: Mafalda se siente incómoda con las injusticias sociales y le duele la pobreza. También le molesta las condición de trabajadora doméstica de su madre y las cosas que plantea Susanita para una mujer tradicional. Creo que hoy Mafalda levantaría sin dudas la bandera de la ESI y el cuidado medioambiental exigiendo que el cambio climático y el cuidado del planeta sea un tema primordial en la agenda de los dirigentes mundiales. Ella saldría a la calle para reclamar, tal cómo deseaba hacer de chica. Además si estuviera en nuestro presente su concepto de democracia se hubiera ampliado para abarcar aspectos más allá del voto; se enfocaría en los derechos efectivos vinculados a cuestiones sociales, de género e igualdad.
- Estos últimos meses la educación pública sufrió de varios ataques y hay propuestas presidenciales en las cuales se incluyen políticas de recortes, ¿qué opina al respecto?
- La historia de la educación pública es la historia de la lucha por la educación pública. Lo público no es un sí o un no, tampoco se trata de un estado, sino de un proceso. Hay instancias de avance, otras retroceso y algunas de debate entre quienes la consideran un mal gasto (sobre todo por las universidades nacionales, ya que la educación superior no es obligatoria y no se percibe como un derecho) y aquellas personas que nos enorgullecemos por vivir en un país donde la educación es gratuita, pública y sin examen de ingreso. Estas condiciones permiten que de esas aulas salgan muy buenos profesionales.
- Entre tantas grietas y opiniones contrapuestas, ¿también deberíamos tomar la actitud de militancia de Mafalda y luchar por nuestros ideales y las creencias justas?
- Si, hay que apostar por eso desde los espacios de educación. Más allá del malestar que pueda haber en el mundo, el optimismo es lo que nos vuelve educadores. Ser maestro o trabajar en esta profesión implica ser optimista aunque el entorno esté en contra y nos muestre señales negativas. Seguir creyendo que es posible crear un mundo mejor es lo que constituye a un educador. Si un día esa certeza se pierde, habrá que encontrar otra tarea a la cual dedicarnos.