Llegar a ser futbolista profesional es el sueño de muchos chicos. Sin embargo, concretarlo no es sencillo; mucho más cuando se nace en el interior del país. El desarraigo es un palo extra en la rueda y Pío Bonacci puede dar fe de ello. Nació Río Cuarto, Córdoba, pero debió adaptarse a distintos lugares para lograr su meta.
Con el objetivo de obtener un mejor futuro y tranquilidad, la familia Bonacci se instaló en Chepes, una pequeña ciudad de La Rioja. “Es un lugar muy tranquilo en donde la infancia se vive a pleno. Siempre jugábamos a la pelota en la calle o en el frente de casa. Las bicis las dejábamos afuera, era todo tranquilo. Incluso en más de una oportunidad me la he olvidado en los kioscos cerca de mi casa y siempre me la guardaron”, cuenta el delantero en diálogo con LA GACETA.
Pío siempre tuvo en claro cuál era su deporte favorito. “Mis padres nos mandaban a practicar todos los deportes que habían en el pueblo. Pero lo mío siempre fue el fútbol. A medida que me iba haciendo más grande, tenía menos tiempo; por lo que iba decidiendo qué hacer y qué no. La decisión final fue el fútbol, claro. No había dudas”, dice con una sonrisa ancha.
El ex delantero de Armenio se pone serio y comienza a ahondar en un tema que para él es todo: la creencia en Dios. “Mi familia es católica. Siempre me inculcó ir a misa, bendecir los alimentos… Mi encuentro personal fue a los 12 años y formé una linda relación con Dios. Todo lo que hago va dirigido a él”, explica. “Con (Axel) Bordón, siempre nos juntamos para ir a misa. Casi siempre asistimos a la iglesia Catedral “, agrega.
Pese a que en Chepes era feliz, Bonacci sabía que debía hacer un esfuerzo mayor para lograr ser futbolista profesional. “A los 14 le dije a mi familia que quería ser vivir del fútbol. Me mude a San Juan para jugar en San Martín, tuve que vivir solo en una ciudad que era muchísimo más grande, que no conocía…Me quedaba esperando el colectivo y no sabía cómo pararlo. También tuve que hacer un gran esfuerzo en la escuela porque el nivel era superior. Fui a muchos profesores y rendí muchas equivalencias. Fue un cambio durísimo porque aprendí a cocinar, a lavar y a limpiar solo”, enumera todo lo que debió cambiar.
Así Bonacci pasó de la calidez del hogar familiar a tener que pelearla solo contra el mundo. “Siempre aparecen situaciones difíciles. Me pasó de estar en España y que mi novia sufra un accidente muy grave. No podía volver de allá y todo eso me afectó futbolísticamente. No sabía cómo estaba ella y quería estar a su lado para apoyarla”, recuerda.
Si bien su vida siempre giró en torno a lo deportivo, lo cierto es que todavía mantiene algunas aficiones fuera de la cancha. “Desde los 10 años que tocó la guitarra. Al principio, iba a clases para aprender, pero fue por muy poco tiempo. Después, con mi hermano Marcos, empezamos a buscar las canciones en Youtube y practicábamos así. Me acuerdo que siempre tocábamos ‘El Fantasma de Árbol’. Ahora, cuando estoy con amigos, siempre me piden uno que otro tema”, cuenta.
Jugar en San Martín, un gran paso
Bonacci está feliz de haber llegado a San Martín. Es el gran paso en su carrera, pero no descuida otras aristas. Este año, también logró su primer título universitario. “Hace poco me recibí de Analista en Sistema en la Universidad Siglo XXI a distancia. Es una carrera de tres años y la hice en cuatro años y medio. Ahora voy por la Licenciatura”, comenta. “Hubo veces en las que tuve que dejar de estudiar porque necesitaba dormir temprano para estar al 100 por ciento para el entrenamiento del día siguiente. Siempre mi prioridad fue el fútbol; obviamente trataba de administrar los tiempos, pero muchas veces se complicaba y tenía que dejarlo de lado”, reconoce.
Luego de haber tenido experiencias en España y en Buenos Aires, Bonacci se siente a gusto con su vida en Tucumán. “Me gustan las ciudades chicas comparadas con Buenos Aires, en donde las distancias son muy largas. Me siento más tranquilo. Lo único que se sufre acá es el calor”, ríe con ganas.
El gran objetivo de San Martín
El punta sueña con lograr el gran objetivo que tienen en Bolívar y Pellegrini, y deja en claro que el buen clima puertas adentro es una de las principales armas. “Hay muy buena onda. Con los chicos nos juntamos a jugar a la Play. Hacemos unos partidos en el FIFA con (Iván) Zaffarana, (Brian) Andrada, (Agustín) Colazo, Axel y ‘ñMatías Kabalín. Nos reímos mucho y la pasamos muy bien. Siempre hacemos que salgan equipos aleatorios y por ahí te tocan equipos muy malos. En esos momentos, tenes que remarla mucho, ja”, bromea.
Las lesiones fueron un factor que influyeron mucho en su vida deportiva y en la personal. “Vivo solo y todo lo que me pasa tengo que enfrentarlo solo. Pero mi familia siempre está presente, aunque sea con videollamadas. Cuando recién me había operado, mi novia vino de San Juan para estar conmigo. Mis papás también, porque no me podía ni moverme”.
La actualidad “santa” es una montaña rusa de emociones para él, pero no pierde la fe. “Es el momento de estar tranquilos. Debemos mostrar todo el sacrificio que hicimos para llegar acá”, afirma y va un poco más allá. “Me hubiese gustado haber podido jugar más minutos y haber poder ayudar al equipo desde adentro de la cancha. Pero es lo que tocó y hay que apoyar desde dónde toque”, cierra el delantero que no jugó mucho, pero que ruega a Dios por tener una chance de quedar en la “santa” gloria.