Cuando se quiere institucionalizar a Rodolfo Bulacio, su obra parece querer escapar. De los museos, centros culturales, talleres y espacios de este tipo, quiero decir. Será, tal vez, como acaba de decir el recientemente designado director del Museo Nacional de Bellas Artes (por un nuevo período), Andrés Duprat: “los museos no son la vanguardia, creo que las vanguardias en temas sociales y artísticos no las dan las instituciones; el que cree eso se equivoca. Los museos en general van detrás, son como elefantes, van más lento tratando de acomodarse un poco a la esencia; creo que las vanguardias las hacen los artistas, los movimientos, pero no las hace la institución, que los acoge”.
Como dice el libro publicado hace varios años sobre Bulacio, “su vida fue arte”. Y sucedió que cuando Rodo fue asesinado generó textos, reconocimientos generales y oficiales de una sociedad que, en el mejor de los casos, no lo aceptaba. Mucho se ha escrito sobre él y su obra. “Su vida fue arte”, y sin ningún tipo de especulaciones académicas, institucionales, o sobre la misma comunidad.
En una de sus “Karta nova” (pintura neoinformalista de los inicios de los 90), por ejemplo, se puede leer borrosamente una nota a un director de museo reclamándole una fecha para exponer.
“Fantasía marica del pueblo”, la exposición que se inaugura esta noche a las 19.30 en el Museo de la UNT (San Martín 1.545), está presentada como una muestra antológica, ocupando todas las salas (en la central se presenta una pasarela delimitada por dos filas de margaritas, la flor preferida por el artista).
Reúne tres de sus muestras individuales, el trabajo colectivo de las performances y ejercicios de estudiante. Con obras realizadas entre 1989 y 1996, esta selección da cuenta del carácter político y contestatario de su trabajo, según se indica en la exposición que tiene la curaduría de Ángela González y Guadalupe Creche, y que se inauguró el año pasado en el Centro Cultural Borges, en Buenos Aires. A las 20 se realizará Fantasía Tenor Grasso, una performance a cargo del Movimiento Kiki.
En el libro “Rodolfo Bulacio: su vida fue arte” (1998, Editorial Neptuno), escribí uno de los artículos con el título “Bulacio pensó: ‘no le tiren margaritas a los chanchos’”, en el que se marcaba que su primer lenguaje fue el grabado y el trabajo gestual, y ya partía con ese dicho popular sobre las margaritas y los chanchos; ese dar algo a quienes no están preparados para recibir o ni siquiera interesados.
Cuando se cumplió una década de su asesinato en 2007, en el MUNT se hizo una muestra con muchas de sus obras; y en 2018, Jorge Gutiérrez realizó la curaduría de “¿Son ellos? Proyecto arte es lucha” en el Museo Timoteo Navarro, en el que se había inaugurado una sala con su nombre. Gutiérrez planteó seis plataformas para ensayar lecturas. La tapa del catálogo de esa muestra era la imagen de La Gioconda que generosamente elaboró para que lo usen las agrupaciones estudiantiles en sus luchas, en las que a veces participaba directamente. Posteriormente se creó la Fundación Las Margaritas de Rodolfo Bulacio impulsada por su madre, la incansable Porota. Y también se efectuó una importante exposición en Monteros.
Los gestos
1- Su primer gesto político fueron los miedos. Cuando vivía con otros monterizos en una casa en Villa 9 de Julio, la Policía ingresó a allanar buscando al presidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Artes. En esa noche de 1989, luego de escapar, Rodolfo fue a refugiarse en un local trotskista de Balcarce al 300 por varias horas. De ese tiempo es la enorme pancarta con la imagen de La Giocanda que se ha indicado arriba. Aunque simpatizaba con ideas de izquierda, no llegó a asumir ninguna militancia.
2- El segundo fue la exposición con Carolina Cazón y Rolando Juárez de arte gay, en una pequeña sala ubicada en Crisóstomo Álvarez al 300: “Crónica de paquetes y fetiches” (diciembre de 1993). Quizá, haya sido esta muestra la primera en la que pudo expresarse como tal, aunque su mayor desenfado llegó después, con los desfiles de Tenor Grasso que tanto disfrutaba y en el que imponía su voz propia.
3- Las instituciones estuvieron en su mirada irónica y crítica: el escudo nacional, la bandera, el billete, la familia, el matrimonio, el museo. La patria, el hogar y la propiedad, en definitiva. Hay que aclararlo: distinto es que los artistas expongan y trabajen en las instituciones a que sean cooptados por ellas, y que se apropien de esa(s) obra(s).
4- En el libro ya citado, Gutiérrez hace hincapié en que el retrato fue un elemento esencial en su trabajo. “Esos retratos testimonian el permanente empeño por desnudar las convenciones sociales”, añade el artista, lo que constituye otro relevante gesto político; sin olvidar la marcada teatralidad, el show, la moda y lo fashion. Lo divertido y la ironía estaban registrados en esas acciones.
Como indican en el texto las curadoras, hay mucho de político y contestatario en toda su producción artística.
La cebra
El artista trabajaba mucho en los talleres de la Facultad de Artes, pero también tenía su vida fuera de ellos.
Su vieja heladera en el inquilinato de Marco Avellaneda al 500 (donde fue asesinado) estaba pintada con rayas negras, y un día me preguntó retóricamente si existía algo más barroco que una cebra.
En la exposición se podrán ver obras de series como “Karta Nova”, “Mucha Karakatanga en la koctelera” y “Blanka… enseña lo que has conseguido (Homenaje a todos mis muertos)”.
Andy Warhol y Pedro Almodóvar, el pop y el bolero, el kitsch y hasta los colores pasteles están muy presentes en toda su obra, junto con la familia y las instituciones, de un tiempo en el que esas citas no eran frecuentes.
Fundamental
No fue accidental, entonces, que Rodolfo Bulacio aparezca como uno de los artistas fundamentales y contemporáneos de esta provincia. Con Flora y Fauna debutó en el casamiento de un artista; luego vinieron La Sangrada Familia y Tenor Grasso, colectivos que animó y además protagonizó en un trabajo colectivo.
En el arte contemporáneo, puede asegurarse que su nombre marcó los 90 con su pop devenido en neopop pocos meses después, y con su homenaje al pionero de este movimiento en los 80 en esta provincia, “Perikita” (Gerardo Medina).
Las curadoras escriben: “inspirado en la obra de Andy Warhol, Rodo Bulacio tomó la paleta y el plano de color del pop, el grabado como técnica de repetición y realizó retratos de famosas de la televisión como La Cicciolina, Susana Giménez y Mirtha Legrand. Presentaba remakes de La Gioconda, ironizaba sobre la dolarización que trajo el modelo neoliberal y los símbolos nacionales como el escudo y la escarapela. Conmovido por las representaciones de las películas de Almodóvar, construía su propia fantasía marica de pueblo. Convertía cada exposición en una instalación escenográfica donde convivían pinturas, grabados y objetos cotidianos”.
Sobre Bulacio se han contado numerosas anécdotas (la mayoría deben ser ciertas), escrito muchos textos y no han faltado por estos días los que han construido relatos que lo convierten casi en un mito. Seguramente el artista se reiría de estos últimos o, por el contrario, habría ayudado a encender las velas.