Cinco aspirantes a la presidencia de la Nación tienen esta noche la oportunidad de recuperar el valor de la palabra, tan devaluada desde hace largo tiempo. Porque a la ciudadanía no sólo la afecta la debacle económica; los discursos vacíos de contenido y la depreciación del lenguaje también alimentan esta crisis tan larga y extenuante. Entonces, la de hoy es una inmejorable chance para que quienes pretenden conducir el destino de la Argentina durante los próximos cuatro años discutan con altura y con respeto. Puede que lo que digan -y cómo lo digan- no determine una intención de voto, pero el aporte será valioso en tanto contribuya a enriquecer un debate en el que las ideas suelen perder por nocaut. ¿Es mucho pedir?
El decir con elegancia y profundidad, sin perder la vehemencia ni la ironía, transforma la retórica en un arte. En la arena política, aquellos que aprendieron a dominar estos recursos y a administrarlos con sabiduría quedaron en la historia. Pero a la calidad de esta conversación pública le bajó el precio el nuevo paradigma comunicacional construido en las últimas décadas. Formas que pregnaron fuerte en el cuerpo social y del que las clases dirigentes se enamoraron a primera vista. No es que el cómo haya dejado de importar; al contrario, pasó a ser fundamental. Es un cómo virulento, a los gritos, hiriente, en lo posible feroz. Una retórica para tribunas que fueron perdiendo el entrenamiento de la escucha. Esta es una de las patas de la devaluación de la palabra, La otra, claro, se asienta en el qué.
Los candidatos prometerán muchas cosas esta noche, es a fin de cuentas la razón de ser del debate. Las chicanas y los ataques que se lancen apuntalarán el show de la TV y de las redes sociales, pero lo que la ciudadanía necesita saber en detalle es qué piensa hacer cada uno de ellos con la Argentina. Ahí radica la oportunidad que esta vidriera les proporciona. En la medida en que ejerzan la palabra con honestidad, con claridad y con inteligencia, dejando de lado las retóricas vacías y mentirosas, esta puesta en escena habrá valido la pena.
Por lo general se evalúan los debates como si fueran partidos de fútbol, un juego de ganadores y perdedores determinado más por lo actoral que por la sustancia de los protagonistas. Así como se devalúa la palabra, también se devalúa el análisis. Es una porción de responsabilidad que le cabe a la ciudadanía; por un lado, exigir de los candidatos un esfuerzo por elevar el nivel del qué y del cómo de los discursos; y por el otro sustraerse del ruido para afinar la percepción de lo que se dice desde los atriles. Esto implica atarse al mástil del sentido común para que los cantos de sirena -que serán muchos- dejen de prevalecer.
Al debate de esta noche en Santiago del Estero -al que LA GACETA le brindará una amplia cobertura por medio de todas sus plataformas- le seguirá otro en la Ciudad de Buenos Aires. Hoy serán tres los ejes en discusión: economía, educación y derechos humanos/convivencia democrática. Se hablará de inflación, desempleo y pobreza; también de violencia, discriminación y corrupción. Para la cita de CABA (el domingo 8) quedarán las propuestas sobre seguridad, trabajo, producción, desarrollo humano, vivienda y medio ambiente. La vida de los argentinos pasa por este temario, ya no hay margen -crisis de por medio- para que los aspirantes a la presidencia de la Nación lo transformen en un campo de batalla verbal. De nuevo, ¿es mucho pedir?
Creemos que en esta etapa tan compleja y traumática que atraviesa la Argentina se impone un ejercicio de reconstrucción nacional. Y tratándose nada menos que de un debate de candidatos a la máxima magistratura, recuperar el valor de la palabra puede ser un comienzo, un compromiso, una señal de madurez. Al fin, un pacto virtuoso.