En el nutrido cambalache en que vivimos socialmente, encontramos padres cuyo interés por la educación de sus hijos son de variadas dimensiones. Así, vemos padres pegados a sus hijos, otros medianamente apartados, y otros que parecerían ser simplemente conocidos para sus niños. Vivimos un tiempo muy complejo para la educación, por lo tanto, se requiere rigor formativo. Partamos de que educar a un niño o niña, no es solamente mandarlo a la escuela y desentenderse. La educación tiene, esencialmente, dos ambientes: la casa y la escuela. Si queremos educar bien a un niño, para que mañana sea un hombre (o mujer) respetable, comencemos respetando ahora su existencia. Y digo su existencia, porque un ser humano desde pequeño tiene muchos requerimientos necesarios y caprichosos. No es parte de un buen educador ceder a todos los caprichos de un niño. Nunca hay que olvidar que los hijos nos llevan a los mayores como timoneles de sus vidas. Ni que la educación es una obligación de todos. Educar entre todos es mejor y más productivo que ser un simple observador, cuando no un “criticón” del sujeto observado. Todo el planeta es sitio de educación. Por lo tanto, si llevamos al niño a aprender natación, por ejemplo, tenemos que educarlo en ese ambiente; si lo llevamos a una escuela de fútbol, igualmente; incluso si lo llevamos a la Iglesia, allí tenemos que enseñarle cómo tiene que comportarse, y recordarle siempre que es un ser social, por lo que todo lo que haga, bien o mal, impactará en los intereses sociales antes que en sus propios intereses, y todo tiene un precio.
Daniel E. Chávez