¿De qué sirve contar nuestros pasos y el ritmo cardíaco?

¿De qué sirve contar nuestros pasos y el ritmo cardíaco?

El smartwatch tiene varias funcionalidades destinadas al deporte y el bienestar físico. Ventajas, desventajas y la lógica detrás de estos dispositivos portables.

ALTA GAMA. Hay modelos de relojes inteligentes que incluyen alarmas retocarnos el protector solar y enlaces a videos de meditación y respiración. ALTA GAMA. Hay modelos de relojes inteligentes que incluyen alarmas retocarnos el protector solar y enlaces a videos de meditación y respiración.

Aunque no nos demos cuenta, la tecnología opera de muchas maneras en nuestra rutina y el entorno que nos acompaña, con tanta innovación “al alcance de la mano” esta vez toca hablar de los relojes inteligentes y su popularidad en el ámbito de la salud y el deporte.

“Desde hace al menos cinco años, los dispositivos portales disponen de una salida comercial que no para de crecer. Lo que más le llama la atención a la gente que los compra es la posibilidad de volverse ‘custodios’ de su propio bienestar sin tener que recurrir a un tercero. Con apretar un par de botones las personas pueden acceder a registros que antes estaban restringidos a una consulta médica o al uso hogareño de varios aparatos (como tensiómetros y medidores de oxígeno)”, comenta el médico deportólogo Benjamín Montalván.

Entre sus funcionalidades, los smartwatches permiten medir la cantidad de pasos que damos, nuestra frecuencia cardíaca, gasto calórico y hasta hacer un escaneo corporal para determinar qué porcentaje de grasa y masa muscular poseemos. “Todas estas métricas representan un tesoro para la gente que quiere mejorar su rendimiento, compite o practica deportes de alto impacto. Al analizar los datos que se obtienen con los relojes, un preparador físico o el deportista puede identificar patrones en sus movimientos e intentar mejorar su técnica o trazar límites para evitar lesionarse a partir de ellos”, señala.

También son un complemento útil para quienes padecen enfermedades coronarias o fueron diagnosticados con hipertensión. “En ambos casos, los relojes contribuyen a un fin u objetivo de salud específico. Sin embargo, la mayoría los compra por su estética o porque los considera una extensión del teléfono. Sinceramente, dentro de los gimnasios o boxs casi nadie se pone a analizar las métricas que aparecen en la pantalla”, acota el profesional.

La médica deportóloga Lucrecia Font concuerda con este panorama. “Es curioso porque lo mismo pasa en internet; hay millones de datos que circulan libres y pueden beneficiarnos, pero existen muy pocas personas capaces de leerlos, recopilarlos y sacarles provecho. Aunque los smartwatches ofrecen un registro importante de mediciones igual necesitamos a un profesional de nos oriente y traduzca los resultados. Los relojes inteligentes jamás van a reemplazar la consulta ni los estudios médicos; al contrario, son apenas un pintoresco accesorio para chequear el normal funcionamiento del organismo”, indica.

¿Certeza o verso?

Si bien llevar un registro con las condiciones de nuestro cuerpo transmite seguridad, la fiabilidad de los relojes depende de su marca y algoritmos. En promedio, estos dispositivos poseen un margen de error que va del 5 al 20 % y se aconseja usarlos al menos durante cinco meses antes de hacer alguna evaluación de datos o emocionarnos demasiado.

Para funcionar estos wearables disponen de un sistema que detecta el movimiento y mide la aceleración corporal en tres ejes. Eso les permite registrar nuestros pasos ya que, mientras caminamos o corremos, hay una secuencia que se repite. Además, algunos modelos cuentan con giroscopios, barómetros, magnetómetros y sensores ópticos.

“Las versiones de smartwatches más recientes incluyen la opción de monitorear nuestros hábitos de sueño y el estrés. Esas funcionalidades deben tomarse con pinzas porque ambas cosas dependen también de factores psicológicos, afectivos, estacionales, habitacionales y otras tantas variables que son imposibles de detectar a través de la fricción”, advierte Font.

Por otro lado, tampoco debemos dejarnos llevar por estadísticas genéricas. “Para medir si el usuario posee un correcto nivel de presión, pulso u oxígeno los relojes cotejan nuestros datos con un registro estándar de métricas, en el cual aparecen los parámetros de la edad, altura, peso y género. Eso hace que un montón de datos técnicos específicos (como el hecho de tener una patología, estar operados o atravesar algún cambio hormonal) sean ignorados”, resalta Montalvan.

No somos un número

Los relojes inteligentes forman parte de una tendencia que los sociólogos denominaron “datificación de lo cotidiano”. Este mecanismo consiste en procesar grandes cantidades de información hasta convertirla en datos concretos, los cuales luego son almacenados y consultados, por ejemplo, para elaborar estadísticas. Hasta acá nada nuevo con el big data.

“El tema pasa porque ahora la gente comenzó a preocuparse por los registros que atañen a su día a día y la manera en que gestionan sus comidas, el trabajo, el descanso o el ejercicio. Estamos en un periodo en el cual hay una fuerte obsesión por el control y por intentar rescatar lo individual frente a lo masivo”, señala la psicóloga Paula Pangol.

Eso se traduce en usar aplicaciones para chequear el valor nutricional que tiene cada comida, la cantidad de agua que bebimos, el tiempo aproximado que tardamos en llegar a un lugar o las horas en que procrastinamos. “El componente lúdico y el ciclo de recompensas y récords que ofrecen estas apps y los relojes hacen que el esfuerzo invertido en la salud sea más llevadero; ayudan, pero sin demasiada intrusión en el estilo de vida personal”, retrata la psicoanalista.

El debate aparece al cuestionar su efectividad a largo plazo. “Obsesionarnos con los números y no percibir el proceso en su totalidad suele conducir a conductas obsesivas y compulsivas. Si para cuidar nuestra salud requerimos de una herramienta externa o tecnología nunca vamos a terminar de naturalizar las buenas prácticas”, reflexiona.

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