Luis Alberto Romero: "El nudo de nuestro desconcierto es que la opción a los Kirchner sea alguien con tantos rasgos populistas"
El prestigioso intelectual liberal lamenta que haya irrumpido “esta cosa fantasiosa de la motosierra y de la dolarización” justo cuando, según su criterio, estaba surgiendo un plan para sanar la relación problemática de los argentinos con el Estado.
Entre quedarse callado sobre la actualidad por temor a convertirse en “profeta del presente”, rol que denostaba su admirado Tulio Halperin Donghi, y opinar con la prudencia de quien sabe de que los hechos están sucediendo todavía, Luis Alberto Romero (Buenos Aires, 1944) elige lo segundo. Y explica que los historiadores como él tienen algo que aportar acerca del proceso y que, si no lo hacen, otros ocupan el espacio en el debate público. Con esa ética de intelectual clásico y liberal, Romero reflexiona respecto de la incertidumbre que tiene en vilo al país, y que a él lo encuentra jubilado y con 78 años. “El nudo de nuestro desconcierto es que la alternativa al kirchnerismo sea alguien con tantos rasgos populistas”, apunta durante una videollamada.
Jubilado sí, pero no de la historia ni de su obsesión por entender el declive argentino (a él le parece que estamos en el punto más bajo, pero que mañana puede ser aún peor). El amor por el pasado que heredó de su padre, el historiador José Luis Romero, hace que el autor de “Argentina. Crónica total del siglo XX” (2000) anticipe que en su gremio son “pésimos para hablar del futuro”, y cuenta que le consta fehacientemente que, por ejemplo, antes de las elecciones de 1983, a Halperin Donghi le resultaba “natural” que los vencedores fueran Ítalo Luder y el peronismo, cosa que, como se sabe, no ocurrió -triunfaron los radicales y Raúl Alfonsín- para alegría de su maestro. Mansamente recibe Romero la explicación de que no, de que más que buscar futurología, se lo llama para encontrar refugio en su conocimiento de los hechos históricos, y para saber si lo que sucede ahora ya pasó antes y cómo.
-¿Empezamos, entonces, la entrevista?
-Sí, yo le diría que más que buscar situaciones similares en el pasado, donde uno siempre fuerza un poco la analogía tratando de encontrar la clave, lo que puede aportar un historiador es la mirada del proceso donde estamos metidos sin saber exactamente en qué momento ese proceso va a cambiar. Mi idea es que nos encontramos en lo que hasta ahora es el punto más bajo de una larga crisis cuyo comienzo ubico a mediados de los 70. En ese tiempo advierto efectos acumulativos cada vez peores. Estamos, como decíamos, en el punto más bajo de hoy: no quiere decir esto que todavía no tengamos otros escalones por descender y esa es la impresión que da la situación. Pero, para mirar el panorama desde un punto de vista positivo, agregaría que en este momento está socialmente mucho más claro lo que para mí es el meollo de esta decadencia, que es la relación espuria entre quienes administran el Estado y quienes en la sociedad se organizan en corporaciones de la más infinita variedad para vivir a costa de aquel. Esto es algo que se fue construyendo gradualmente: poca gente de la sociedad vive fuera de una corporación que la ampare y que tiene algún derecho que el Estado de algún modo satisface. Esa relación cada vez más viciosa está mucho más clara que hace 20 años. Es el tiempo que llevo escribiendo sobre eso: antes no encontraba eco y ahora veo que todo el mundo lo considera un dato establecido.
-Usted dice que llevamos casi 50 años en un proceso de crisis anclado en la idea de un Estado tomado por los intereses corporativos y que esto es algo hoy entendido negativamente.
-No sé si totalmente entendido porque a veces hay una tendencia a hacer del Estado el villano. Y el Estado es una máquina o instrumento indispensable en cualquier sociedad moderna. El problema es cómo han venido manejando el Estado quienes lo gobernaron y qué cosa imperfecta han hecho de esa máquina. Imperfecta porque, por un lado, participan en todas estas negociaciones espurias más que conocidas desde las grandes hasta las pequeñas que ocurren, por ejemplo, en alguna costa del río Paraná donde todas las noches pasan las lanchas dedicadas al contrabando, que es una fuente de trabajo. Imperfecta, por otro lado, porque la consecuencia de aquello es el deterioro de la máquina estatal en términos de la calidad de los empleados públicos y de la capacidad de las agencias para hacer lo que deben. En definitiva, el Estado es una máquina que funciona muy mal. La responsabilidad de esto es de los gobernantes en mayor o en menor grado. Algunos se dedicaron a dejar que las cosas siguieran como estaban mientras que otros las degradaron sistemáticamente, como vimos en los 20 años de kirchnerismo, donde hubo una acción muy deliberada para transformar al Estado en una herramienta para el beneficio particular de los gobernantes. Sitúo el inicio de este proceso a mediados de la década de 1970 porque ahí veo un cortocircuito muy grande tanto por el fracaso del Gobierno peronista como por el sesgo de la dictadura militar, donde hubo bastante continuidad.
-¿Se vivieron estos 40 años de democracia en un escenario de crisis?
-La gran paradoja es esa: intentamos construir la democracia como se debe en un momento histórico donde el proceso iba en sentido contrario. En 1983 todavía teníamos una ciudadanía que podía respaldar el proyecto de Alfonsín. Esa ciudadanía se ha ido disolviendo y obviamente las zonas de emergencia social no son los lugares más adecuados para que surjan los ciudadanos que la democracia moderna necesita de modo que las formas políticas se fueron adecuando a lo que eran los ciudadanos realmente existentes. Para muchos de ellos, las elecciones son el día en el que pueden obtener algo para vivir mejor la semana o el mes siguientes. Y para un empresario es el momento en el que puede obtener algo para vivir mejor los dos años siguientes. Esa es la relación viciosa que advierto y que es tan difícil de desarmar porque todos estamos en contra del privilegio de los otros, pero, yo que soy jubilado, estoy totalmente en contra de que reduzcan las jubilaciones.
-¿Hay ejemplos de otras democracias que lleven tanto tiempo sin poder cumplir sus promesas básicas de bien común? ¿En cuál espejo nos podemos mirar a esta altura?
-Las cosas que hacen los políticos con el Estado están limitadas por la fuerza de las instituciones. Si a la Constitución se le da crédito, los políticos pueden hacer hasta cierto punto. Si la Constitución es puesta en tela de juicio, como está sucediendo en Israel, puede haber mayor arbitrariedad. Y en la Argentina el deterioro del sistema institucional de la Constitución y de la república, por ejemplo, la administración de justicia y la seguridad, se aceleró porque dejó de haber la mínima prosperidad económica que hacía que las dificultades no se notaran tanto. Desde hace 40 años para mí es muy claro cómo el sistema institucional se concentró y fue capturado curiosamente por los políticos nacidos con la democracia, lo cual es bastante triste, ¿no?
-Sin dudas.
-Me acuerdo de las ilusiones que despertaba (José Luis) Manzano en 1983. Manzano y sus pares eran los jóvenes brillantes en la renovación peronista, y (Enrique) “Coti” Nosiglia en la Coordinadora. Manzano y Nosiglia no son buenos ejemplos de lo que debería haber sido la democracia en la Argentina.
-Algo paradójico de este Estado descompuesto que construimos durante la democracia es que, en la dimensión nacional, existe un sistema electoral que permitiría la alternancia, es decir, la posibilidad de echar a un mal Gobierno. ¿No le parece interesante que eso no se haya podido destruir, sino, por el contrario, mejorar en los últimos tiempos?
-Si se trata de hacer una lista de cosas por la positiva hay mucho para añadir porque 40 años de orden institucional ininterrumpido es una verdadera hazaña en la Argentina. Y, si bien la alternancia no fue tan marcada como en las últimas elecciones, la hubo. Supuestamente desde 2015 el kirchnerismo está en una retirada lenta y va surgiendo una alternativa: la de (Mauricio) Macri fue un primer ensayo y quizá ahora tengamos un segundo. Pero también está la pregunta sobre qué alternativa está surgiendo. Y ahí entramos en el nudo de nuestro desconcierto en el día de hoy. En realidad, son dos: uno acerca de los saqueos y hasta dónde se va a extender este desconocimiento de la autoridad. Y el otro gran desconcierto radica en que existe la posibilidad de que la alternativa sea algo tan imprevisible como (Javier) Milei, quien presenta tantos rasgos de la política kirchnerista o de populismo, y cuya fuerza nueva e inorgánica genera tantas dudas sobre la capacidad para gobernar. Estamos en un momento donde carecemos de seguridad acerca de que la alternativa pueda delinear una salida para el país.
-¿Se ha llegado al punto donde el peronismo ya no garantiza la paz social, es decir, su gran prestación tras las experiencias de Alfonsín y de Fernando de la Rúa?
-El peronismo es una entidad demasiado grande y variada. Estaba por decir “eterna”, pero no está bien que un historiador use esa palabra. El hecho de perder una votación no significa que el peronismo vaya a desaparecer: por el contrario, la experiencia indica que reencontrará la manera de adecuarse a las circunstancias. El peronismo está en retroceso en la Nación, pero sigue estando muy fuerte en las provincias. Es notable la diferencia de resultados entre las votaciones locales y las nacionales. El candidato a gobernador peronista de Misiones (Hugo Mario Passalacqua) sacó el 65% de los sufragios y, al poco tiempo, (Sergio) Massa obtuvo el 27% en la misma provincia. El peronismo va a seguir siendo un baluarte de eso que podríamos llamar el orden social, pero conservador de lo que existe, el statu quo, que es esa relación viciosa con infinitos sectores de interés. La habilidad del peronismo es ser capaz de articular cosas tan variadas como las organizaciones sociales del Gran Buenos Aires y los grupos empresariales de Tierra del Fuego.
-¿No le parece increíble que este país tan complejo de miles de intereses creados organizados en una relación espuria con el Estado esté a un paso de “adquirir” el modelo simplista y mágico que propone Milei?
-La realidad siempre es contradictoria. En el caso de unas elecciones nacionales, los intereses no pueden por sí solos armar la fórmula política: necesitan millones de votos. Y esos millones de votos en una sociedad que ha retrocedido en términos educativos y que está bastante “desciudadanizada” se mueven mucho más por la fe que por el cálculo racional. No quiero decir que sean incompatibles: la política se alimenta de la fe, del cálculo de los intereses y de las convicciones, pero hay equilibrios cambiantes. Milei ha apuntado totalmente a la fe: la fe en que la dolarización es la panacea. Voy a hacer una comparación espantosa: Alfonsín dice que la democracia es la panacea y Milei, que la dolarización es la panacea. Milei obtiene votos de los que creen que la dolarización les traerá la felicidad. Es bastante penoso verlo así. Milei tiene mucho de ese modelo de pastor evangélico que en Brasil y en los Estados Unidos se ha desarrollado tanto. Y ahí es donde mi idea de que los problemas se estaban clarificando viendo las propuestas que circulaban en cuanto a ir desarmando el sistema de privilegios con un método y un plan se transforma en esta cosa fantasiosa de la motosierra y de la dolarización. Yo personalmente no creo que haya nada útil detrás de eso, salvo que aparezca un gran equipo de Gobierno al lado de Milei que pueda convertir esa fe en algo factible. Pero, si eso no sucede, el entusiasmo masivo que hay por Milei se va al tacho en poco tiempo, como le pasó a ese presidente pintoresco del Perú, Pedro Castillo, que duró lo que un suspiro.
-El salpicado de saqueos que vimos esta semana, ¿sería una reacción a un clima anárquico o una manifestación de la inestabilidad que se avecina?
-Me está llevando donde no quería ir, que es a interpretar el diario de hoy (por el jueves), un tema que está abierto. Ni siquiera sabemos cómo se originó el estallido de 2001-2002, si fue instrumentado o espontáneo, o una combinación de los dos, pero, a juzgar por el clima social del Gran Buenos Aires o de las periferias de las ciudades más populosas del país, lo que sorprendía en realidad es que no hubiera saqueos.
-¿Qué papel juega la inflación en este proceso de crisis tan grande que afronta la Argentina?
-Una inflación fuerte como la existente es lo más corrosivo que uno pueda imaginar respecto de la confianza pública. Es uno de los elementos gravísimos del presente y lo que cualquier gobierno va a tener que enfrentar como primera medida. (Carlos) Menem gobernó los dos primeros años con inflación alta. Desde hace un tiempo estoy teniendo respeto por el estadista Menem quien, con su estilo “antiestadista”, se manejó y supo rodearse muy bien. Recién después de controlar la inflación, pasó a algo parecido a la dolarización, como es la convertibilidad. Hoy estamos en una coyuntura similar a la que encontró Menem, y no creo que el control se consiga con una dolarización o con el cierre del Banco Central.
Biografía
Luis Alberto Romero
Intelectual liberal que dedicó esfuerzos sustantivos a comprender “La larga crisis argentina”, como tituló uno de sus ensayos en 2013. Fue profesor de Historia en la Universidad de Buenos Aires y de posgrado en muchas otras instituciones, e investigador principal del Conicet. Romero integra las academias nacionales de Historia, y de Ciencias Morales y Políticas. En 2016, la Ciudad de Buenos Aires lo nombró “personalidad destacada de la cultura”.