Tres años atrás, LA GACETA revelaba que, en Amaicha del Valle, numerosos ejemplares de burros salvajes causaron graves daños a los cardones de la zona. Años después, y pese a algunas medidas anunciadas en su momento, la situación empeoró; según un informe del Conicet, el 50% de estas plantas están completamente destruidas, o severamente dañadas, en la zona donde se realizó el análisis.
La investigación fue realizada por Alfredo Grau, Priscila Ana Powell y Pablo García-Díaz, con algunos colaboradores más, y respondió a un pedido de la Dirección de Flora, Fauna Silvestre y Suelos de la Provincia, según pudo averiguar LA GACETA. Según retratan en el documento, dos grupos de cuatro personas se encargaron de realizar el muestreo en mayo de este año, en la localidad de Los Cardones, al este de la ruta provincial N° 307.
Fueron, en total, 285 los ejemplares de cardones evaluados. De ese número, un total de 71 se encuentran muertos, es decir, no conservan porciones verdes, y si lo hacen, esas porciones se encuentran quebradas y caídas.
Además, otros 72 cardones son adultos muy dañados; es decir, son ejemplares de más de dos metros de altura, con un daño superior al 25% de la circunferencia, y que todavía conservan porciones verdes por arriba de la zona dañada, según detalla el documento. Estos ejemplares, según el informe, tienen su supervivencia comprometida de manera irreversible, lo que implica que morirían en los próximos años, acortando su vida reproductiva en varias décadas o siglos.
65 de los cardones analizados son adultos sanos o con poco daño, es decir, con un grado de afectación que no compromete su supervivencia, al menos por ahora. Y hay dos grupos que no fueron dañados en absoluto: los juveniles (entre 25cm y 2m de alto), de los cuales se encontraron 36 ejemplares en el muestreo; y los renovales (menores a 25cm de altura), de los cuales se detectaron 42 ejemplares.
El informe advierte que no es posible estimar si la cantidad de cardones muertos es atribuible exclusivamente al ataque de burros en los últimos años, o si es un fenómeno de larga data, aunque hay algunos indicios de que estos animales tienen que ver, como la materia fecal hallada alrededor de muchos de los cardones, y los testimonios de pobladores locales. De todas formas, también hay otros factores que pueden haber colaborado con la degradación de la vegetación.
“Además de los burros hay otros animales que pueden estar consumiendo cardones, como pueden ser las cabras, las vacas; hay evidencias que en otros desiertos de América las cabras comen muchos cactus. Acá no lo sabemos, entonces hay que hacer un estudio más detallado para ver quiénes están dañando los cardones. Además hay un uso humano que también puede estar afectando la población, hay que analizarlo y trabajarlo con la comunidad”, detalló Priscila Powell, una de las directoras de la investigación, en diálogo con LA GACETA.
¿Por qué falta información? La ecóloga forestal aclaró que “hay que tener en cuenta que el informe es de un sitio puntual, donde sabemos que habían daños fuertes. Para entender qué implican los resultados, es importante reescalarlos al valle en general, para saber cuánto de la población de cardones está dañada, o potencialmente en riesgo”.
Los investigadores compararon los datos obtenidos con los que arrojó un muestreo realizado en 2014, y notaron un aumento en los números de cardones afectados. En 2014, sólo el 11% de los cardones de la zona estaban muertos, y actualmente, ese porcentaje se incrementó a más del doble, ya que supera el 26%. Además, nueve años atrás, sólo un 19,6% de los cardones estaban dañados por burros, un número que también aumentó significativamente.
Posibles soluciones
La investigación también recomienda algunas acciones a tomar para proteger a los cardones. En primer lugar, menciona la posibilidad de colocar muros de piedra que protejan la base de las plantas, llegando hasta un metro y medio de altura. Los investigadores señalan que en la zona hay abundancia de este material, y el trabajo podría realizarse con mano de obra local a un costo razonable.
“El establecimiento de áreas alambradas que excluyan al ganado protegiendo poblaciones particularmente valiosas sería otra alternativa de manejo. Estas poblaciones actuarían como reserva de germoplasma y fuente de semillas para toda el área”, propone también el informe, como otra alternativa. En este caso, se remarca que el diseño “permitiría además observar la respuesta de todo el ecosistema a la eliminación del pastoreo, tanto de burros como cabras, que también consume otras especies vegetales herbáceas y leñosas”. El pastoreo, afirman los investigadores, es “indudablemente, un factor muy restrictivo en la zona”.
Como una tercera medida, complementaria a las anteriores, el informe sugiere considerar la posibilidad de llevar a cabo experiencias piloto de control de la población de burros en la zona, para reducir la presión que ejercen sobre los cardones. “Esto supondría reducir el número de burros en un área, y evaluar si ello disminuye el número de cardones afectados, y si el control reduce la población de burros de forma permanente, o la inmigración y la reproducción compensan esa reducción poblacional”, puntualiza el documento.
En su caso particular, Powell consideró que la instalación de una especie de “microrreservas” sería la solución más adecuada. “Serían áreas delimitadas para que no puedan entrar los burros ni el resto de los animales que potencialmente podrían estar dañando, proteger ciertas zonas”. Y puso en duda la posibilidad de castrar o faenar burros salvajes, una medida que se analizó cuando la problemática se instaló en el centro de la escena años atrás. “Para salir a cazar burros, o a castrarlos, tendríamos que saber cuántos burros hay, y asertivamente que el mayor daño lo están causando los burros, que eso no lo sabemos”, dijo al respecto.
Lo que sí está claro, aseguró Powell, es que el trabajo para encontrar una solución debe ser conjunto. “Estamos trabajando junto con la Dirección de Flora y Fauna, la sección de áreas protegidas, y estamos discutiendo opciones. Es importante comenzar a trabajar en conjunto, no solamente desde la ciencia o desde la gestión, sino hacer un diagnóstico del problema y buscar soluciones también con la comunidad”, concluyó la investigadora. (Producción periodística: Joel Katz)’
Consecuencias: animales y plantas dependen de los cardones
“Los individuos que están dañados tienen daños grandes, y ponen en riesgo su vida, lo cual es importante porque es una especie que demora mucho en crecer, en desarrollarse. Esto tiene consecuencias a nivel ecológico, ya que muchas especies de animales, o de otras plantas, dependen de los cardones. Por otro lado, no hay que perder de vista que además los cardones son un símbolo para las comunidades humanas locales que viven ahí, y para el turismo. Todos esos aspectos hay que tenerlos en cuenta para analizar este caso”; argumentó Priscila Ana Powell.