Bastaron sólo siete días para que los argentinos abrieran una profunda grieta: Milei, sí; Milei, no. Un tercio de los habitantes de la Nación que están habilitados para votar decidieron que el titular de la Libertad Avanza tenía el respaldo suficiente para ser candidato a presidente. Para ser más preciso, quien tuvo más apoyo, pero apenas un 2% de lo que hasta hace 15 días era un costado de la vieja grieta y un 4% de lo que era el otro lado de esa vieja división.
En este cortísimo lapso pusieron a Mieli al frente y aparecieron los que se le prendieron desesperadamente de la botamanga del pantalón y lo adoraron como si fuera un Mesías. Y, al mismo tiempo, la otra mitad de esta recién nacida grieta le tiraron piedras, tomates, huevos, improperios y todo lo que encontraron para destruirlo.
Nadie se quedó sin hablar del “ganador” de las PASO. No debe haber ni un argentino que no haya hecho alguna referencia, incluso los que integran el millonario lote de los que no fueron a votar.
Milei sorprendió, pero por la cantidad de votos obtenidos porque se convirtió en el ganador virtual. El domingo pasado sólo triunfaron los que compitieron en las internas, los demás obtuvieron -o no- el respaldo necesario para participar en las elecciones generales de octubre.
Todo lo demás es exageración.
Desde el lunes a primera hora todos cayeron en la misma trampa. Milei fue el primero que mientras hablaba de los periodistas ensobrados y despotricaba contra la prensa se paraba delante de los periodistas para hablar como presidente de la Nación. Desesperados, tanto Patricia Bullrich de Juntos por el Cambio como Sergio Massa de Unión por la Patria entraban en el juego de Milei y le contestaban, atacaban y elogiaban como si fuera el titular del Poder Ejecutivo. La confusión seguramente es parte de su debilidad o del shock en el que entraron. Hasta una de las que tiene más clara las instituciones argentinas como Elisa Carrió mordió el quesito que tiró Milei y cayó en la trampa. Decidió renunciar a la candidatura por la buena onda que intercambiaron Milei y Mauricio Macri. Pareciera que rápidamente todos hubieran enloquecido velozmente. “Lilita” no pudo proponer otra cosa. Bullrich y Massa no encontraron ideas ni planes para seducir al 75% por ciento que no los votó. Sólo se preocuparon en el otro. Ese parece ser el problema de la política actual. Tanta soberbia impide ver errores, generar autocríticas y sólo el otro es el problema por lo tanto hay que destruirlo.
Hasta el FMI cayó en la más brutal confusión. El lunes empezó a dar señales y tiró líneas para contactarse con Bullrich y con Milei porque de algunas manera eran dos presidenciables. Más allá de que ambas posibilidades son ciertas, en la Argentina y por decisión del pueblo gobierna Alberto Fernández. Tal vez ése el principio de alguno de los problemas del presente. Si Alberto no termina de darse cuenta de que él es quién manda por qué habría de saberlo el FMI. La entidad internacional debiera seguir interactuando con las autoridades actuales. Lo demás es pura hipótesis. Actúa como lo hacen las encuestadoras y eso sólo confunde. Mezclan el presente con el futuro. La Argentina está en medio de una de las peores tormentas, se viene a pique y nadie se hace cargo. Sigue en piloto automático. En medio de los sacudones devaluatorios, inflaciones y aumentos imparabales, el Presidente salta en paracaídas para caer en cualquier lugar del mundo: Paraguay, China, Cuba o Estados Unidos, cualquier le viene bien. La vicepresidenta se eyectó para cobijarse en el frío patagónico y el ministro de Economía se puso el buzo de candidato entonces promete lo que podría hacer ahora o no se hace responsable de lo que pasa. Por eso en vez de buscar soluciones para la Argentina arregla parches que duran hasta fines de los próximos comicios. La política se mira en el espejo porque no puede ver lo que pasa.
Dos sustantivos
Dos sustantivos condensaron el veredicto del 13 de agosto: hartazgo y cambio. El primero no es un enojo con el kirchnerismo del último tiempo ni con el macrismo reciente o con la izquierda que se enoja y acompaña pero seduce a muy pocos. El hartazgo es con un sistema donde a quien se le delega el poder no se hace cargo, da vueltas con tal de sacar beneficios de los problemas y cuando estalla alguna crisis se las pasa explicando el porqué no puede hacer las cosas, Y, el cambio es simplemente la desesperación porque las cosas no se sigan repitiendo. Quien más claramente se dio cuenta de esta situación fue Milei, pero no está libre de culpas ni de cargos.
Tampoco lo está gran parte de esta sociedad que en vez de denunciar este sistema perverso y de mantenerse incólumne a las tentaciones se ha ido haciendo cómplice de ellas con la misma facilidad y casi al mismo tiempo que muchos dirigentes se iban enriqueciendo.
Es curioso como Milei en Tucumán obtuvo miles de votos sin una buena fiscalización. El peronismo oficialista dejó en claro que cuando los pesos no salen a jugar, ellos tampoco se presentan. Eso deja en claro que aquel hartazgo sobre el sistema electoral que rigió el 11 de junio es cierto y por lo tanto necesita un cambio. Las explicaciones que se dieron después de si está bien o mal son sólo eso: justificaciones para no cambiar nada. Sin embargo, está claro que si no ven el riesgo de perder el poder en Tucumán como hace siete días o si no le ponen plata en el bolsillo a muchos ciudadanos, la elección es muy diferente.
Quien sí entendió el mensaje (aunque nada ha decidido ni hizo ni se comprometió a modificar) ha sido el gobernador electo Osvaldo Jaldo. Él ha sido el más golpeado y quien ha quedado más preocupado después de los últimos comicios nacionales. Jaldo sabe que si no gana Massa su gestión va a ser más dificultosa que cualquier otra. Juan Manzur, en cambio, tenía su temple más templado después de las 18 del 13 de agosto. Pudo haber estado él en las boletas que se repartieron en todo el país y ahora ya no figura ni en los grupos de whatsap del poder. La venganza no es buena consejera en política, pero ha pasado tan poco tiempo que aún no cicatrizan las heridas profundas que quedan después de haber sido candidato a vicepresidente de la Argentina por un día.
Tres clases
El hartazgo no es de la clase media que quiere volver a tener dólares para hacer viajes o lograr más comodidad ni de los sectores más pudientes. El hartazgo está en toda la Argentina y en todos los barrios. Lo explica el mapa de nuestro país teñido de un violeta inesperado y casi desconocido. El hartazgo lo tiene el que ve que los planes han reemplazado al trabajo, ese que hizo crecer a la Argentina en siglos anteriores. El hartazgo lo tiene el empleado que le firma el recibo por 100, pero se queda sólo con 40 porque el resto es para el dirigente que lo “contiene”. Pero esa nueva forma de esclavitud no es entre el político y el pseudo trabajador, hay todo un sistema institucional que lo protege. De eso muy pocos hablan y muchos menos dicen que están dispuestos a cambiar. Eso incluye a dirigentes y a votantes. Todos se hacen los tontos. Por eso cuando Milei despotrica sin dar muchas explicaciones su queja cuaja porque aquel que firma facturas por más de lo que percibe sólo tiene miedo a perder las migajas que les tiran. Entonces, todos prefieren seguir siendo cómplices.
Lo mismo ocurre con las designaciones en distintos poderes -el judicial es el mejor ejemplo- que terminan siendo nominados los más amigos o cercanos al poder. No siempre el estudio, la idoneidad y las capacidades son la referencia principal. De eso también hay hartazgo, pero nadie en la sociedad se anima mucho porque después puede tocarle ser juzgado. Sin embargo con el voto secreto es más fácil expresar la bronca de lo que está pasando aún cuando no esté claro el futuro ni a quién favorece verdaderamente su voto.
El sistema nuevo de amiguismos y favoritismo ayuda también por ejemplo a los divorciados a encontrar una salida sin costo. Sobran los amigos del poder que le consiguen trabajo a los cónyuges como modo de arreglar las diferencias matrimoniales. Total a ese cargo o empleo innecesario lo pagarán todos los tucumanos con la mirada cómplice y negadora de algún dirigente.
Milei explica que muchas de esas cosas ocurren porque la prensa está ensobrada. Porque hay periodistas que reciben dinero por fuera de su trabajo y por lo tanto quedan atrapados sin poder decir las verdades que la ciudadanía espera. También de eso parecen estar hartos los argentinos.
Una de las cuestiones que en Tucumán tienen síntomas de hartazgo es la remuneración y la administración de los presupuestos legislativos. No hace muchos años un legislador que ya no es llegó a decir “somos como narcotraficantes”. Se refería a que manejan una cantidad inconmensurable de plata en negro porque la forma en que le pagaban sus salarios era a través de abultados sobres. La no tan importante dieta la recibían en blanco y en las cuentas bancarias pero no les alcanzaba. En los últimos 30 años esos sobres cambiaron... de nombres. Pasaron de gastos de bloque a gastos sociales y a contratos o subsidios y tienen siempre el apodo fácil de contención. Nunca cambió realmente el sistema de remuneración ni se redujo el porcentaje del presupuesto destinado a la Legislatura que trocó su rol legislativo por cuestiones propias del Poder Ejecutivo que también ayudaron a disimular raras forma de dar remuneraciones.
Algo parecido ocurrió con las obras públicas y las construcciones de viviendas. Nunca los empresarios denunciaron nada ni se dieron cuenta de nadas. Algunas pocas cosas que se conocieron se supieron por la prensa o por el grito aislado de algunos políticos, pero nada más. Algunos funcionarios supuestamente corruptos estuvieron presos un tiempo muy corto porque siempre tuvieron la forma de salir o el favor de alguien para facilitar su salida. Vale la aclaración del necesario adjetivo supuesto del que también los lectores están hartos, pero ocurre que sin él menos cosas se dirían en la prensa porque el sistema también protege a los denunciados más que a los denunciantes o a los que alerta de alguna irregularidad.
Una voz
La virtud de Milei es haber sacado miedos. Antes de su explosión nadie -en realidad muy pocos y por lo general de la prensa- se animaban a decir lo que pasaba. Miedo a ser escrachado, miedo a que una Justicia dependiente rápidamente lo callara o miedo simplemente a quedarse sin trabajo silenciaba el hartazgo de la sociedad. El miedo aumentó con las redes sociales que desde cuentas anónimas o poco serias se animan a decir mentiras en nombre de la verdad. El tsunami de votos del candidato de la Libertad avanza ha ayudado a liberar los hartazgos. Pero es bueno precisar que Milei no nació de un huevo ni menos aún de un huevo político. Es parte de la generación y de la vida de los argentinos. Ha participado como empleado de la misma casta política y empresaria y al igual que todos los políticos no tiene un plan transparente y preciso para transformar la Argentina o para al menos empezar a salir de la crisis. No se entiende bien si este candidato quiere ganar -como todos- o quiere cambiar -como pocos-. Para peor sus interlocutores, candidatos y seguidores tampoco son precisos y le copian expresiones, frases y formas de actuar. Pero sus proyectos e ideas no son cuestiones claras. A tal punto que muchas de las cosas que gritaba como pre candidato, ahora que es candidato y de los más votados las dice con más tranquilidad, con mayor cuidado y hasta mejor peinado.
Como siempre la ciudadanía es muy sabia. Está harta, pero no es tonta. Algunos están cansados pero la mayoría ha defendido la democracia y a los candidatos les ha dicho que ninguno tiene nuestro apoyo. Esperamos que nos seduzcan y que sean más claros. Por eso nadie tiene la mayoría necesaria para gobernar. Ese simple mensaje, los principales dirigentes no lo han entendido. Ni siquiera el más votado. Demasiada exaltación y poca parsimonia, como si el país no estuviera en una de sus peores crisis y la sociedad con poca paciencia.