Las elecciones primarias celebradas ayer sembraron de hechos inéditos la escena pública argentina. El más relevante, a los efectos de su proyección histórica, ha sido, curiosamente, uno de los menos referidos: el peronismo terminó tercero en las urnas. No hay precedentes al respecto. No los hay en 40 años de democracia. Tampoco en los cuarenta años anteriores.
El peronismo irrumpe electoralmente en 1946. Juan Domingo Perón gana los comicios del 24 de febrero de ese año mediante el Partido Laborista. Luego creará el Partido Peronista. Desde entonces, el peronismo sólo supo ganar elecciones; o, en su defecto, terminó segundo. Pero siempre fue, en definitiva, una de las dos opciones finales a la hora de que el pueblo acudiera a las urnas.
Más aún: el peronismo salía primero o segundo, inclusive, cuando estaba proscripto. El golpe de 1955 derroca a Perón y proscribe al peronismo. La autodenominada “Revolución Libertadora” (“Revolución Fusiladora”, más bien, teniendo en cuenta las aberrantes ejecuciones de José León Suárez) convocó a elecciones para reformar la Constitución (la habían enmendado en 1949) y en esa votación ganó el peronismo: los votos en blanco sumaron 2.116.000 votos, contra los 2.106.000 de la Unión Cívica Radical del Pueblo. La Unión Cívica Radical Intransigente logró 1.848.000 sufragios.
Al año siguiente, mientras los golpistas esperaban un triunfo de Ricardo Balbín (UCRP), la victoria fue para Arturo Frondizi (UCRI): logró 4.060.000 votos. El resultado expresa, linealmente, la suma de los votos que los intransigentes habían obtenido en los anteriores comicios constituyentes, más lo del peronismo proscripto que aquella vez había votado en blanco.
Derrocado Frondizi en 1962, al año siguiente triunfó finalmente la UCR del Pueblo y consagró a Arturo Illia, con apenas el 25,1% de los votos emitidos: sumó 2.441.000 voluntades. El peronismo, aún proscripto, volvió a votar en blanco. Y salió segundo: esa modalidad cosechó 1.884.000 votos. Tercera terminó la UCR Intransigente, que postuló a Oscar Allende, con 1.593.000 sufragios.
De modo que presenciar una elección nacional (las PASO lo son) en la que el peronismo termine tercero es una situación que no registra antecedentes. Esa situación desnuda que el kirchnerismo ha llevado al peronismo a una crisis nunca antes vista. Claro está, Cristina Fernández de Kirchner es una perdedora serial de elecciones: su fuerza fue derrotada en 2009, en 2013, en 2015, en 2017 y en 2021. Pero en todos esos casos, el peronismo terminaba segundo. Esta vez, el desastre fue histórico: comparado con las cifras del triunfal 2019, la sociedad Cristina – Alberto Fernández – Sergio Massa perdió 6,5 millones de apoyos.
En una época en que los sondeos de opinión se consagran como fracasados predictores, las PASO a menudo han sido consideradas como una “gran encuesta”. De ser así, el pueblo argentino acaba de “opinar” que, con sus actuales políticas y modelos de gestión, no es la primera opción de los ciudadanos. Ni tampoco la segunda.
Hacia los extremos
Así como el peronismo es el gran derrotado, Javier Milei es el gran ganador del domingo. Esa victoria arroja varias lecturas. El triunfo de un candidato sin estructura territorial es, también, la derrota de la política tradicional. Precisamente, ese fue el mensaje del libertario a la hora de festejar, anoche: se presentó como la alternativa que en octubre le ponga “fin al kirchnerismo y a toda la casta chorra de este país”.
De esto deriva que también fueron derrotadas las coaliciones. La de Juntos por el Cambio, que gobernó entre 2015 y 2019 (como Cambiemos) y la de Unión por la Patria, con mandato hasta el 10 de diciembre. Este hecho actualiza una pregunta que la ciencia política viene haciéndose con mayor insistencia desde hace más o menos una década: ¿es compatible el hiperpresidencialismo argentino, tan profundamente unipersonal, con esquemas de frentes electorales que reúnen agrupaciones políticas de diferentes ideologías? Ese interrogante también se cuela en el voto de los argentinos.
En tercer término, y derivado de las dos cuestiones anteriores, todo parece estar encaminado a que advenga una república de extremos. Por un lado, todo el electorado está virando a la derecha. Será moderada o exacerbada, centro derecha o derecha o derecha a secas, pero lo cierto es que ni Milei, ni Patricia Bullrich ni (mucho menos) Sergio Massa conforman otra cosa más que propuestas de ese flanco ideológico.
A esto se agrega que las propuestas más dialoguistas fueron las más relegadas: Massa, del lado del peronismo, Horacio Rodríguez Larreta, del bando de Juntos por el Cambio. Precisamente, Milei no sacó a relucir la propuesta de dolarización de la economía, ni la supresión del BCRA ni modelos de control de emisión de moneda. Por el contrario, machacó con que La Libertad Avanza es la única propuesta de cambio real. No se puede cambiar la Argentina, insistió, con los mismos que fracasaron en los gobiernos de las últimas cuatro décadas.
Para mayores extremos, el BCRA dispuso hoy una devaluación del 22% del tipo de cambio: el dólar oficial pasó de los $ 298,50 del viernes a $ 350 hoy. Se acabó el gradualismo: bienvenidos al shock.
Un día después de los comicios, un nuevo escenario está asomando, un nuevo electorado se está consolidando y una nueva propuesta ocupa el centro de la escena. También hay una nueva conciencia del poder construyéndose: en democracia, todo proyecto político puede encumbrarse de la noche a la mañana. Y puede desintegrarse de la mañana a la noche. Si hay democracia, en una elección, cualquiera puede ganar. Y cualquiera puede perder.
Todo eso dicen las urnas a la vuelta de unas primarias. Ya es hora de que dejen de preguntarse si sirven las PASO o no. Tal vez le molesten a la dirigencia, pero para el pueblo han resultado ser tan poderosamente útiles…