El pueblo elige; se equivocan los elegidos

El pueblo elige; se equivocan los elegidos

El ausentismo que viene verificándose en los comicios provinciales trasunta cierto nivel de cansancio de la sociedad con una clase dirigente que no supo estar a la altura de lo que el país necesita.

¿Y si la ciudadanía sí es la que se equivoca?, ¿y si se cansó de equivocarse y ahora prefiere abstenerse a cometer un nuevo error?, ¿y si no quiere volver a sentirse culpable por no acertar?, ¿y si prefiere no votar para que se equivoquen otros, una variante del ‘yo, argentino’? No, no es posible tamaña irresponsabilidad cívica -aunque algunos loquitos debe haber-; sin embargo, sí hay que entender que el ausentismo que viene verificándose en los comicios provinciales trasunta cierto nivel de cansancio de la sociedad con una clase dirigente que no supo estar a la altura de lo que el país necesita. En ese marco, que casi la mitad de la población sea pobre expone el mayor fracaso de todos los que ejercieron funciones en el Estado, porque no han cumplido con una prioridad que conlleva el respeto a la Constitución nacional: promover el bienestar general. Entre todos y para todos.

Sin embargo, a la jornada de hoy, como en toda elección, aunque sea un proceso interno para elegir a los candidatos para las generales de octubre, se llega con el mismo tono discursivo de enfrentamiento, de desconocimiento y de exposición negativa del otro, de no entender que el adversario es necesario para legitimar la victoria sino de considerarlo un rival al que hay que aplastar. Una elección no es una guerra, aunque se aluda a batallas electorales. ¿Y si la ciudadanía se cansó de elegir a dirigentes que prefieren ser “enemigos” en lugar de adversarios capaces de sentarse a una mesa con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior y proveer a la defensa común? El hartazgo en algún porcentaje de la sociedad no es gratuito, tiene sus razones.

Pese a ello, la dirigencia insiste en que el otro, el de la vereda de enfrente, es el peor; el debate de ideas brilla por su ausencia -como siempre- porque es más fácil y cómodo hablar mal del otro que decir cómo se mejorará calidad de vida de la mitad de los argentinos empobrecidos. Piden un salto de fe haciendo terrorismo dialéctico. Y con slogans y frases que apelan al sentimiento, no a la razón.

Si bien no se ha modificado mayormente ese modo de hacer proselitismo, posiblemente, como nunca antes, hoy la clase dirigente tiene motivos para estar más preocupada y ansiosa que otrora por conocer rápido los resultados de la votación, no sólo para saber qué niveles de adhesión y de rechazo obtuvieron, sino para observar la cifra del voto en blanco y del caudal del posible ausentismo ciudadano, si es que creció con respecto a las últimas votaciones y, más que nada, en qué porcentaje. Porque ese valor dirá mucho sobre lo que la sociedad piensa de la dirigencia, de toda. A no mirar para otro lado. Si aumenta, por las razones que sea -falta de interés ciudadano, desmovilización de los dirigentes territoriales, ausencia de recursos para trasladar a los propios a sufragar-, los que pasen la primaria abierta no solo deberán acomodar sus discursos a esa posible realidad electoral sino, además, entender que son en gran parte culpables de que alguna porción de la sociedad les haya dado la espalda. Ese posible pulgar para abajo abarcará a todos, por más que algunos festejen victorias.

Sí, la ansiedad estará también en los que compiten y en los que plantean discursos de barricada, tratando de alimentar broncas contra la propia dirigencia o contra los que gobiernan. Porque querrán saber qué efectividad en las urnas tuvieron sus discursos y los de sus contrincantes. Además, no es lo mismo una sociedad polarizada entre dos espacios partidarios -como ocurrió en los comienzos de la cuarentona democracia, entre peronistas y radicales- o entre dos coaliciones -como sucedió en las dos últimas votaciones, 2015 y 2019-, que una dividida en tercios, como sugirieron políticos y encuestadoras: dos que se detestan y que compiten entre ellas y una tercera que reniega de las otras dos con sus mismas armas. Si la grieta, surgida a la sombra de la polarización, es un lastre que le impide crecer y desarrollarse al país -porque sus integrantes no le reconocen ningún mérito al adversario, ni tampoco admiten errores propios-, cabe pensar que un país fracturado en tercios puede resultar inviable. A no ser que haya una cabal comprensión del momento histórico que atraviesa el país por parte de los principales actores políticos que resulten electos y que se animen a trepar y a saltar una verja para estrechar la mano del adversario. Para eso hará falta despojarse de la soberbia y actuar con humildad.

En esta jornada, más que nunca, los votantes independientes -aquellos no afiliados a un partido político-, van a jugar un rol clave en la designación y adhesión a tal o cual candidato; o bien, como se mencionó, en la abstención. Porque se supone que los afiliados a una estructura política están más politizados por el solo hecho de militar en una fuerza y, por lo tanto, acudirán a las urnas con más voluntad y mejor predispuestos que aquellos que no están inscriptos en un partido. En el país, de un total de 35,3 millones de ciudadanos en condiciones de votar hay ocho millones de personas que tienen su ficha de afiliación. Ergo, los independientes importan una significativa mayoría. De hecho, las PASO fueron concebidas para que los independientes tengan injerencia en las internas partidarias y puedan elegir a quien le seduce más de la oferta política de esas organizaciones; para restarle fuerza o minimizar la preponderancia del “aparato” partidario sobre las minorías internas.

En ese sentido, hay que observar que este año vienen votando cada vez menos ciudadanos, que el ausentismo ya es preocupante, y que debe suponerse que son los independientes los que no se acercan a las urnas. ¿No quieren ser partícipes de este proceso cuando fue instaurado justamente para eso? En octubre de 2009, cuando la entonces presidenta Cristina Fernández presentó la propuesta para establecer primarias abiertas apuntó que el objetivo era “arribar a un sistema de partidos políticos en donde el ciudadano se sienta partícipe y responsable”.

Veamos, entonces, la asistencia ciudadana en las PASO que se viene observando: en la de 2011 (la primera vez que se sufragó con este nuevo sistema electoral) la participación fue del 78,6%; en las primarias de 2013 fue de 76%, en 2015 fue del 74,6%, en 2017 fue del 74%, en 2019 del 76,4% y en 2021 del 67%. O sea, la tendencia del interés ciudadano, seguramente del independiente, viene decreciendo. Es por eso que se insiste en que sería realmente un éxito que hoy que la concurrencia a las urnas llegue a un 70%; ya que un número más bajo que el 67% de hace dos años sería peligroso para la clase dirigente; además de debilitar a la democracia porque afectará los niveles de representatividad de los elegidos.

Vaya por caso, si un 40% de la población en condiciones de sufragar se desentendiera de la misión de votar, y el otro 60% divide sus preferencias en tercios -como sugieren políticos y encuestadoras que es lo que podría suceder- lo que se afectaría sería la gobernabilidad del país. Las opiniones que no se expresen en las urnas también conllevarán un mensaje para toda la clase política. Y aquí, otra vez, habrá que mirar cómo asumen la responsabilidad de la hora los principales actores del escenario político nacional, si es que finalmente deponen egoísmos y consideran al consenso como una herramienta válida para mejorar las condiciones de vida de millones de argentinos sumidos en la pobreza.

Hoy la ciudadanía, poca o mucha, como siempre va a elegir; los que no deben seguir equivocándose son los elegidos. Cada cual con la responsabilidad que le toca.

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