De blindajes y otras yerbas

Si la economía funcionara bien muy pocos estarían seguros del nombre del Ministro de Economía y los comentarios serían más sobre empresas que sobre política económica. Pero no es el caso, y sobre todo en un año electoral los números macro y las decisiones de gobierno se tienen muy presentes. Sin embargo, no siempre de manera adecuada.

Véanse los cruces entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta sobre el blindaje, nombre con el que se conoció un acuerdo realizado durante el gobierno de Fernando de la Rúa. Bullrich dijo que para levantar rápido el cepo cambiario se debían blindar las reservas con algún tipo de crédito y Rodríguez Larreta replicó que ya se probó un blindaje y así nos fue. Pero el jefe del gobierno porteño está equivocado en su apreciación.

El blindaje fue un crédito contingente que casi no se usó. Hacia fines del año 2000 había dudas sobre la capacidad de Argentina de pagar la deuda externa y aunque el gobierno quisiera hacer cambios que mejoraran la situación fiscal la desconfianza conspiraba contra la capacidad de atraer inversiones o de conseguir otros préstamos que fortalecieran las reformas. Entonces se negoció con el Fondo Monetario Internacional, empresas privadas y el gobierno español una línea de crédito a usarse ante la contingencia de un default. Esto es, el gobierno se comprometía a mejorar el perfil fiscal pero por las dudas no hubiera éxito total el pago de la deuda externa no estaría en peligro pues el blindaje lo cubriría.

El primer efecto fue una caída en el riesgo país, pero ahí quedó. Sólo Ricardo López Murphy planteó un programa de recorte de gasto público, pero lo desplazaron como ministro a los dos días de anunciar sus medidas. Cuando los inversionistas vieron la falta de voluntad para una política austera el riesgo país volvió a subir y la gestión de Domingo Cavallo en Economía no solucionó los problemas. Entonces, el blindaje no fue un plan que funcionó mal ni una imposición de políticas dañinas para el país. Como suele ocurrir, fueron más fallas propias que culpas ajenas.

Así, ya que muchos coinciden en que es necesario lograr lo antes posible la unificación del tipo de cambio, que para sacar el cepo hace falta una mayor oferta de dólares y tanto la mejora de las exportaciones como de las expectativas podrían demorar, tener una cobertura puede ser útil. Y contraer deuda no es algo malo en sí mismo, depende para qué.

Otra preocupación, casi permanente, es el precio del dólar. Los errores están en las alusiones a la devaluación. Cuando sube el precio del dólar se devalúa el peso mientras que el dólar se revalúa. Entonces, si el tipo de cambio subió cien por cien la devaluación no fue cien por cien. Esa fue la revaluación del dólar. La devaluación del peso fue de 50 por ciento: si el precio del dólar se duplicó entonces el peso puede comprar la mitad en divisas. De la misma manera, si el tipo de cambio oficial subió en julio el 6,57 por ciento al precio original se lo multiplica por 1,0657. Por lo tanto, al peso se lo divide en 1,0657: tras aquel mes, el peso vale el 93,83 por ciento de lo que valía al comienzo. Es decir, se devaluó un 6,17 por ciento. Parece poca diferencia, pero a cifras mayores la diferencia también lo es.

Por otra parte, estrictamente tiene poco sentido preguntarse si se devaluará o no ya que hay devaluaciones todos los días. Por ejemplo, entre el jueves 3 y el viernes 4 de agosto el precio oficial del dólar minorista subió 0,2986 por ciento. Eso es una revaluación del dólar, por lo tanto una devaluación del peso del 0,2977 por ciento. Cuando se pregunta con preocupación por una devaluación se está queriendo decir una revaluación “discreta”, no continua, un “salto” en el tipo de cambio mayor que unos pocos decimales. ¿Cuánto? Si se intentara volver al valor real del 10 de diciembre de 2019, un 22 por ciento. Ello porque el tipo de cambio subió menos de lo necesario para compensar la diferencia entre la inflación de los Estados Unidos y la de Argentina, apareciendo un atraso cambiario (caída real del 18,07 por ciento). Así, el precio del dólar oficial debería ser de 356,66 pesos.

En cuanto a la inflación, también hay confusiones: inflación anual no es lo mismo que interanual ni que anualizada. La anual compara el índice de precios de un año con el del año anterior y cada índice anual es un promedio de los mensuales. La interanual compara el índice de un mes con el del mismo mes del año anterior, y para diciembre contra diciembre no tiene por qué ser la misma que la anual pues no necesariamente los índices de cada diciembre serán iguales que sus promedios anuales. Y la anualizada se refiere a un mes anualizado al proyectar la variación del índice de precios de ese mes a los doce siguientes. Por ejemplo, si el seis por ciento de junio pasado se repitiera durante un año la inflación sería 101,22 por ciento.

No es seis por doce, lo que da 72, porque las subas de precios se acumulan. Para un caso sencillo supóngase que el IPC es 100 y que los precios suben diez por ciento. El diez por ciento de 100 es diez y el IPC será 110. Si al mes siguiente hay una suba igual el diez por ciento de 110 es once y el IPC se va a 121. Una suba acumulada de 21 por ciento, no de 20 por ciento. No es diez más diez o diez multiplicado por dos, sino 1,1 por 1,1, o 1,1 al cuadrado. Por eso para anualizar se toma el coeficiente del cambio mensual (si fue seis por ciento es 1,06) y se lo eleva a la doce.

Puntilloso, pero vale la pena. Pensamos con palabras, y quien habla mal piensa mal.

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