¿Cuánto apostamos a que en la negociación del apoyo de Qatar a Argentina para el pago de la deuda externa se habló seguramente del Mundial que ganó allí la Selección? No se trata de que el ministro Sergio Massa y los demás negociadores cantaran “Muchachos” cuando se concretó el acuerdo. Pero sí es cierto que era Qatar el que tenía una deuda: hasta un día antes del Mundial la monarquía del Golfo era poco menos que palabra maldita para la prensa de Occidente. Pero todo cambió con la postal que significó para Qatar la imagen de Leo Messi levantando la Copa envuelto en una túnica negra, después de una de las finales más hermosas de la historia, y con las tribunas regalando pura emoción blanquiceleste.
Fue todo tan intenso que hoy es Arabia Saudita, el hermano mayor de la región, el país millonario del Golfo que se lanzó al fútbol para vender imagen. No puede hacer ya mismo un Mundial como Qatar. La próxima Copa será en 2026 en Estados Unidos-México-Canadá. Y la de 2030 no podrá ir al Golfo porque Qatar está cerca y porque Europa Occidental no dejará pasar tantos años sin su Mundial (más allá del deseo sudamericano de quedarse con la edición del centenario). Por eso, mientras tanto, Arabia Saudita decidió comprar cracks. Allí están Cristiano Ronaldo y casi una decena de jugadores importantes de la Premier League, más las ofertas desechadas por Messi y por Kylian Mbappé. El dinero ofrecido al crack francés (que hubiese ganado 2 millones de dólares por día) es el mismo que precisó Argentina para pagar la cuota de su deuda externa.
Es increíble cómo sigue creciendo la burbuja del fútbol. Y nuestra dependencia absoluta. En plena Copa Libertadores, a horas de partidos decisivos, Boca, por ejemplo, se desprende de Alan Varela, 22 años, 110 partidos en Primera, uno de sus jugadores claves, porque le llegan casi 10 millones de dólares desde el Porto de Portugal. ¿Y no está Benfica casi dispuesto a pagar la cláusula de 25 millones de dólares para llevarse a Lucas Beltrán, goleador clave del River actual? ¿Y no se iría también De la Cruz? ¿Y no vendió Racing, también envuelto en plena competencia, a Tomás Avilés al Inter Miami por 10 millones? ¿Y cómo no comprender que Rosario Central haya aceptado la oferta récord de 17 millones de dólares y vender a su goleador precoz del Sub-20 Alejo Véliz al Tottenham inglés donde ya están “Cuti” Romero y Gio Lo Celso? A cualquiera de ellos que le vaya bien, sabemos, el club comprador podría terminar vendiéndolo por hasta tres o cuatro veces más de lo que está pagando ahora.
Nuestro fútbol, a veces es un milagro. ¿Cómo pedirle a Central que arme una buena campaña cuando en tuvo que desprenderse de sus últimos nuevos y mejores jugadores (Facundo Buonanotte y Gino Infantino, entre otros, además de Veliz, 19 goles en 63 partidos)? Paradójicamente, esta escena tiene su lado B. Ejemplo: hubo lamento generalizado cuando Argentinos Juniors vendió al Corinthians centrocampista Fausto Vera, que venía de ser el mejor jugador de la temporada pasada. Pero si no vendía a Vera, habríamos demorado en ver en acción a Federico Redondo, su reemplazante, que jugó un partido formidable contra Fluminense por la Libertadores y que apunta a futuro brillante, como el que tuvo su padre, Fernando Redondo. La confirmación de que, pese a todo, el fútbol argentino sigue siendo una fábrica eterna de jugadores.