Dicen que Massa es competitivo, pero no todo es oro lo que reluce

Dicen que Massa es competitivo, pero no todo es oro lo que reluce

Por Hugo E.Grimaldi.

SERGIO MASSA. REUTERS
05 Agosto 2023

Caen las Reservas a cero, la pobreza se acelera y ambas situaciones constatadas durante la semana son un correlato directo una de otra. En una balanza de dos platos, tal como la que usa el verdulero, a medida que baja uno fatalmente sube el otro. En clave electoral, dice la teoría que este terrible combo que surge de la autoría intelectual del oficialismo y que tiene que administrar hoy el ministro-candidato Sergio Massa, no le puede jugar a favor de ninguna manera al Sergio Massa candidato-ministro.

Sin embargo, las poco confiables encuestas que nadie sabe de dónde provienen, buscan (de acuerdo a quien la paga, seguramente) convencer por estos días de que la Resurrección del burdo esquema económico que sigue la Argentina desde hace tantísimos años es algo posible. La situación de un oficialismo competitivo resulta incomprensible para este cuadro de mishiadura que está dejando la paupérrima gestión de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa, cada uno a su tiempo, pero es lo que parece marcar el momento, para algunos de modo insólito.

Es viable comenzar por aquello que más alejado está del común de los mortales, como es la administración de las Reservas internacionales, justamente de un país que obliga a pasarlas de modo obligatorio por el Banco Central. La idea de no permitir que los privados hagan transacciones por su cuenta sin que las autoridades puedan echar mano, es en todo caso el primer escollo, ya que se establecen reglas para que el efecto embudo las deposite sí o sí en las arcas de la autoridad monetaria. Es más, se fijan tipos de cambio para comprar y vender a un determinado precio, esquema que en caso de la degradación argentina ha colapsado en más de una docena de maneras diferentes de cotización.

En un país, como sucede en cualquier casa mes a mes, cuánto es más de lo que sale que lo que entra se presentan las dificultades que se presentan. Es sabido que las personas primero le piden una mano a los amigos o a los parientes y después de tener reventadas todas las tarjetas de crédito consiguen un préstamo del banco. Como la modalidad de seguir gastando por encima de las posibilidades de ingresos continúa y no se pueden atender las cuotas, las dificultades se suceden hasta que con intimaciones o lágrimas de los afectados, el desesperado deudor resuelve pedirle al usurero de la cuadra, quien cobra altísimos intereses y, si no se le paga, remata la casa. Así, el protagonista de la historia queda a merced del acreedor y, por su compulsión, seguramente pierde todo.

El gobierno de Fernandez-Cristina-Massa aumentó la deuda en U$S 135 mil millones y nadie se quiere hacer cargo del quebranto, sino que se le sigue echando la culpa a la herencia, a la pandemia, a la guerra y a la sequía, todos temas muy atendibles aunque potenciados por la terrible mala praxis no de ellos en sí, sino del sistema al que adhieren.

El caso de los países con el FMI es similar al del deudor particular, salvo que al organismo de última instancia no le interesa quedarse con los bienes de nadie y cobra tasas de interés bastante bajas, sino que pretende que el deudor se ordene para que pueda pagarle, el famoso ajuste. Claro está que ajustarse es primero ordenarse, como ese personaje que nunca pensó en gastar menos de lo que le entraba a su casa. Algo natural, algo que encaran casi todos los países del mundo con mayor o menor grado de profundidad, pero que la Argentina de este esquema económico no hace porque descree del valor del orden económico, en función de la demagogia barata del clientelismo o de poner los derechos muy por encima de cualquier obligación.

Para cubrir el agujero de tanto gasto por encima de las posibilidades, la gente puede vender las joyas de la abuela, mientras que los países, además de emitir o bien dinero o bien títulos de deuda de dudoso pago, usan las Reservas acumuladas en el Banco Central (divisas y oro), Justamente, en la semana que pasó, las necesidades de pagar pusieron el tema en el candelero, por más que Massa se haya hecho el cocorito para decir que se le iba a pagar al Fondo sin usar Reservas, porque se había conseguido un crédito-puente de un organismo y más yuanes de China.

Este caramelito de supina ignorancia, todo muy lindo para el engañoso discurso electoral, el mercado no se lo comió, sino que con esa declaración del ministro-candidato supo fehacientemente que ya no había más plata en el BCRA y le pegó en la semana un sacudón de $25 al dólar blue. Sobre el final de la semana, hubo otro cimbronazo que corroboró que las Reservas líquidas se esfumaron: se tomaron fondos de Qatar, un nuevo puente para esperar que el FMI se conduela y para que, después del día 15, mande la plata que arreglaron los técnicos, pero que aún tiene que convalidar el Directorio. Y en medio de todo este ruido, el Banco Central parece que pidió que se tase el oro que ha quedado para entregarlo eventualmente en garantía, aunque al fin no se utilizó. Un comunicado lo desmintió, pero en medio de la desesperación por tapar agujeros pocos lo creyeron.

Más allá de los nombres en juego en las elecciones, todo este descontrol, que llega casi en simultáneo con el primer test electoral del año, debería ser el fin del recorrido de los caminos inflacionarios que nos han traído hasta acá, un sistema de 80 años de vigencia. Caminos que obligan a correr detrás de los precios con un ingreso de bolsillo que cada día se evapora más. Algo que finalmente ha explotado en una pobreza descontrolada: 2 millones de nuevos pobres y casi seis pibes de cada 10 tienen el futuro comprometido. Un cuadro muy oscuro que pone entre paréntesis lo que presagian algunas encuestas.

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