El Gran Tucumán se desliza lenta y silenciosamente hacia un colapso urbanístico y social de consecuencias catastróficas. Lo más grave es que los principales actores fluctúan entre la ignorancia y la desidia, tanto en el sector público como en el privado.
La política se muestra enfrascada en su propio mundo ególatra y egoísta, muy alejada de la realidad, con diagnósticos erróneos y proyectos demasiado superficiales como para abordar los profundos y complejos desafíos que debe enfrentar ya, de forma urgente, y durante los próximos años, la quinta ciudad más populosa del país.
Por su parte, los desarrollos urbanísticos y comerciales particulares avanzan caprichosamente, empujados sólo por la demanda del mercado, sin planificación estratégica, sin regulaciones claras y rigurosas del Estado, y sin considerar los desenlaces futuros.
Algunos efectos de este crecimiento anárquico del área metropolitana son evidentes desde hace tiempo: tránsito desquiciado y sin controles eficientes; contaminación de todo tipo, sonora, visual, atmosférica, hídrica, residual; un sistema de transporte público inviable, insuficiente y quebrado; inundaciones y anegamientos cada año más graves; un servicio de agua potable y cloacas explotado; una red de canales de desagüe escasa y sin mantenimiento; calles, avenidas y rutas detonadas; sensible déficit de espacios verdes de uso público; una estructura de seguridad y carcelaria sobrepasada; un Estado macrocefálico, costosísimo y demasiado concentrado en pocas cuadras…
Estos son sólo algunos de los problemas estructurales que soportan los tucumanos, quizás los más notorios. La lista es bastante más larga.
Sumado a una prolongada crisis económica e inflacionaria en donde lo único que engorda es la pobreza, la falta de oportunidades y el éxodo.
Lo más preocupante, según muestran los datos, concretos y palmarios, es que el derrumbe y el desorden se agravan y se aceleran más rápido de lo que las autoridades suponen, a juzgar por lo que dicen y hacen.
Ya somos “grandes”
El área metropolitana es un organismo vivo en constante evolución y movimiento, que nada tiene que ver con las abstractas divisiones administrativas (siete municipios y 15 comunas), que además están inconexas, desentendidas entre sí y mareadas por la burocracia y la política marciana.
El Gran Tucumán es una de las cinco ciudades argentinas que superan el millón de habitantes, lo que en demografía se considera “grandes”, que es el segundo nivel. Sólo el Gran Buenos Aires ingresa dentro de las llamadas “megaciudades” (más de 10 millones de habitantes). El resto son Gran Córdoba, Gran Rosario y Gran Mendoza.
No todos los números son coincidentes y varían según la fuente. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) informa que el Gran Tucumán contaba en 2018 con 1.148.975 personas. Según City Population, que abreva de la fundación internacional Wikimedia, la población en 2021 era de 1.263.000.
Para el Urban Reform Institute (EEUU) y el Frontier Center for Public Policy (Canadá), en 2020 la ciudad tenía 975.000 habitantes.
El censo nacional 2022 aún no discriminó los datos por municipios y comunas (del interior, más sí lo hizo con las comunas de CABA), pero en base a las proyecciones del Censo 2010, a las cifras oficiales publicadas del Censo 2022 por departamentos, y a la disección de la parte de esos departamentos que integran el área metropolitana, calculamos que el Gran Tucumán contaba hasta el 18 de mayo del año pasado con 1.150.000 habitantes, a lo que debe sumarse un 2% que, en promedio, no relevó esta encuesta.
Un flujo incesante
Entre 2010 y 2022, Tafí Viejo mostró un crecimiento del 39% en habitantes y del 70% en viviendas, en gran medida por Lomas de Tafí y barrios de alrededores, y en menor medida por el desarrollo de barrios privados en Los Nogales y de casas en El Cadillal. Así se ubica en el puesto 24 de los distritos que más acrecentaron su población en Argentina, y en el 9° lugar de mayor incremento de casas particulares, sobre un total de 530 grandes y medianas urbes administrativas.
En los mismos 12 años, Yerba Buena incrementó el 36% su población (31° en el país) y también el 36% en viviendas; aunque no está rankeada a nivel nacional, con este porcentaje se ubicaría alrededor del puesto 40.
Lules creció el 31% en población (51° en el ránking país), con mayoritario aporte de El Manantial, que engrosa el Gran Tucumán, y Cruz Alta, con el 25% más de gente (88° del país), el 85% concentrado en Banda del Río Salí, Alderetes y comunas del este que integran el área metropolitana.
Por su parte, la capital incrementó apenas el 7% su población (menos de la mitad de la media nacional, que fue del 15%), y que la ubica en el puesto 444, uno de los distritos que menos creció demográficamente en Argentina. Esto significa que la capital no alcanzó siquiera el porcentaje de crecimiento vegetativo (natalidad contra mortalidad) y que hubo una importante migración hacia otros municipios vecinos (o provincias, o países), sobre todo si se tiene en cuenta que ese aumento del 7% está compuesto además por la expansión de los barrios marginales.
Por el contrario, la ciudad cabecera incorporó en 12 años casi un 25% más de viviendas.
La suba en viviendas se explica por dos razones: la explosión de propiedades en altura (más de 1.000 nuevos edificios en una década), es decir que hubo una reconversión, de gente que antes vivía en casas y ahora reside en departamentos, pero que no es mayoritariamente gente nueva, y por la propagación de los asentamientos precarios.
Más de la mitad de los departamentos tucumanos registró un crecimiento poblacional por debajo de la media nacional, pese a tener índices de natalidad muy superiores al promedio argentino. Quiere decir que los habitantes del interior provincial están migrando hacia el área metropolitana o hacia otras ciudades o países.
Un caso singular es Tafí del Valle. Es el séptimo distrito que más aumento de viviendas tuvo en todo el país en 12 años, con un incremento del 80%, y una suba en la población del 35% (37° en el ránking nacional).
Que la expansión de casas haya más que duplicado al de la población se explica porque la mayoría no son residencias permanentes, sino de veraneo.
Crecimiento de la villa turística comparable a la lógica de la debacle metropolitana: anárquico, sin planificación ni objetivos estratégicos, sin acompañamiento de infraestructura ni servicios. El futuro cercano de Tafí del Valle es más que incierto, por decirlo de un modo poco pesimista.
Blanco y negro
Salta es un espejo en el que los tucumanos no quieren mirarse desde hace tres décadas.
Cuenta con dos distritos que integran el top cinco nacional en aumento de viviendas. La Caldera, (2° del país) con un crecimiento de casas del 123%, y una expansión poblacional del 60% (5° en el país); y Cerrillos, con una expansión de residencias del 91% (4° del país) y un incremento de habitantes del 57% (6° del país).
La Caldera alberga a la populosa comuna de Vaqueros, al norte de la capital, que pasó de 7.763 a 12.458 personas desde 2010.
Y Cerrillos, al sur de la capital, que registró el año pasado 56.287 habitantes contra los 35.789 de 2010.
Son localidades que forman parte del Gran Salta, pero alejadas del bullicio ciudadano, comparables a Yerba Buena o Tafí Viejo.
Con la sensible y estratégica diferencia de que Salta descentralizó gran parte de su administración pública y los poderes del Estado, alejándolos del centro histórico.
Esto provoca que un enorme flujo de salteños de toda la provincia, empleados públicos y particulares, no tengan que ingresar y egresar todos los días del centro, protegiendo no sólo su patrimonio y mejorando ostensiblemente la calidad de vida de la ciudad, sino también cuidando a uno de sus principales activos: el turismo.
Esto, sumado a un fuerte desarrollo en infraestructura, como autopistas, avenidas, rutas, ciclovías, transporte público eficiente, etcétera.
En el Gran Tucumán, que duplica en población al Gran Salta, ocurre exactamente lo contrario. Se expande exponencialmente en sus márgenes, con distritos que también lideran ránkings nacionales, pero sin infraestructura básica, ni vías de comunicación adecuadas, ni transporte público acorde.
Con el agravante de que ese doble de población, más la del resto de la provincia y del país que llega, se concentra por una u otra razón en el macrocentro.
Con administraciones municipales y comunales inconexas, sin planes directrices ni estratégicos a mediano y largo plazo, y con un Estado provincial que se ha desentendido desde hace años de este grave problema.
En las últimas gestiones hubo algunos intentos de coordinación entre Yerba Buena y Tafí Viejo en asuntos clave, como las vías de comunicación, los residuos o el transporte, entre otros, pero una vez más las intenciones pudieron más que los hechos.
Una prueba de este fracaso es el Camino del Perú, una tragedia urbana que no deja de agravarse, y en la que el Estado provincial ausente tiene la mayor responsabilidad, ya que jurisdiccionalmente es una ruta provincial (315).
Sobre estos registros fácticos, las proyecciones para el Censo 2030 son escalofriantes. Un millón y medio de habitantes (más los foráneos) yendo y viniendo dentro de las cuatro avenidas (250 hectáreas), en decenas de miles de autos y motos, con pésimo transporte público, calles inundadas por lluvias o cloacas, con pavimentos destruidos, muy poco verde y una contaminación asfixiante.
No es exagerado hablar de un pronto colapso catastrófico, urbano y socioeconómico. De hecho, como mencionamos al comienzo, no pocas variables ya han colapsado, aunque las autoridades miren para otro lado, sonrían en la tele y actúen con falso optimismo.
Son los datos, estadísticos y rigurosos, los que están alertando a los gritos a los tucumanos que el área metropolitana no puede seguir expandiéndose de esta manera, a los tumbos y sin chofer. El presente ya está muy comprometido y al futuro mejor no imaginarlo. O sí, tenemos la obligación de imaginarlo