Cada vez que se lo ve cantar, bailar y saltar sobre un escenario, las sospechas de que realmente Mick Jagger tiene un pacto con el Diablo se acrecientan. Lejos de la visión tradicional del abuelo que espera la visita de los nietos (o incluso bisnietos), el cantante británico despliega una vitalidad que no se refleja en el almanaque.
Ayer cumplió 80 años y los celebró con una fiesta íntima (apenas concurrieron 300 invitados) en las afueras de Londres, reforzando su imagen de icono cultural del rock, referente de una generación que soñaba con la revolución pacífica y protagonista indiscutido de una era donde el sexo descontrolado y las drogas eran moneda corriente, un cóctel explosivo que llevó a la muerte a muchos de sus colegas pero que él eludió.
Desde la década de los 60, la potencia y vigencia de los Rolling Stones han venido marcando generaciones en todo el mundo, y eso no hubiese sido posible sin Jagger, la imagen más conocida de las Majestades Satánicas. A la reciente gira mundial le siguen ahora extensas jornadas de grabación en estudio del futuro disco de la banda (el primero sin el fallecido Charlie Watts) y la preparación de la boda con su actual pareja, Mel Hamrick, madre de su octavo hijo, sin fecha aún.
Nació durante la Segunda Guerra Mundial; estudió Finanzas por poco tiempo; fue nombrado Caballero del Imperio Británico y lidera la banda de rock con más permanencia e influencia de la historia. Larga vida al Rey menos solemne de la corte, ese que, a veces, parece un bufón.