Qué pasa por la cabeza de un hombre que corre 24 horas sin parar y adentro de un autódromo
Para correr, necesariamente te tiene que gustar más la trama que el desenlace. Así lo piensa Ignacio Neme Scheij, el abogado y relator de la Corte Suprema que ha corrido ultramaratones non stop. Hace poco, empezó a correr a las 10 de la mañana de un día, y acabó a la misma hora del siguiente. ¿En qué momento alguien a quién le gusta correr acaba haciendo sacrificios sin siquiera sentirlos como tal?
14 Ago 2019
Las piernas no le responden. Ya casi llega. Pero las piernas no le responden. Ha visto a otros vomitar, desvanecerse y hasta marcharse en ambulancias. Comparado con lo que les ha pasado a esas personas, lo de sus piernas es una minucia. Desde hace 20 horas que corre sin parar. Lleva dadas 87 vueltas adentro de un autódromo (unos 130 kilómetros). Y todavía le quedan cuatro horas. Pero no piensa en lo que le falta. Si lo hiciese, se pondría a llorar sin consuelo. Tendría que tomarse un taxi y volver a casa. Ignacio Neme Scheij, un metro desde la planta del pie hasta la cadera y 93 centímetros para el resto del cuerpo. Ignacio Neme Scheij, 31 años, inquieto, obsesivo, estructurado, abogado graduado con medalla de plata y relator de la Corte Suprema de Tucumán. Ignacio Neme Scheij, corredor de ultramaratones non stop.
¿En qué momento alguien a quién le gusta correr se convierte en una máquina de resistencia? ¿Cómo se prepara el cuerpo y la mente para trotar un día entero sin detenerse? ¿Qué es el tiempo en una carrera así? Las medias de compresión; las zapatillas Asics; la gorra Nike; dos relojes en la misma muñeca: un Garmin Fénix 3, con el que mide las horas y la distancia, y un Apple Watch 4, que toma sus pulsaciones, el tucumano Neme Scheij se ajusta los cordones en el autódromo de San Miguel. Son las cinco de la tarde y durante las próximas dos horas le dará ocho vueltas a esta pista de casi 2,7 kilómetros. Disciplinado, estira antes del entrenamiento. Mientras lo hace, piensa en aquel día de mayo, en el circuito de autos de carreras de Las Termas de Río Hondo, cuando sus piernas largas que parecían a punto de ceder, decidieron resistir. Y contesta: “el tiempo es una variable con miles de aspectos. De a ratos, es poco; de a ratos, es mucho. A veces, marca las evoluciones del corredor. En otras circunstancias, es todo lo que te falta. Te puede relajar y también te puede angustiar”.
En los últimos seis años, Neme Scheij ha corrido pruebas de resistencia denominadas non stop, porque el competidor no puede detenerse durante un período determinado, que suele ser un día completo, de mínima. Por lo general, estas carreras inclementes se hacen en pistas y se premia a todo aquel que consiga terminar. Los podios se definen en función de quién recorrió más kilómetros. En aquella ocasión en la ciudad termeña, él acabó primero en su categoría, con 152 kilómetros en 24 horas. Desde 2014, corre con la remera de la Fundación Flexer, de ayuda a los niños con cáncer.
- ¿Por qué corrés?
- Correr me apasiona; me hace feliz; me divierte y me equilibra. Correr es, para mí, un impulso vital.
- De chico, ¿corrías?
- No, jugaba al tenis. Debo ser una de las personas que más ha invertido en el tenis, y menos lejos ha llegado. A veces, cuando terminaba alguna clase, le daba una vuelta al parque 9 de Julio. Y en esos trotes me preguntaba qué tenía de interesante correr. No entendía a la gente que lo hacía. Me resultaba incomprensible; aburrido. Hasta que un día, a mis 25 años, me inscribí en una media maratón del club Lawn Tenis. Quería probarme. Desde entonces, nunca me detuve.
- ¿Cómo te convertiste en lo que sos ahora?
- Al principio, corría maratones. Hasta que una mañana del año 2016, mi ex jefe, el doctor Antonio Gandur, me trajo un diario y me dijo: ‘¡mirá, este tipo corre más que vos!’. Era una noticia sobre el tucumano Martín Córdoba, que acababa de correr la Spartathlon, una ultramaratón de 246 kilómetros entre las ciudades griegas de Atenas y Esparta. Pasaron unas semanas y me inscribí en mi primera competencia non stop, en Montevideo.
El juez Gandur murió dos años después. Neme Scheij lo recuerda como el impulsor de esos singulares orígenes. Porque aunque cada vez más corredores se atreven a las pruebas de resistencia, no deja de ser una rareza el hecho de encerrarse a dar infinitas vueltas. Para preparar su cabeza -sobretodo- corre en el autódromo, que con sus 2.693 metros (casi 2,7 kilómetros) le resulta más llevadero que la plaza Urquiza, por ejemplo, con apenas 523 metros. “Hay un pensamiento recurrente: que la gente que corre tiene un desequilibrio mental. Mis amigos me dicen que no corro; sino que huyo. Al contrario, creo que exponerte a estos desafíos te hace sumamente racional. Mis dos relojes son un síntoma de esa racionalidad. Tengo una neurosis con las precisiones”, dice.
- ¿Huis, como bromean tus amigos?
- Lo que busco está delante mío; no detrás.
- ¿El running ha cambiado algo en tu vida?
- Sí. Desde que corro, soy libre. Correr te da herramientas que te hacen libre. Cuando uno aprende a soportar la angustia, a administrar la ansiedad y a concentrarse, desaparecen las ataduras. Además, te aporta una perspectiva distinta. Después de correr 24 horas, algunas cosas se terminan relativizando. La carrera tiene por fin despojarte; no hacerte de algo. Quizás, por eso los corredores sentimos que hemos alcanzado la meta, aún antes de llegar.
- Tu cuerpo no es, precisamente, el de un corredor.
- Mido 1,93 metros y peso unos 100 kilos. Nadie cree que, con mi porte, pueda correr. Además, tengo tres hernias de disco. Cuando me pegué el estirón, mi espalda no estaba preparada. De ahí, que mis discos no crecieron lo que hacía falta. Y en el intento de romper marcas, rompí esos discos inmaduros. Desde entonces, mi cruz es el gimnasio.
- ¿Qué sentís cuando estás en la línea de largada?
- Antes de largar, todo lo ansiado padece una crisis terminal. No es sencillo dar a luz un primer paso, si deben seguirle otros miles iguales.
- ¿Cómo son tus entrenamientos?
- Corro después de las seis de la tarde. Básicamente, a esa hora en el autódromo hay tres cosas: gente que aprende a manejar, gente que se profiere cariño en los autos y yo. Esa es la fisonomía. Sólo cuando tengo que prepararme para una carrera de 24 horas, troto en el centro de la ciudad. Hago las adaptaciones nocturnas a la medianoche.
- ¿Tenés alguna técnica mental?
- Los chicos de la Fundación Flexer me enseñaron a resistir. Estos niños tienen una increíble capacidad para manejar la adversidad. Y la adversidad que ellos enfrentan es, por supuesto, infinitamente superior a una carrera. ¿Sabés cómo hacen ellos? Se ponen metas chiquitas. Tienen pequeños deseos: que aparezca su médica; que llegue la chica que los hace jugar o que sea hora de la merienda. Minimalizan lo que quieren. Y así, lo que quieren se vuelve realizable. Yo transpolo eso a una maratón: cuando he corrido ocho horas y aún me quedan 16, el nivel de angustia se vuelve insoportable. El desgaste físico y mental es tremendo. En ese momento, todo parece adverso. Imaginate que oscurece y vuelve a amanecer, mientras estoy corriendo. Aprendí a hacer como los niños de Flexer: a pensar en chiquito. Una vuelta más; tan solo una vuelta más.
- ¿El dolor es un obstáculo?
- Sí. Y está bien que así sea. Muchos corredores se equivocan y sobredimensionan la capacidad de soportar el dolor. Eso es ridículo. Está bien que uno luche por sus sueños. Pero esa lucha debe estar acompañada de una preparación. La parte volitiva no puede estar desprendida del esfuerzo. La alimentación, el entrenamiento y el descanso deben ser los pilares.
- Hablame de los límites.
- Los límites no están para romperse, necesariamente. Están para aprender a manejarlos. Nos exigen humildad para aceptarlos y voluntad para hacer algo con ellos.
- ¿Cómo es correr 24 horas? ¿Parás para hacer pis?
- Mi estrategia es dividir las carreras en cuatro bloques de seis horas. Y cada dos horas, me detengo obligatoriamente a orinar. A través de la orina, puedo interpretar el nivel de hidratación. Si es clara y en cantidad, significa que estoy bien hidratado. Mientras troto, bebe agua y bebidas isotónicas y como alimentos fáciles de digerir, como fideos sin salsa, dulce de membrillo o barras de arroz.
- ¿Cuál es el momento de mayor disfrute en una carrera?
- Tengo un primer alivio cuando he llegado a la mitad. También los instantes finales son muy dichosos. El momento en que uno levanta los brazos, al cruzar la línea, es indescriptible. Pero para correr, necesariamente te tiene que gustar más la trama que el desenlace. Necesariamente, te tiene que gustar más el camino que la llegada.
- ¿En algún momento hablaste con algún psicólogo sobre cómo enfrentar un ultramaratón?
- Una maratón únicamente puede enfrentarse afirmado en una convicción inquebrantable que se conoce como resistencia. Y que es incompatible con cualquier tipo de duda. Para construir tal convicción, está el entrenamiento. Más que hablar con un psicólogo, hablé con un entrenador. Entrenar es lo único que destierra las dudas. Las pasadas son fundamentales. La primera, rápida. La segunda, moderada. Y la tercera, muy rápida. Así, numerosas veces. Hasta construir un ciclo que luego pueda repetirse en una competencia.
- Leí que dijiste que el cuerpo sigue por inercia y que esa inercia es irrefrenable. Explicame eso.
- Llega un punto en el que se produce una disociación entre el cuerpo y la cabeza. Por más agotado que uno se sienta, el cuerpo sigue moviéndose. Se mueve por inercia.
- ¿Correr te resulta adictivo?
- Sí. Se produce una adicción biológica, vinculada con las endorfinas que se liberan con la actividad física. Creo que esas endorfinas soslayan las malas sensaciones. Por eso, al terminar, uno siempre queda con una visión idealizada de lo que acaba de hacer. Y tiene ganas de volver a hacerlo. No soy el único que piensa así; la mayoría de los corredores se anota en su próxima carrera, apenas termina una. Una maratón es eso: empezar una y otra vez.
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