Conectados
¡Qué bueno es sentirse conectado con otra persona! Comprobar que nos entendemos más allá de las palabras, que tenemos intereses en común, que resonamos con cosas parecidas, que a veces –ojo, solo a veces- pareciera que nos adivinamos el pensamiento, que nos conocemos bien… que nos queremos. Sentir que el otro “está”, aunque no lo veamos o hablemos seguido. Una unión muy especial que puede experimentarse entre hermanos, padre o madre e hijo/a y entre amigos. Pero es en la relación de pareja donde más aspiramos a tener esa complicidad, como un reflejo a otros niveles de la intimidad que compartimos.
Y justamente la desconexión es algo que suelen plantear una y otra vez los que acuden a una terapia. Haber perdido eso que tenían o hasta lamentarse de que nunca estuvo. Y aparece el deseo, a menudo irrevocable, de reencontrarse con el otro de esta manera.
Respirar juntos
La terapeuta argentina Verónica Kenigstein, en su libro “Sexos encontrados”, propone un ejercicio para facilitar o recuperar la conexión profunda en la pareja.
La idea es contar con un contexto libre de otros estímulos, sin molestias. Para lo cual habrá que silenciar los teléfonos y, si hay hijos, esperar a que estén dormidos o al cuidado de alguien, apagar la televisión, etc. En el dormitorio, poner unas velas alrededor de la cama (cuidando, obviamente, que no se queme nada) y, sentados en una posición relajada, desnudos o casi (como les resulte más cómodo), con la espalda derecha, cubrirse con un sábana –como haciendo una carpa sobre ambos- para encontrar un espacio común, solo para los dos.
Tomarse de las manos, cruzadas. Mirarse y encontrar un ritmo respiratorio conjunto. Luego, con los ojos cerrados y los labios juntos, comenzar a emitir un sonido como el zumbido de una abeja, lo suficientemente fuerte como para que se escuche desde afuera y crear una vibración en todo el cuerpo, durante un par de minutos. Después, de a poco, seguir la respiración e ir llevando la atención al periné (ese espacio entre los genitales y el esfínter anal). Imaginar que desde allí “sube” un canal hueco por la columna, que va llenándose de energía por el aire, hasta salir por la coronilla (al tope de la cabeza).
Esto, al son de dos etapas, que podrían empezar por unos cinco minutos cada una, y luego extenderse más. La primera, inhalando y exhalando los dos al mismo tiempo: inspiran, retienen unos segundos el aire, exhalan, y vuelven a retener, y así de nuevo. Luego, mientras uno inhala, el otro exhala, de manera que irán respirando el aire del compañero. Al finalizar, repetir juntos el sonido de la abeja durante algunos minutos. En poco tiempo de realizar estas prácticas, asegura Kenigstein “van a sentir que sus energías se encuentran y se unen”.