Apego y enamoramiento
08 Jun 2021
Los primeros vínculos durante la infancia –la madre, el padre, hermanos y hermanas- gravitan de un modo muy decisivo respecto a la construcción de las necesidades emocionales de las personas y a la manera en que cada uno espera que éstas se satisfagan. La más importante teoría psicológica relativa a este desarrollo es la llamada “teoría del apego”, principalmente asociada con el trabajo del psicoanalista inglés John Bowlby y su colaboradora Mary Ainsworth. Los investigadores que se basan en esta teoría han comprobado que el apego de las niñas y niños a uno de sus progenitores (o a cualquier otra persona que los haya criado), reflejado en un “tipo de apego”, suele ser bastante estable. El apego puede ser clasificado como sólido, ansioso o retraído, en función de lo receptivo que sea el progenitor a su hijo/a durante los primeros siete años de su vida.
En ese sentido resulta interesante lo constatado por los psicólogos Cindy Hazan y Philip Shaver de la Universidad de Denver, Colorado, respecto de que el tipo de apego desarrollado en la infancia está significativamente relacionado con el tipo de enamoramiento en la edad adulta. Lo cual sugiere que elegimos parejas que se relacionan con nosotros del mismo modo en que nuestros padres lo hacían. Es lógico: tendemos a buscar lo que nos resulta familiar, normal, conocido… el juego que sabemos jugar.
Hazan y Shaver dirigieron un estudio en el que pidieron a sus entrevistados que calificasen sus relaciones más importantes. También tenían que describir la actitud de sus madres hacia ellos. El 56% de una muestra de 620 individuos fueron clasificados como “sólidos” en sus relaciones, o sea que eran capaces de tener relaciones basadas en la confianza y en la amistad. Además, sus vínculos tendían a ser duraderos (diez años, por término medio). ¿Qué decían de sus madres? Las describían como personas responsables y cariñosas: justamente los comportamientos que fomentan la confianza y la sensación de seguridad en las relaciones adultas. Quienes son capaces de mantener relaciones sólidas se caracterizan por fomentar la intimidad, el intercambio de sentimientos y pensamientos, y de emociones positivas en la pareja. El sexo, además de ser una fuente de placer físico, es una vía para expresar cercanía emocional.
El 25% del grupo de entrevistados fue clasificado como “retraído”, desconfiado y temeroso de la intimidad. Sus relaciones duraban menos y, como era de prever, describieron a sus madres como frías y esquivas. Cabía esperar que las personas fuesen retraídas, debido a su desconfianza y a su miedo, que tuviesen dificultades para llegar a tener una vida sexual satisfactoria, que evitasen las relaciones sexuales o que las mantuviesen de un modo superficial, sin la cercanía emocional de los “sólidos”.
Finalmente, el 19% de la muestra refirieron unas relaciones caracterizadas por la ambivalencia: mucha atracción sexual y también mucha ansiedad respecto a su pareja. Estas personas recordaban que sus madres habían alternado entre tratarlos con cariño y con aparente rechazo. Sus relaciones eran menos duraderas aún que el segundo grupo. Extrema atracción y ansiedad son comprensibles si uno ha aprendido desde chico a temer que el amor se lo pueden retirar de pronto y sin previo aviso. Y por lo mismo tiene mucho sentido que se tema perder a la pareja en cualquier momento, y se intente asegurarla o conseguir que se quede a toda costa.
¿Hace falta señalar la importancia de tomar conciencia de la influencia que las experiencias infantiles pueden tener respecto de nuestras tendencias románticas y sexuales? Sobre todo, cuando esta historia previa nos predispone a vínculos destructivos, que nos mantienen sufriendo. ¿Cómo vamos a terminar con estos patrones si antes no los reconocemos?
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