Sobre las braguetas
23 May 2021
¿Por qué la ropa para hombres no habría de ser también “sexy”? Es el caso de los calzoncillos “boxer” elastizados, que no tienen tantos años, y que vinieron a poner un poco de onda haciendo una buena síntesis entre el modelo clásico y el entonces supuestamente más moderno o deportivo “slip”. Pero hay más ejemplos actuales: pantalones chupines, remeras ajustadas, trajes “slim fit”, jeans gastados, anillos y accesorios varios, la camisa blanca a lo Christian Grey… La oferta para que ellos también muestren su lado sensual es diversa y democrática: hay para los más transgresores y los más conservadores (y para la gran mayoría que está en el medio). Hablamos de “ropa de hombre” porque, si bien va creciendo de a poco una tendencia “no gender”, la división binaria en la moda todavía es muy marcada en nuestra cultura.
Para tapar y guardar
Pero yendo más atrás en la historia no es tan fácil encontrar atuendos sexys específicos para los hombres. Una excepción eran las “fundas para el pene” o “falocarpas” usadas por miembros de algunas tribus de Extremo Oriente. Estas vainas eran muy largas, llegando en algunos casos a medir 120 centímetros, con lo que se creaba una falsa erección gigantesca (en ocasiones estas fundas se enrollaban varias veces a la cintura). Al parecer, muchos varones tenían un verdadero guardarropa de ellas y se la cambiaban a diario.
En Europa, un ejemplo similar lo constituyeron las braguetas. Estaban formadas por una sencilla solapa, cubiertas por la “mosca”, una invención del siglo XIV que permitía al hombre orinar sin necesidad de bajarse las calzas. Otra buena razón para taparse esa zona era el uso habitual de chaquetas cortas; además, servían como acolchado para disimular si había ciertas “insuficiencias” en la entrepierna. Cuando las chaquetas se hicieron más largas, en el período Tudor, las braguetas se redujeron a una abertura central de fábrica hecha en calzas.
A veces se empleaban como bolsillo para ocultar objetos de valor, y algunos “amigos del demonio” escondían allí un trozo de fruta para ofrecerle un mordisco a una dama afortunada. Estas piezas, muy populares a partir del siglo XIV, empezaron a declinar en el siglo XVII, cuando aparecieron las actuales, más prácticas pero menos creativas y misteriosas.
Estilos y países
El estilo de las braguetas variaba según los países. Y eran hasta tal punto distintivas, que muchos historiadores pueden datar una prenda de vestir masculina y su procedencia sólo con inspeccionarlas. La alemana era como una ancha almohadilla, el borde superior de la inglesa acababa en punta, la francesa estaba guarnecida con hebillas doradas y abalorios, mientras que las italianas eran las que más resaltaban, a costa de reducir al mínimo el resto de las vestiduras. Algunas medían más de 10 centímetros de largo y otras hasta estaban decoradas con pequeños rostros de gárgolas.
No resulta extraño que las naciones que no las usaban considerasen un poco ridícula esta moda y hasta desconfiaran de ella: los salteadores turcos obligaban a los viajeros occidentales a abrirlas, en la creencia de que contenían siempre objetos valiosos.
La armadura de Enrique VIII, que se conserva en la Torre de Londres, tiene una de las braguetas más importantes de cualquier colección de prendas de vestir. Cuando todavía estaba permitido, los visitantes la tocaban para tener buena suerte.
Algunas fuentes atribuyen al duque Fabrizio de Bolonia la difusión de la bragueta acolchada en la época Tudor: durante una misión diplomática en Inglaterra, el noble italiano hubo de comparecer ante Enrique VIII y Ana Bolena. Dicen que se presentó luego de un breve encuentro romántico y su estado de excitación era imposible de ocultar. Al parecer, el rey observó esta parte del atuendo de su visitante y ordenó que le confeccionasen uno igual.
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