Anatomía femenina y mitos
Hablar de órganos genitales femeninos es hablar de todo un sistema con partes que funcionan interrelacionadas. Sin embargo, puede hacerse una distinción: los genitales internos -conducto vaginal, cuello uterino, útero, trompas de Falopio y ovarios- y los externos. Estos últimos –monte de Venus, labios mayores, labios menores, glándulas de Bartolino y clítoris- conforman una zona denominada vulva. Los genitales internos están directamente relacionados con la reproducción y los externos, con el placer sexual. Aunque, desde luego, todo el aparato está comprometido con el goce de la mujer.
El sexólogo argentino Juan Carlos Kusnetzoff en su libro “La mujer sexualmente feliz” señala un hecho curioso: la distinción entre órganos internos y externos “ha dado como resultado que la mitología más abundante y disparatada se refiera, paradójicamente, a las partes visibles y tangibles, puesto que están relacionadas con prejuicios y tabúes milenarios”. Su asociación con el placer explica esta paradoja.
De ahí la importancia de que una buena educación sexual comience con algo tan básico como el conocimiento y la identificación de los órganos que intervienen en la sexualidad y también su funcionamiento.
Errores comunes
Aunque parezca increíble, en muchos hombres -y también mujeres- persiste la confusión entre uretra y vagina. Es decir, la ignorancia de que en la vulva existen dos orificios: uno que permite la evacuación de la orina (el meato uretral) y otro que comunica la vagina con el exterior (el orificio vaginal), por donde se evacua la sangre menstrual, se realiza el parto y penetra el pene en la relación coital.
“Pero quien sin duda –señala Kusnetzoff- se lleva las palmas de los conceptos erróneos es el himen, ya que su aparente infuncionalidad lo ha dotado de un alto poder simbólico que refuerza los tabúes en torno a la virginidad”. Es probable que a la mitología haya contribuido el hecho de que su presencia parece ser exclusiva de las “hembras” humanas.
Muchísimas personas imaginan el himen como un tabique continuo y cerrado, infranqueable sin violencia, sin dolor, sin el arquetípico sangrado. En consecuencia, suponen que la desfloración es la rotura de ese tabique.
Lo cierto es que se trata de una membrana elástica que posee un orificio que permite, sin desgarrarse, la introducción de un dedo (por eso las chicas vírgenes pueden usar tampones vaginales). En la primera relación sexual coital, este orificio se agranda a causa de desgarraduras más o menos leves, pudiendo o no haber hemorragias. De hecho, no es raro que mucho antes se haya producido el desgarro accidental durante actividades que nada tienen que ver con lo sexual, como andar a caballo o en bicicleta. Otras mujeres, en cambio, conservan esta membrana intacta después del coito, a causa de una especial elasticidad (lo que se ha dado en llamar “himen complaciente”).