Despacito
Si bien existe un vasto abanico de hipótesis explicativas acerca de las causas de las disfunciones sexuales –tanto a nivel orgánico como psicológico-, también es cierto que buena parte de estas dificultades obedecen a un motivo mucho más sencillo: los encuentros sexuales suelen ser demasiado rápidos. Y no es extraño: vivimos tan apurados y acostumbrados a la satisfacción inmediata de muchas de nuestras necesidades –comunicación, acceso a información, a comprar, etc.- que, lógicamente, “desacelerar” de golpe y tomarnos un tiempo para lo erótico no tiene por qué ser –como sería ideal- lo más frecuente. Por el contrario, abunda el sexo express, mecánico, llevado a cabo al final del día, para sacarse las ganas y después –también rápidamente- acostarse a dormir.
Calentar los motores
Muchos hombres piensan que, una vez que empezaron los juegos eróticos, la erección debe tomarse como señal inequívoca de que el paso inmediato es la penetración. Parece lógico: una cultura coitocentrista de siglos nos ha convencido de que todo intercambio sexual, para ser considerado “de calidad”, debería desembocar –lo antes posible- en coito, y todo lo otro no serían más que preliminares del verdadero “plato fuerte”: la penetración.
Sin embargo, no pocas veces es este apuro el que conduce a la pérdida de la erección (lo cual es paradójico, considerando que muchos justamente intentan con esta conducta evitar la “escena temida”). Ocurre que, cuando la erección se produce… a esta respuesta refleja, es decir, involuntaria… hay que darle un tiempo. Como con aquellos autos que había que tenerlos un rato encendidos antes de arrancar, para que se calentaran los motores.
No es diferente lo que ocurre con las mujeres: la penetración vaginal suele producirse mucho antes de que la mujer esté lo bastante excitada, porque se supone que la presencia de lubricación está indicando que “ya está lista”. Sin embargo, se trata de un malentendido. La verdadera señal de excitación sexual femenina es, al igual que sucede en los hombres, una buena erección. Es decir, que sus genitales externos –labios mayores y menores, clítoris- estén turgentes; esto es, congestionados de sangre. De hecho, el orgasmo no es otra cosa que la consecuencia de liberar la tensión que se acumula por la congestión sanguínea en la zona pélvica.