07 Sep 2013
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Gentileza de http://www.terra.com.pe/

Cuando dos personas están en los comienzos de una relación de pareja, podemos observar en ellos una conducta característica: les resulta difícil pasar mucho tiempo sin tocarse. Se toman de la mano, se acarician el pelo, buscan el roce de sus cuerpos, se abrazan, se besan (no sólo en la boca), se dan masajes, pellizcos, palmaditas y hasta mordiscos. Sin importar si estas demostraciones conducen o no de inmediato a una relación sexual, las caricias suelen brotar generosamente y con cualquier excusa siempre que hay un encuentro.

Pero con el correr del tiempo, sobre todo luego de algunos años de convivencia, no es extraño que esta costumbre vaya debilitándose hasta desaparecer casi por completo. De hecho, entre las quejas femeninas más frecuentes están: "ya no es tan cariñoso como antes" y "sólo se me acerca cuando quiere ir a la cama" (estas demandas típicas de las mujeres, están presentes también en algunos hombres).

Más que juegos previos

Para muchos adultos que están en una relación de pareja estable, el contacto físico y en general toda actividad sexual no coital -besos, abrazos, caricias, etcétera- tienen sentido sólo cuando forman parte de un "preparativo" o "preliminar" de la relación sexual. Es decir, exclusivamente cuando se trata de un "juego previo", antesala del sexo. Por este motivo, suelen darles poca o ninguna importancia en otros contextos. Esta autolimitación resulta empobrecedora para el vínculo en general y, por consiguiente, para la vida sexual.

Ocurre que, si bien es evidente que las caricias son fundamentales para satisfacer las necesidades sexuales, constituyen también una fuente de comunicación exclusiva de la pareja, a la que es poco inteligente -emocionalmente hablando- renunciar. Y es que, además de comunicar deseo sexual, el contacto físico alimenta el vínculo en muchos sentidos. ¿Por qué? Porque el tocarse genera cercanía entre las personas y promueve una mayor intimidad, los hace sentirse reconocidos, amados y de alguna manera, acompañados, protegidos. Por otra parte, si en una pareja ambos están acostumbrados a dar y recibir "mimos", frente a discusiones o peleas, el acercamiento y la reconciliación se verán facilitados.

Y, con respecto a las relaciones sexuales propiamente dichas, los contactos físicos frecuentes pueden terminar disparando el deseo en momentos insospechados, de modo que lo erótico tenga la oportunidad de fluir con más espontaneidad.

Aunque resulte curioso, no son pocos los que buscan tener una relación sexual con el fin de sentirse abrazados, acariciados, de constatar que son importantes para alguien, que son deseados y queridos, incluso -es el caso de muchas mujeres- aunque no logren satisfacción sexual.

Todas las personas -de todas las edades- necesitan del contacto corporal, de esa particular manera de encontrarse con el otro. Es una necesidad emocional básica, inscripta en los seres humanos de un modo primordial. De hecho, cuando éramos chicos, de haber faltado por completo las caricias, la mirada, los besos, los abrazos, las palabras cargadas de afecto y reconocimiento… sencillamente no habríamos podido sobrevivir, aún recibiendo todo el alimento y el abrigo del mundo.

Sería importante tomar conciencia de que, en lo esencial, esas primeras necesidades infantiles no se modifican demasiado con el paso del tiempo o por el simple hecho de estar un poco más grandes.

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Psicóloga, sexóloga clínica y colaboradora de LA GACETA desde hace más de 10 años.