El oso que trajo un Óscar a Latinoamérica
La
animación enamora. Algunos se animan, se sumergen en ese mundo como creadores y
lo sufren. Reniegan mucho mientras aprenden del error y por lo general se
frustran. Algunos siguen adelante con lo necesario para terminar al menos un
corto. Muchas veces parece que tanto esfuerzo queda solamente en un recuerdo,
pero muchos animadores de Latinoamérica han logrado con dedicación y pasión que
sus cortos trasciendan al ganar numerosos premios internacionales. Sin embargo,
hasta la última entrega de los premios Óscar, ningún corto animado
latinoamericano había sido nominado y la estatuilla se quedó con La historia de un oso de Leopoldo Osorio.
La dictadura como nunca antes fue retratada
La brutalidad de las dictaduras en Latinoamérica dejaron una cicatriz que
todavía sigue (y seguirá) atravesando generaciones. Es interesante la forma en
la que se refleja en el arte en cada época. La denuncia con metáfora obligada
–que los militares por lo general no lograban decodificar- de los setenta
lentamente dio paso a la búsqueda del drama humano centrado en el individuo, y
la forma en la que cada generación lo sufrió a su modo. Tal vez el ejemplo más
claro de esto sea la novela Lengua Madre
de María Teresa Andruetto.
En el caso de Leopoldo Osorio, él toma como base la historia que le
contó su abuelo de su encarcelamiento durante la dictadura, los años de exilio
y el dolor de no poder contactar con ellos porque cambiaron de dirección y
teléfono. Incluso les costó encontrarlos cuando regresó a Chile. "Yo no entendía muy bien qué era esto de la
política que le impedía estar con la familia. Fue una cosa muy tremenda, porque
por un hecho político, ajeno, mi familia quedó desmembrada. Ese es el mensaje
que quise trasmitir con el cortometraje, de algún modo. Que no hay nada que
valga para separar a una familia" explica Osorio.
No hay diálogos en el cortometraje, no los necesita. Basta con mostrar la
soledad de un oso viejo, muy dedicado a unos autómatas a cuerda y a una caja
escenario llena de engranajes. Con ellos cuenta su historia, cómo lo alejaron
de su familia y cómo logró escapar de los circos en los que estuvo prisionero.
Al usar autómatas, prácticamente juguetes, para narrarla, la dictadura tiene
una resignificación sorprendente que deja con un nudo en la garganta, sobre
todo al final. En este sentido, la animación le sirvió a Osorio para expresar
con muchísima fuerza y honestidad su mensaje, que hoy ha logrado trascender
barreras internacionales.
Un esfuerzo notable
Esa categoría que parece un relleno en los Óscar, es un gran lugar para
comenzar a explorar la animación de calidad. En la historia de este rubro, han
surgido obras notables que se alejan totalmente del arquetipo al que nos tienen
acostumbrados los premios de la academia. Hay obras metafóricas, meramente
técnicas y por supuesto, metáforas con contenido relevante, como La historia de
un oso, que son capaces de vencer a titanes como Pixar. El corto chileno tomó
más de cuatro años de trabajo. Para los diez minutos que dura, puede parecer
excesivo, pero si tenemos en cuenta que el estudio
de animación Punkrobot solamente cuenta con quince personas y que trabajaron con un presupuesto muy
limitado en cuanto a animación, el resultado final sorprende. A nivel técnico,
resaltan distintas técnicas de animación que son funcionales a los momentos de
la historia que se están narrando. Por ejemplo, la vida del oso en los circos a
través de afiches animados en 2D o una suerte de animación con siluetas en las
que se ve el secuestro de los animales, cosa que sutiliza la violencia. Es decir, la técnica no está para demostrar
el nivel que manejan, sino como un elemento expresivo que es fundamental para
lograr comunicar esas emociones que buscan transmitir. Tal vez el elemento más
llamativo es el de los autómatas de lata que cuentan la historia de un oso, es
un 3D tan logrado que realmente parece stop motion y le da un toque artístico
extra al cortometraje en el que la soledad y ese dolor de la lejanía se palpan
aún más.
Tráiler de Historia de un oso