13 Enero 2008
Alberto Nicolini es un prócer en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNT. Locuaz y expresivo, este docente de alma que llegó desde Buenos Aires para dar un curso de un mes y que terminó haciendo de la Universidad su hogar es el referente en Tucumán cuando se habla de Historia de la Arquitectura. Por su cátedra pasaron generaciones de estudiantes, y con él se formaron casi todos los expertos que hoy participan de organismos dedicados a la preservación del patrimonio cultural de la ciudad. Actualmente, es una de las caras visibles de la comisión de personalidades que se oponen a que el Estado se deshaga de propiedades que son parte de la historia de Tucumán, como el edificio de la Secretaría de Educación, en la avenida Sarmiento y Salta, o el de Rentas, en San Martín y Junín. Es académico correspondiente de la Academia Nacional de la Historia, académico delegado de la Academia Nacional de Bellas Artes y asesor emérito de la Comisión de Museos, Monumentos y Lugares Históricos.
En noviembre, su compromiso americanista recibió un reconocimiento en el XII Seminario de Arquitectura Latinoamericana, que se realizó en la isla de Chiloé, al sur de Chile. Nicolini formó parte del grupo que, en los años 70, dio inicio a estos seminarios. "Durante un encuentro de Arquitectura que se hacía en Buenos Aires, un grupo decidió espontáneamente armar un congreso aparte, pero con una orientación latinoamericana", rememora el experto, radicado en Tucumán desde 1959.
- ¿Puede hablarse de un estilo latinoamericano en arquitectura?
- Lo latinoamericano se compone con el aporte español y lo prehispánico. De allí surge una combinación que varía según la región y la época. Un ejemplo, en Tucumán, es el edificio de la Federación Económica, originalmente de estilo italianizante. El arquitecto José Graña (que lo remodeló a nuevo a principios del siglo XX) había sido educado en Salamanca y por eso le imprimió un estilo hispánico salmantino a la casa. En cambio, la casa de Ricardo Rojas, en Buenos Aires, construida por su discípulo Angel Guido, es parecida a nuestra Casa Histórica, de inspiración neohispanoamericana.
- ¿Hay ejemplos de este tipo de estilo entre los contemporáneos?
- Las casas de Eduardo Sacriste son ejemplos de arquitectura enraizada en lo americano; un ejemplo es la fachada de la casa de Juan B. Terán, en 25 de Mayo al 400. Allí se puede ver ladrillo a la vista, encalado y pintado de blanco, y el uso de la madera. No sucede lo mismo con el Hospital de Niños, que es una interpretación del estilo moderno.
- ¿Cómo se reconoce la impronta latinoamericana en la arquitectura?
- Hay características comunes, como el uso de los materiales locales: en la Puna y en Atacama se construye con adobe o torta de barro, ideales para zonas secas. En cambio, en el sur lluvioso de Chile el material más lógico es la madera del lugar, común también en la zona de Bariloche. En el Amazonas también se usa madera, pero la que se encuentra en el bosque tropical.
- ¿Cuándo surgió en Argentina el concepto de recuperación del patrimonio cultural?
- El primero que vio la necesidad de preservar la identidad cultural de nuestro país fue Ricardo Rojas. En su libro "Restauración Nacionalista" (de principios del siglo XX) plantea que la Argentina estaba sometida a un esfuerzo enorme de asimilación ante la avalancha de la inmigración, y que era necesario poner la mirada en lo propio. Para ello, decía, era necesario estudiar la historia. Dos de los discípulos más importantes de Rojas, José Graña y Angel Guido, fueron responsables de obras fundamentales de la arquitectura de Tucumán.
- ¿Hubo una revalorización de la influencia española frente a otras corrientes europeas?
- Sí, y en este proceso tuvieron mucho que ver el proceso de reflexión que llegó con el Centenario y la fuerza que tenía la inmigración española frente a la de otras comunidades. Lo hispano, que a principios del siglo XIX había sido rechazado, fue revalorizado. A partir de entonces, el tema de la arquitectura argentina fue recurrente. Hubo una reconciliación con España, y la figura clave en este cambio fue Ricardo Rojas, que además rescató la importancia de lo prehispánico, por ejemplo, con su "Silabario de la decoración americana", una recopilación de los dibujos de la cerámica prehispánica argentina. En los años 70 se dio la oportunidad de extender este tipo de reflexión a todo el ámbito latinoamericano, cosa que no se había hecho antes. Así surgió el Seminario de Arquitectura Latinoamericana (SAL), que este año celebró en Chile su XII edición.
- Usted ha participado en la defensa de los edificios históricos de Tucumán que el Gobierno quiere vender. ¿Qué importancia tiene preservarlos?
- En los países civilizados, el Estado salva propiedades para incorporarlas al patrimonio de todos. Aquí estamos haciendo lo contrario. El Estado nacional (y, por lo tanto, el provincial) tienen un superávit como no se ha visto desde hace décadas; por eso no se entiende a qué viene que se quieran tirar abajo obras que fueron construidas en una época de oro de Tucumán, como fue la de la Generación del Centenario. He planteado este problema ante la Academia Nacional de Bellas Artes y he pedido que se pronuncie sobre el tema.
- ¿Considera que, además de celebrar el Bicentenario de la Independencia, también hay que honrar a los hombres que organizaron los festejos del Centenario en 1916?
- Claro que sí. Ahora tenemos que celebrar esa generación, compuesta por los hombres más brillantes que dio Tucumán. En esos años se fundaron la Universidad, el Museo de Bellas Artes, la Fundación Miguel Lillo... Varias construcciones de ese tiempo están entre las que el gobernador quiere hacer desaparecer, como el edificio que ahora pertenece a Rentas de la Provincia (ex Banco Nación). Es obra de Domingo Selva, el mismo que construyó la Casa de Gobierno y la Biblioteca Sarmiento. La Secretaría de Educación, que corre peligro de ser demolida, es obra de otro arquitecto fundamental de esa época, Alberto Pelsmaekers, autor también del edificio del Arzobispado, del Seminario y de la ex Brigada de Investigaciones, con lo que esa zona de la ciudad forma todo un conjunto arquitectónico integrado y de gran valor para la ciudad. Pelsmaekers, que era secretario de Obras Públicas de la Provincia, proyectó el edificio de la Universidad, la iglesia del Corazón de María y lo que hoy es el Museo de Bellas Artes.
- ¿Por qué es importante desde el punto de vista de los ciudadanos comunes que el Estado conserve estos edificios?
- Porque no estamos hablando sólo de casas viejas, sino de una parte de la historia y de la identidad de la provincia. Además, son edificios que sirven. Tucumán vive envidiando a Salta por su habilidad para manejar el turismo; allí hay un ejemplo de cómo, con decisión política, se ha logrado preservar edificios históricos alrededor de la plaza central y valorizarlos como atractivo turístico. Se sacó la Casa de Gobierno que estaba frente a la plaza y se sustituyeron las oficinas por cuatro importantes museos: el Cabildo, el Centro Cultural de las Américas, el Museo de Arte Contemporáneo y el Museo de Alta Montaña. La plaza repleta de gente que llega desde otros países es prueba de que la decisión fue un acierto. En cambio nosotros estamos por demoler nuestros edificios históricos. ¿Para qué puede servir deshacerse de estos inmuebles valiosos históricamente, sino para un emprendimiento inmobiliario? No hay ventaja para el Gobierno en la venta de esos inmuebles...
- Usted llegó a Tucumán hace ya casi 50 años a dar un curso de un mes. ¿Por qué decidió quedarse?
- Fue obra del arquitecto Eduardo Sacriste. Necesitaba alguien que dictara un curso de Historia de la Arquitectura y decidió llamar a profesores de la Universidad de Buenos Aires. Iba a venir por un mes, porque nos íbamos a turnar con otros colegas, que finalmente no pudieron hacerlo. Así que me quedé primero por tres meses, y al año siguiente me ofrecieron un contrato. En la decisión de quedarnos, porque vine con mi esposa, que es profesora de Filosofía, pesó mucho el hecho de que fuimos a vivir a Horco Molle. Nos pareció un excelente plan vivir en un lugar precioso, rodeados por colegas de distintas profesiones y de todas partes del mundo. Allí vivimos 18 años. Una muestra de cuánto nos arraigamos es que tres de mis cuatro hijos nacieron en Buenos Aires, pero todos se sienten tucumanos.
En noviembre, su compromiso americanista recibió un reconocimiento en el XII Seminario de Arquitectura Latinoamericana, que se realizó en la isla de Chiloé, al sur de Chile. Nicolini formó parte del grupo que, en los años 70, dio inicio a estos seminarios. "Durante un encuentro de Arquitectura que se hacía en Buenos Aires, un grupo decidió espontáneamente armar un congreso aparte, pero con una orientación latinoamericana", rememora el experto, radicado en Tucumán desde 1959.
- ¿Puede hablarse de un estilo latinoamericano en arquitectura?
- Lo latinoamericano se compone con el aporte español y lo prehispánico. De allí surge una combinación que varía según la región y la época. Un ejemplo, en Tucumán, es el edificio de la Federación Económica, originalmente de estilo italianizante. El arquitecto José Graña (que lo remodeló a nuevo a principios del siglo XX) había sido educado en Salamanca y por eso le imprimió un estilo hispánico salmantino a la casa. En cambio, la casa de Ricardo Rojas, en Buenos Aires, construida por su discípulo Angel Guido, es parecida a nuestra Casa Histórica, de inspiración neohispanoamericana.
- ¿Hay ejemplos de este tipo de estilo entre los contemporáneos?
- Las casas de Eduardo Sacriste son ejemplos de arquitectura enraizada en lo americano; un ejemplo es la fachada de la casa de Juan B. Terán, en 25 de Mayo al 400. Allí se puede ver ladrillo a la vista, encalado y pintado de blanco, y el uso de la madera. No sucede lo mismo con el Hospital de Niños, que es una interpretación del estilo moderno.
- ¿Cómo se reconoce la impronta latinoamericana en la arquitectura?
- Hay características comunes, como el uso de los materiales locales: en la Puna y en Atacama se construye con adobe o torta de barro, ideales para zonas secas. En cambio, en el sur lluvioso de Chile el material más lógico es la madera del lugar, común también en la zona de Bariloche. En el Amazonas también se usa madera, pero la que se encuentra en el bosque tropical.
- ¿Cuándo surgió en Argentina el concepto de recuperación del patrimonio cultural?
- El primero que vio la necesidad de preservar la identidad cultural de nuestro país fue Ricardo Rojas. En su libro "Restauración Nacionalista" (de principios del siglo XX) plantea que la Argentina estaba sometida a un esfuerzo enorme de asimilación ante la avalancha de la inmigración, y que era necesario poner la mirada en lo propio. Para ello, decía, era necesario estudiar la historia. Dos de los discípulos más importantes de Rojas, José Graña y Angel Guido, fueron responsables de obras fundamentales de la arquitectura de Tucumán.
- ¿Hubo una revalorización de la influencia española frente a otras corrientes europeas?
- Sí, y en este proceso tuvieron mucho que ver el proceso de reflexión que llegó con el Centenario y la fuerza que tenía la inmigración española frente a la de otras comunidades. Lo hispano, que a principios del siglo XIX había sido rechazado, fue revalorizado. A partir de entonces, el tema de la arquitectura argentina fue recurrente. Hubo una reconciliación con España, y la figura clave en este cambio fue Ricardo Rojas, que además rescató la importancia de lo prehispánico, por ejemplo, con su "Silabario de la decoración americana", una recopilación de los dibujos de la cerámica prehispánica argentina. En los años 70 se dio la oportunidad de extender este tipo de reflexión a todo el ámbito latinoamericano, cosa que no se había hecho antes. Así surgió el Seminario de Arquitectura Latinoamericana (SAL), que este año celebró en Chile su XII edición.
- Usted ha participado en la defensa de los edificios históricos de Tucumán que el Gobierno quiere vender. ¿Qué importancia tiene preservarlos?
- En los países civilizados, el Estado salva propiedades para incorporarlas al patrimonio de todos. Aquí estamos haciendo lo contrario. El Estado nacional (y, por lo tanto, el provincial) tienen un superávit como no se ha visto desde hace décadas; por eso no se entiende a qué viene que se quieran tirar abajo obras que fueron construidas en una época de oro de Tucumán, como fue la de la Generación del Centenario. He planteado este problema ante la Academia Nacional de Bellas Artes y he pedido que se pronuncie sobre el tema.
- ¿Considera que, además de celebrar el Bicentenario de la Independencia, también hay que honrar a los hombres que organizaron los festejos del Centenario en 1916?
- Claro que sí. Ahora tenemos que celebrar esa generación, compuesta por los hombres más brillantes que dio Tucumán. En esos años se fundaron la Universidad, el Museo de Bellas Artes, la Fundación Miguel Lillo... Varias construcciones de ese tiempo están entre las que el gobernador quiere hacer desaparecer, como el edificio que ahora pertenece a Rentas de la Provincia (ex Banco Nación). Es obra de Domingo Selva, el mismo que construyó la Casa de Gobierno y la Biblioteca Sarmiento. La Secretaría de Educación, que corre peligro de ser demolida, es obra de otro arquitecto fundamental de esa época, Alberto Pelsmaekers, autor también del edificio del Arzobispado, del Seminario y de la ex Brigada de Investigaciones, con lo que esa zona de la ciudad forma todo un conjunto arquitectónico integrado y de gran valor para la ciudad. Pelsmaekers, que era secretario de Obras Públicas de la Provincia, proyectó el edificio de la Universidad, la iglesia del Corazón de María y lo que hoy es el Museo de Bellas Artes.
- ¿Por qué es importante desde el punto de vista de los ciudadanos comunes que el Estado conserve estos edificios?
- Porque no estamos hablando sólo de casas viejas, sino de una parte de la historia y de la identidad de la provincia. Además, son edificios que sirven. Tucumán vive envidiando a Salta por su habilidad para manejar el turismo; allí hay un ejemplo de cómo, con decisión política, se ha logrado preservar edificios históricos alrededor de la plaza central y valorizarlos como atractivo turístico. Se sacó la Casa de Gobierno que estaba frente a la plaza y se sustituyeron las oficinas por cuatro importantes museos: el Cabildo, el Centro Cultural de las Américas, el Museo de Arte Contemporáneo y el Museo de Alta Montaña. La plaza repleta de gente que llega desde otros países es prueba de que la decisión fue un acierto. En cambio nosotros estamos por demoler nuestros edificios históricos. ¿Para qué puede servir deshacerse de estos inmuebles valiosos históricamente, sino para un emprendimiento inmobiliario? No hay ventaja para el Gobierno en la venta de esos inmuebles...
- Usted llegó a Tucumán hace ya casi 50 años a dar un curso de un mes. ¿Por qué decidió quedarse?
- Fue obra del arquitecto Eduardo Sacriste. Necesitaba alguien que dictara un curso de Historia de la Arquitectura y decidió llamar a profesores de la Universidad de Buenos Aires. Iba a venir por un mes, porque nos íbamos a turnar con otros colegas, que finalmente no pudieron hacerlo. Así que me quedé primero por tres meses, y al año siguiente me ofrecieron un contrato. En la decisión de quedarnos, porque vine con mi esposa, que es profesora de Filosofía, pesó mucho el hecho de que fuimos a vivir a Horco Molle. Nos pareció un excelente plan vivir en un lugar precioso, rodeados por colegas de distintas profesiones y de todas partes del mundo. Allí vivimos 18 años. Una muestra de cuánto nos arraigamos es que tres de mis cuatro hijos nacieron en Buenos Aires, pero todos se sienten tucumanos.
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