28 Octubre 2007
El castigo en el cielo
Por Alberto Rojo, para LA GACETA - Ann Arbor (Michigan - EEUU). En la historia, sirvieron para que Colón continuara valiéndose de los aborígenes. En la literatura, para que el engaño no diera resultado. Los eclipses expresan dos caras dramáticas de la luz y de la oscuridad. Y siguen cautivando a la humanidad. Así como al autor de este relato y a su pequeño hijo. José Arcadio Buendía descifró, gracias a los enigmáticos instrumentos de Melquíades, que la Tierra es redonda como una naranja.
La mordedura en el círculo blanco de la Luna empezó a definirse a eso de las 4.55, hora de Michigan. El despertador de mi lado de la cama había sonado a las 4.45 y lo había apagado rápido para no despertar a Andrea. En cambio, desperté a mi hijo Fernando, de 11 años, para ver juntos el eclipse.
Nos sentamos en sillas de mimbre en la vereda y, hablando bajito para no despertar a los vecinos, acomodamos en el pasto un trípode y una Kodak familiar, más apropiada para cumpleaños que para eventos astronómicos. A eso de las 5.20, la mordedura había bajado y era un arco de círculo dividiendo el disco de la luna: la parte inferior iluminada, la superior a oscuras. Ya habíamos sacado las primeras fotos. Y cada tanto Fer me indicaba que bajara la voz, sobre todo cuando le explicaba por qué la mordedura tenía forma circular: porque es la sombra que la Tierra proyecta sobre la Luna. En un hipotético mundo en que la Tierra fuera plana, la luna eclipsada, cortada por una línea recta, se parecería a un bowl vaciándose de líquido iluminado.
Le mostré que es posible prolongar el arco de sombra hasta completar un círculo cuyo radio es unas tres veces más grande que el de la Luna. En realidad, la Tierra es unas tres veces y media más grande que la Luna; la discrepancia se debe a que la sombra es levemente cónica y no cilíndrica. ¿?? Dijo Fer. Le propuse imaginar un cono, un cucurucho de helado. Pongo una uva dentro del cucurucho. Fuera de escala, esa sería la Tierra. Luego pongo una pelota de golf que sería el Sol. La región dentro del cucurucho, entre la uva y el vértice del cono, es la sombra del Sol. Si la Luna fuera un arándano que gira alrededor de la uva, en el momento en que este toca el cucurucho (y lo atraviesa) empieza el eclipse.
Lo importante es que la forma de la sombra indica algo que Aristóteles anotó en De Caelo y que José Arcadio Buendía descifró gracias a los enigmáticos instrumentos de Melquíades: la Tierra es redonda como una naranja. Fer se sorprendió un poco. Algo había escuchado de Colón y la redondez de la Tierra. Aproveché para enfatizarle que, en tiempos de Colón, toda persona educada sabía que la Tierra era redonda. El consenso entre historiadores es que Colón se confundió al interpretar mediciones antiguas del radio de la Tierra, pero que no tenía dudas sobre su esfericidad.
En su cuarto viaje, con su barco dañado, Colón llevaba más de un año varado en Jamaica. Tiempo suficiente para que los nativos, amotinados por los abusos de los tripulantes españoles, se negaran a traerles comida. Con astucia, Colón acudió a la erudición de sus almanaques: el 29 de febrero de 1504 habría un eclipse de Luna. Un día antes reunió a los caciques y, a través de un indio "ladino en nuestra lengua" les comunicó su mensaje: puesto que él y sus tripulantes estaban ahí mandados por Dios, Dios estaba enojado con ellos y quería - refiere Bartolomé de las Casas - que viesen "de su castigo en el cielo cierta señal". Esa noche verían salir la Luna "muy enojada y de color de sangre". Acabado el sermón algunos se fueron con temor, otros burlándose. Pero al comenzar el eclipse, les creció el miedo y volvieron dando gritos, cargados de comida, "rogando al Almirante que rogase a su Dios que no estuviese contra ellos enojado". Colón les respondió que quería hablar con Dios y se encerró mientras la luna se oscurecía. Sabía que el eclipse duraría dos horas y media (cinco "ampolletas" del reloj de arena). Cuando la creciente empezó a menguar, salió diciendo que Dios los perdonaba y que, en señal de ello, verían cómo se iba quitando "el enojo de la luna".
Augusto Monterroso adaptó el episodio en su cuento El eclipse cambiando el final y trasladando la acción a Guatemala, donde los mayas, a diferencia de los habitantes de Jamaica, tenían profundos conocimientos de astronomía. El protagonista, fray Bartolomé Aráosla, condenado por los indios, pretende engañarlos diciendo que si lo matan oscurecerá el cielo (anticipando en este caso un eclipse de sol). Aráosla es ejecutado mientras los indígenas repiten las fechas de los eclipses que los astrónomos mayas habían "anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles".
Los dos eclipses expresan dos caras dramáticas de la luz y de la oscuridad. Hace algunas semanas, la Luna entró en el cono de sombra de la Tierra. Ya dentro de la sombra, los rayos del Sol, refractados por la atmósfera terrestre, proyectaban en el disco de la Luna la luz tenue de un atardecer rojizo: "el color de sangre" que menciona De las Casas. Incluso, como podíamos ver con Fer, aún antes del eclipse total, si nos movíamos de modo que las hojas de los árboles taparan algo de la región iluminada, podría apreciarse el color rojizo de la zona oscura.
En el eclipse de Sol el cielo se oscurece porque la Luna se antepone entre el Sol y la Tierra. Pero como la Luna es más chica que la Tierra, la sombra no alcanza a taparla por completo. Más aún, así como la sombra de la Tierra en la Luna es más chica que la Tierra, la sombra de la Luna en la Tierra es de apenas unos 270 kilómetros. Por eso los eclipses de Sol -a diferencia de los de Luna que se ven en todo el planeta- se ven sólo en algunas partes. Y por eso duran sólo unos pocos minutos. En setiembre, hace pocos días, los argentinos vieron un eclipse parcial de Sol que no era visible en el hemisferio Norte. "Qué suerte tienen", dijo Fer.
A eso de las seis de la mañana, él se volvió a la cama y yo me quedé escuchando el informativo argentino por internet. A la hora del desayuno Andrea dijo: "cómo tardaron anoche? ¿Los de Sol son más cortos, no?" Cuando quise explicarle por qué, Fer me amonestó con un gesto inequívoco que decía: "¡no empieces, Papi!" © LA GACETA
Nos sentamos en sillas de mimbre en la vereda y, hablando bajito para no despertar a los vecinos, acomodamos en el pasto un trípode y una Kodak familiar, más apropiada para cumpleaños que para eventos astronómicos. A eso de las 5.20, la mordedura había bajado y era un arco de círculo dividiendo el disco de la luna: la parte inferior iluminada, la superior a oscuras. Ya habíamos sacado las primeras fotos. Y cada tanto Fer me indicaba que bajara la voz, sobre todo cuando le explicaba por qué la mordedura tenía forma circular: porque es la sombra que la Tierra proyecta sobre la Luna. En un hipotético mundo en que la Tierra fuera plana, la luna eclipsada, cortada por una línea recta, se parecería a un bowl vaciándose de líquido iluminado.
Le mostré que es posible prolongar el arco de sombra hasta completar un círculo cuyo radio es unas tres veces más grande que el de la Luna. En realidad, la Tierra es unas tres veces y media más grande que la Luna; la discrepancia se debe a que la sombra es levemente cónica y no cilíndrica. ¿?? Dijo Fer. Le propuse imaginar un cono, un cucurucho de helado. Pongo una uva dentro del cucurucho. Fuera de escala, esa sería la Tierra. Luego pongo una pelota de golf que sería el Sol. La región dentro del cucurucho, entre la uva y el vértice del cono, es la sombra del Sol. Si la Luna fuera un arándano que gira alrededor de la uva, en el momento en que este toca el cucurucho (y lo atraviesa) empieza el eclipse.
Lo importante es que la forma de la sombra indica algo que Aristóteles anotó en De Caelo y que José Arcadio Buendía descifró gracias a los enigmáticos instrumentos de Melquíades: la Tierra es redonda como una naranja. Fer se sorprendió un poco. Algo había escuchado de Colón y la redondez de la Tierra. Aproveché para enfatizarle que, en tiempos de Colón, toda persona educada sabía que la Tierra era redonda. El consenso entre historiadores es que Colón se confundió al interpretar mediciones antiguas del radio de la Tierra, pero que no tenía dudas sobre su esfericidad.
En su cuarto viaje, con su barco dañado, Colón llevaba más de un año varado en Jamaica. Tiempo suficiente para que los nativos, amotinados por los abusos de los tripulantes españoles, se negaran a traerles comida. Con astucia, Colón acudió a la erudición de sus almanaques: el 29 de febrero de 1504 habría un eclipse de Luna. Un día antes reunió a los caciques y, a través de un indio "ladino en nuestra lengua" les comunicó su mensaje: puesto que él y sus tripulantes estaban ahí mandados por Dios, Dios estaba enojado con ellos y quería - refiere Bartolomé de las Casas - que viesen "de su castigo en el cielo cierta señal". Esa noche verían salir la Luna "muy enojada y de color de sangre". Acabado el sermón algunos se fueron con temor, otros burlándose. Pero al comenzar el eclipse, les creció el miedo y volvieron dando gritos, cargados de comida, "rogando al Almirante que rogase a su Dios que no estuviese contra ellos enojado". Colón les respondió que quería hablar con Dios y se encerró mientras la luna se oscurecía. Sabía que el eclipse duraría dos horas y media (cinco "ampolletas" del reloj de arena). Cuando la creciente empezó a menguar, salió diciendo que Dios los perdonaba y que, en señal de ello, verían cómo se iba quitando "el enojo de la luna".
Augusto Monterroso adaptó el episodio en su cuento El eclipse cambiando el final y trasladando la acción a Guatemala, donde los mayas, a diferencia de los habitantes de Jamaica, tenían profundos conocimientos de astronomía. El protagonista, fray Bartolomé Aráosla, condenado por los indios, pretende engañarlos diciendo que si lo matan oscurecerá el cielo (anticipando en este caso un eclipse de sol). Aráosla es ejecutado mientras los indígenas repiten las fechas de los eclipses que los astrónomos mayas habían "anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles".
Los dos eclipses expresan dos caras dramáticas de la luz y de la oscuridad. Hace algunas semanas, la Luna entró en el cono de sombra de la Tierra. Ya dentro de la sombra, los rayos del Sol, refractados por la atmósfera terrestre, proyectaban en el disco de la Luna la luz tenue de un atardecer rojizo: "el color de sangre" que menciona De las Casas. Incluso, como podíamos ver con Fer, aún antes del eclipse total, si nos movíamos de modo que las hojas de los árboles taparan algo de la región iluminada, podría apreciarse el color rojizo de la zona oscura.
En el eclipse de Sol el cielo se oscurece porque la Luna se antepone entre el Sol y la Tierra. Pero como la Luna es más chica que la Tierra, la sombra no alcanza a taparla por completo. Más aún, así como la sombra de la Tierra en la Luna es más chica que la Tierra, la sombra de la Luna en la Tierra es de apenas unos 270 kilómetros. Por eso los eclipses de Sol -a diferencia de los de Luna que se ven en todo el planeta- se ven sólo en algunas partes. Y por eso duran sólo unos pocos minutos. En setiembre, hace pocos días, los argentinos vieron un eclipse parcial de Sol que no era visible en el hemisferio Norte. "Qué suerte tienen", dijo Fer.
A eso de las seis de la mañana, él se volvió a la cama y yo me quedé escuchando el informativo argentino por internet. A la hora del desayuno Andrea dijo: "cómo tardaron anoche? ¿Los de Sol son más cortos, no?" Cuando quise explicarle por qué, Fer me amonestó con un gesto inequívoco que decía: "¡no empieces, Papi!" © LA GACETA