La inspiración y el azar

La inspiración y el azar

Por Roberto Rojo, para LA GACETA - Tucumán. Según Platón, la inspiración nada tiene que ver con la razón. Según Poe, en cambio, dependía de un plan riguroso.

EJEMPLO PARADIGMATICO. Las Escrituras, (tal como ilustra esta obra de Caravaggio), son consideradas revelaciones divinas. EJEMPLO PARADIGMATICO. Las Escrituras, (tal como ilustra esta obra de Caravaggio), son consideradas revelaciones divinas.
11 Noviembre 2007
Me parece muy atractivo, matizado por sus vicisitudes históricas, el análisis de las distintas formas que cobran la imaginación, la intuición, el pensamiento y el azar al llevar a cabo su tarea creadora o inventiva, convertidos de esta suerte en fuentes inestimables para adentrarse en algunos aspectos de la condición humana.

Incursión histórica
Una de las mayores manifestaciones históricas de la inspiración son las Escrituras, consideradas "revelaciones divinas consignadas por escrito en distintas épocas y en conjunto, formando una fuente autorizada de fe para el pueblo de Dios" 1. En la cultura griega la primera forma de la creación poética está patente en Homero bajo la forma de advocación a las musas, según leemos en La Ilíada: "Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles, cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos".
También es de origen divino la inspiración que mueve la creación poética de la Odisea, cuyas palabras iniciales son: "Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio que, después de destruir la sacra ciudad de Troya, anduvo peregrinando larguísimo tiempo (...)"

La teoría de Platón
Si bien encontramos esta idea de la inspiración en poetas como Píndaro y Hesíodo, y en filósofos como Demócrito, debemos a Platón la formulación explícita de esta idea, al igual que la ponderación de sus alcances en la producción artística. Como es muy rica la teoría de Platón contenida en algunos diálogos, hallará aquí excusas la parquedad de mis planteos. El diálogo que desarrolla sus ideas acerca de la inspiración es Ión o sobre la Ilíada, reiteradas en el diálogo Fedro, y llamadas a tener largas consecuencias históricas. Por ello vale la pena recalcar el contraste que se establece entre el papel de la inspiración y la razón en la creación poética.
La inspiración nada debe a la razón, porque el ámbito de esta es la ciencia y la técnica, en las cuales el hombre busca saberes universales o generales, a diferencia de la creación absolutamente personal, fruto de un impulso, de un delirio que se apodera intensamente del poeta. El símil del que se vale Platón es el del imán o piedra Heraclea, como los griegos la llamaban.
La piedra heraclea transmite su poder de atracción a los anillos de hierro con los que entra en contacto y estos a su vez comunican ese poder a los otros anillos, constituyendo de esta forma una cadena de anillos imantados.De igual modo, la inspiración parte de las Musas y sus impulsos irresistibles se apoderan del rapsoda -cantor y comentarista de los poetas- estremeciéndolo, y comunica a su vez ese estremecimiento al poeta quien, presa de la manía o locura divina arrebata de entusiasmo, por último, al que lo lee u oye, postrer eslabón de la hechizada piedra heraclea. Esto explica que los buenos poetas líricos no compongan bellos poemas por obra del arte sino gracias al furor de los dioses, a esa inexplicable posesión espiritual que hace del poeta un ser elegido de las Musas. En el diálogo Fedro 245ª habla Platón de distintas formas de delirio de las Musas: "Los grandes bienes -dice- nos vienen por la locura, (manía) que sin duda nos es concedida por los dioses". Es el don divino a cuyo conjuro quedan sometidos no sólo los poetas sino también los adivinos cuyas predicciones están inspiradas por los dioses. También en la filosofía advertimos este papel divino de la inspiración: el Poema de Parménides traza el viaje mítico del poeta filósofo en busca de la Diosa que le revelará el Camino de la verdad. También en la literatura latina la invocación a las musas es una gran aliada de la inspiración; así leemos en la Eneida las palabras con que comienza Virgilio su obra memorable: "Dime, oh Musa, las causas, dime por cuál dios ofendido o por qué enojo, la Reina de los dioses forzó al varón de insigne piedad a soportar tantos azares".
Ecos de esta apelación a fuerzas extrahumanas en la creación literaria argentina es la invocación de Sarmiento a la fatídica sombra de Facundo y la virgiliana estrofa del Martín Fierro que empieza así: Pido a los santos del cielo que ayuden mi pensamiento (?)
Es sabido que el Romanticismo fue el movimiento que llevó al pináculo el papel de la inspiración en la creación poética y, frente a los múltiples ejemplos que pueden aducirse, recordaré sólo un poema de G. A. Bécquer, El arpa.

La razón
Con todo, son frecuentes las restricciones que desde distintos ángulos se imponen al tradicional imperio de la inspiración en nombre de la conceptuación analítica de la razón. Importa destacar estos elementos contrapuestos -razón e inspiración- para completar el itinerario histórico del concepto de inspiración.
Así en el siglo XVIII, en el Ilumininismo, la creación poética aparece vinculada a la razón en oposición a la intuición emocional o irracional del Romanticismo. Pero, a pesar de su racionalismo, Descartes (siglo XVII) reconoció el papel de la inspiración cuando interpretó el sentido de tres sueños que tuvo el 11 de noviembre de 1619, tras los cuales descubrió "los fundamentos de una ciencia maravillosa", el método.
No dejó de abrirse paso también la concepción que rinde justicia tanto a una como a otra, tal es el caso de Horacio, escritor latino del siglo I a .C, quien en la famosa Epístola a los Pisones, llamada por Quintiliano Arte Poética, sostiene que el origen de la poesía reside tanto en la naturaleza como en el arte porque de nada vale -dice- el ingenio sin cultivo ni este sin ingenio.
En la posición extrema se halla Edgar Allan Poe, quien, en Método de composición asevera que la creación poética no es fruto de un delirio o intuición sino de una idea, de un plan estructurado lógica y analíticamente, siguiendo la "rigurosa lógica de un problema matemático". E ilustra su arte poética con los distintos pasos que siguió rigurosamente en su poema El Cuervo.

Serendipity
La presencia definitoria de esquemas racionales en ámbitos afines a la inspiración poética conduce a otra vertiente de la creatividad científica representada por el azar. Vale la pena en este contexto distinguir el descubrimiento allegado sin proponérselo, esto es por azar, del invento laboriosamente buscado y coronado por el azar. Para designar la participación del azar en la creatividad científica acuñó el escritor inglés H. Walpole2, en una carta dirigida a H. Mann la palabra serendipity formada a partir de Serendip, antiguo nombre del actual país de Sri Lanka, hasta hace poco llamado Ceilán. R. M. Roberts3 tradujo esta palabra por serendipia.
Walpole entiende por serendipity el descubrimiento de cosas que no se buscan, esto es, descubrimiento debido al azar y sin la mediación de ningún plan previamente concebido. Sólo merecen esta caracterización los descubrimientos inesperados que resultan ser importantes o valiosos. Los favorecidos, los elegidos por esta nueva Musa, el azar, reciben el honorable apelativo de serendipitas. Y uno de esos elegidos fue Colón porque, en lugar de llegar a la India, su descubrimiento accidental de América lo erigió, como dice Roberts, en el mayor ejemplo de serendipia de la historia.
Pero es claro que no basta el mero imperio del azar, porque este aflora siempre en terreno apto, preparado por fecundas experiencias. Como dice Pascal: "En los campos de la observación, el azar sólo favorece a la mente preparada." Y esto al punto que puede subrayarse que la capacidad de invención es más decisiva que la casualidad.

La ciencia y el azar
Si bien hay descubrimientos que obedecen sólo al azar con sus circunstancias favorables es muy común lo que R. M. Roberts llama pseudoserendipia, esto es, el descubrimiento por azar que al mismo tiempo es la culminación de una planeada investigación anterior. La historia de la ciencia abunda en ejemplos de pseudoserendipia que representan en todos los casos el galardón que con justicia reciben los científicos, únicos capacitados para valorar la presencia del inesperado azar. No a cualquiera sino a Fleming llamaría la atención la desaparición de una zona de colonias alrededor de una gran mancha de hongo, gracias a lo cual descubrió la penicilina; no cualquiera habría valorado la placa impresionada que condujo a Becquerel al hallazgo de la radiactividad y nadie de los que se bañaron antes de Arquímedes pudo exclamar ¡Eureka! al descubrir el principio científico que lleva su nombre, referente al equilibrio de los cuerpos flotantes. Este es uno de los primeros ejemplos históricos de pseudoserendipia, término que cuadra certeramente con estas palabras de Albert Szent Gyorgy: "El descubrimiento consiste en ver lo que todos han visto y en pensar lo que nadie ha pensado."
Otro ámbito de la ciencia en el cual se detecta la inspiración creadora es en la elaboración de las teorías, fruto no sólo del riguroso y severo argumentar deductivo y racional sino también de la misteriosa inspiración intelectual que, no pocas veces, ha sido comparada con la inspiración artística en virtud de su enigmática naturaleza común. Diré, por último, que se ha planteado inclusive el problema de la creatividad en el campo de las ciencias cognitivas esgrimiéndose argumentos a favor y en contra de la idea de que las computadoras pueden hacer gala de capacidad creadora.
Al cabo de esta breve incursión por los senderos de la creatividad, advierto que tanto en la inspiración literaria como en la creación científica se dan las dos dimensiones -la intuitiva (incluyo aquí la imaginación) y la racional- aunque en proporciones diferentes, conforme a la índole del creador y las características de lo creado. Y ambas fuentes, una vez más, nos enfrentan al misterio de la condición humana y esta vez centrada en la pregunta: ¿Qué es la inspiración?© LA GACETA

NOTAS1.- V. Escuain: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado. Clie, Barcelona, 1985.
2.- Agradezco al amigo y psicólogo Jorge Bianchi por haberme brindado la carta de Walpole y datos vinculados al tema.
3.- R. M. Roberts. Descubrimientos accidentales en la ciencia. Madrid, Alianza, 1992.

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